Eduardo III de Inglaterra
Rey de Inglaterra (1327-1377) / De Wikipedia, la enciclopedia encyclopedia
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Eduardo III de Inglaterra (castillo de Windsor, 13 de noviembre de 1312-palacio de Sheen, 21 de junio de 1377) fue rey de Inglaterra desde el 1 de febrero de 1327 hasta su muerte. Restauró la autoridad real tras el desastroso reinado de su padre Eduardo II y convirtió el Reino de Inglaterra en una de las más importantes potencias militares de Europa. Durante su reinado se emprendieron importantes reformas legislativas y gubernamentales —entre las que destaca el desarrollo del parlamentarismo— y se produjo la epidemia de peste negra.
Eduardo III de Inglaterra | ||
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Rey de Inglaterra | ||
Eduardo III como gran maestre de la Orden de la Jarretera, fundada por él. | ||
Reinado | ||
1 de febrero de 1327-21 de junio de 1377 (50 años y 140 días) | ||
Predecesor | Eduardo II de Inglaterra | |
Sucesor | Ricardo II de Inglaterra | |
Información personal | ||
Otros títulos | Señor de Irlanda | |
Coronación | 1 de febrero de 1327 | |
Nacimiento |
13 de noviembre de 1312 Castillo de Windsor, Berkshire | |
Fallecimiento |
21 de junio de 1377 (64 años) Palacio de Sheen, Surrey | |
Sepultura | Abadía de Westminster, Londres | |
Familia | ||
Casa real | Plantagenet | |
Padre | Eduardo II de Inglaterra | |
Madre | Isabel de Francia | |
Consorte | Felipa de Henao | |
Regente | Roger Mortimer e Isabel de Francia | |
Heredero | Ricardo II de Inglaterra | |
Hijos |
Eduardo, el Príncipe Negro Isabel de Inglaterra, condesa de Bedford Juana de Inglaterra Leonel de Amberes, I duque de Clarence Juan de Gante, I duque de Lancaster Edmundo de Langley, I duque de York María Plantagenet, duquesa de Britania Margarita de Pembroke Tomás de Woodstock, I duque de Gloucester | |
Eduardo fue coronado a los catorce años, tras el derrocamiento de su padre. A los diecisiete encabezó un golpe de Estado contra el regente y consorte de su madre, Roger Mortimer y comenzó a reinar por sí mismo. Una vez en el trono, luchó con éxito en Escocia en cuyo trono impuso a Eduardo de Balliol (1332-1336).
Habiéndose extinguido la rama principal de la dinastía capeta en Francia (1328) —a la que pertenecía—, Eduardo afirmó tener derecho al trono francés a través de su madre Isabel, hermana de los últimos reyes de la dinastía: Luis X, Felipe V, y Carlos IV. Pero como la ley sálica excluía a las mujeres de la sucesión, obtuvo la corona francesa Felipe VI de Valois, miembro de una rama colateral de la familia. El hábil rey inglés afirmó que por la fragilitas sexus, las mujeres estaban, en efecto, excluidas del trono, pero que podían transmitir sus derechos sucesorios a sus hijos. No obstante, Eduardo aceptó el hecho consumado y prestó homenaje al nuevo rey por su ducado de Guyena, para asegurar con ello la paz con Francia y evitar la intervención de esta en los asuntos de Escocia, que el rey trataba arduamente de someter; las campañas escocesas resultaron infructuosas y Francia mantuvo la liga con Escocia.
Debido a la importancia económica y militar del ducado de Guyena, el rey francés decidió poner en apuros a Eduardo al mantener su injerencia en los asuntos del ducado y apoyar la rebelión en Escocia, diplomáticamente primero, y con el envío de tropas para mantener su independencia después. Por su parte, Eduardo buscaba dominar el condado de Flandes, vasallo de Francia, pero cuya industria pañera dependía de la lana inglesa. Primero trató de instaurar una unión personal mediante el casamiento de su hijo Edmundo con Margarita, condesa de Flandes y viuda de Felipe de Rouvres, duque de Borgoña, pero el papa Urbano VI se negó a dar la dispensa para el matrimonio por el parentesco de ambos. Luego, alentó la sublevación de Jacobo van Artevelde, que pactó con él, asegurándose el suministro de lana y enviando al exilio en Francia a Luis, conde de Flandes; en su ausencia nombró gobernador del territorio al barón Simón de Mirabello (van Halen), cuñado de Luis y consuegro de Van Artevelde.
El rey francés consideró hostil este acto y, ante el Parlamento, procedió a confiscar el ducado de Guyena a Eduardo; este, en respuesta, renegó del vasallaje prestado al rey, reclamó sus derechos al trono francés y envió a París un desafío en el que escribió una frase que sería famosa: «para Felipe, el que se llama a sí mismo rey de Francia» (1337). Comenzaba así la guerra de los Cien Años. El ejército inglés estaba mejor entrenado y equipado, con poderosa artillería y caballería, que el francés. Gracias a su pacto con los burgueses flamencos, penetró en Francia por el condado de Flandes, con la ayuda de estos y la promesa de la del emperador de Alemania. Felipe VI había enviado un ejército para cortarle el paso en el antepuerto de La Esclusa, en Brujas, pero fue vencido. El posterior asalto inglés a Tournai fracasó por el agotamiento de las tropas y la falta de la colaboración imperial convenida, por lo que Eduardo tuvo que firmar las treguas de Esplachin.
La guerra pudo acabar allí, pero la disputa dinástica en el ducado de Bretaña sirvió de excusa para reanudarla. Eduardo III desembarcó en Normandía y emprendió una feroz cabalgada por Francia. Felipe VI partió en su persecución y lo alcanzó en Crécy, donde, pese a no estar preparados, los ingleses consiguieron una aplastante victoria (1346). Al año siguiente, tomaron Calais —que conservaron doscientos años—, y la peste negra obligó a Felipe VI a establecer una tregua, que duró siete años (1347-1354).
Al reanudarse la contienda, las operaciones militares las dirigieron nuevos jefes: por parte francesa, el nuevo rey Juan II el Bueno, sucesor de su padre Felipe VI, muerto en 1350; por la inglesa, Eduardo, príncipe de Gales, primogénito de Eduardo III y conocido como el «Príncipe Negro». Durante los siguientes seis años, continuaron las depredaciones inglesas, que Juan II trató de frenar infructuosamente en la batalla de Poitiers (1356), en la que fue completamente derrotado, pese a su superioridad numérica, gracias a la brillante acción militar del Príncipe Negro. Además, el propio monarca francés cayó prisionero, ante la total conmoción de Europa.
En 1360, se firmó el Tratado de Brétigny. Juan II fue liberado, y Eduardo III conservó la provincia de Calais y obtuvo los ducados de Guyena y Aquitania —en total, casi un tercio del reino de Francia—, de las que nombró lugarteniente al Príncipe Negro; pero también se estipuló que renunciaba a todo derecho a la corona de Francia. En el lugar del rey Juan II quedaron presos familiares suyos, pero como uno de ellos escapó, el monarca consideró su deber caballeresco el regresar al cautiverio, en el que murió en 1364. Entretanto, Eduardo III afirmaba su autoridad en Inglaterra: en 1363, firmó un tratado con su cuñado David II, rey de Escocia, por el cual, si este moría sin herederos, la corona pasaría a manos suyas. Tres años más tarde, en 1366, Eduardo desconoció la autoridad del papa en el reino de Inglaterra, vasallo de la Iglesia desde 1213.
Los últimos años de su reinado estuvieron marcados por reveses internacionales y luchas internas, causados en gran medida por la mala salud del monarca. La suerte de la guerra en Francia cambió para los ingleses: el delfín y ya rey Carlos V el Sabio, regente del reino desde la batalla de Poitiers, aprovechó la «paz» para reorganizar el gobierno central; para evitar luchas internas, envió a Castilla las llamadas «compañías blancas», al mando de Bertrand du Guesclin, para apoyar a Enrique de Trastámara en su lucha contra su hermano Pedro I el Cruel. La excusa de Carlos para intervenir en Castilla fue la muerte de Blanca de Borbón, hermana de su esposa, Juana de Borbón, primera esposa de Pedro I, asesinada por orden suya. Eduardo III entonces encargó a su hijo el Príncipe Negro defender al rey Pedro I, con lo que la guerra entre franceses e ingleses continuó, pero en diferente lugar. Du Guesclin derrotó a los ingleses y el de Trastámara ascendió al trono como Enrique II de Castilla tras matar a Pedro I en los campos de Montiel (1369).
Al no recibir su sueldo de parte del asesinado monarca castellano, el Príncipe Negro exigió el tributo correspondiente a sus ducados de Guyena y Aquitania. Carlos V acudió en auxilio de ambos ducados, lo que suscitó la furia del Príncipe Negro. Carlos arguyó que Eduardo III había infringido el Tratado de Bretigny al no rendirle homenaje y le declaró de nuevo la guerra. Esta vez, los franceses obtuvieron una brillante victoria, con la ayuda de Castilla, en La Rochela, por lo que tuvo que firmarse el Tratado de Brujas (1375), en el que Eduardo III renunció a todas sus posesiones francesas, conservando solamente Calais, Burdeos, y Bayona.
La reina Felipa había fallecido en el castillo de Windsor el 15 de agosto de 1369. Desde su muerte, el rey cayó bajo el influjo de su amante, Alicia Perrers, quien, junto con Juan de Gante, tercer hijo del rey, controlaba el país, aún más desde la derrota en Francia, cuando el monarca, aquejado de senilidad, dejó el poder totalmente en sus manos. El Príncipe Negro murió en el palacio de Westminster, el 8 de junio de 1376. Fue un golpe del cual el rey jamás se repuso. El Parlamento aprovechó para decretar el destierro de la Perrers. Eduardo III falleció en el palacio de Sheen, en Surrey, el 21 de junio de 1377, a los 64 años de edad, apenas trece días después del primer aniversario de la muerte de su primogénito. Fue sepultado en la abadía de Westminster. Lo sucedió su nieto Ricardo, hijo del Príncipe Negro.
Eduardo fue un hombre de mucho genio, aunque también capaz de dar numerosas muestras de clemencia. En muchos aspectos fue un rey convencional, interesado principalmente en asuntos bélicos. Los historiadores liberales (whigs) rompieron con la visión tradicional de Eduardo —que le presentaba como un rey excelente— y le acusaron de ser un aventurero irresponsable. En la actualidad este punto de vista ha sido abandonado y la historiografía moderna lo valora muy positivamente.[1]
Infancia
Eduardo nació en Windsor el 13 de noviembre de 1312, por lo que en su infancia a menudo lo llamaban Eduardo de Windsor.[2] El nacimiento consolidó temporalmente la posición de su padre,[3] Eduardo II, muy dañada por las numerosas derrotas militares, rebeliones de la aristocracia y corrupta administración que marcaron su reinado.[nota 1] Entre las razones para la debilidad de su posición se contaba la indolencia y derrotas del monarca en la guerra con Escocia.[5] Otra de las causas de la impopularidad del rey era su reducida camarilla de favoritos, en la que centraba sus mercedes.[6] Probablemente como medida para restaurar la autoridad real tras años de crisis, el rey nombró a Eduardo conde de Chester con apenas doce días;[7] menos de dos meses después, el monarca creó una corte propia para el recién nacido. El joven Eduardo gozó así de cierta autonomía como príncipe.[1] Al igual que todos los reyes de Inglaterra desde los tiempos de Guillermo el Conquistador, se lo educó en francés y no hablaba inglés.[8]
En 1325, Carlos IV de Francia, cuñado de Eduardo II, le exigió que le prestase homenaje por su feudo de Aquitania.[9] Eduardo II era reacio a dejar Inglaterra en un momento en que volvía a crecer el descontento, en especial por la relación del rey con su favorito Hugo Despenser el Joven.[4] Por tanto, decidió otorgar a su hijo Eduardo el título de duque de Aquitania y enviarlo en su lugar a Francia a prestar homenaje a Carlos.[10][11] Al joven príncipe lo acompañó su madre, Isabel, hermana del rey Carlos; entre las tareas del príncipe y de su comitiva estaba la firma de un tratado de paz con los franceses.[11]
Derrocamiento de Eduardo II y ascenso al trono
En Francia, Isabel se dedicó a conspirar con el exiliado Roger Mortimer para derrocar a Eduardo.[12] Para recabar apoyos para su maquinación, Isabel prometió al príncipe Eduardo con Felipa de Henao, que por entonces contaba doce años.[13] Los confabulados desembarcaron en Inglaterra. El 20 de enero de 1327, cuando Eduardo contaba catorce años, la reina, Isabel de Francia, y su amante, Mortimer, encabezaron la revuelta de barones contra Eduardo II. Este, casi desprovisto de apoyo, fue apresado y obligado a abdicar en favor de su hijo el 25 de enero. Encarcelado, fue asesinado poco tiempo después.[nota 2] Eduardo III fue coronado el 1 de febrero en la abadía de Westminster de Londres por Walter Reynolds, arzobispo de Canterbury, y quedó tutelado por los regentes, que fueron su madre y Mortimer.[15] Este era el señor efectivo del reino y sometía al joven rey a constantes humillaciones y ofensas. El 24 de enero de 1328, el rey contrajo matrimonio con Felipa de Henao en la catedral de York.[16]
Problemas sucesorios en Francia
Heredero de la corona francesa
Pese a ser nieto de Felipe el Hermoso, fue excluido de la sucesión al trono francés en 1328. Este hecho se debió en la elección hecha al fallecer Luis X de Francia en 1316. En efecto, ese año aconteció un suceso con un único precedente: Luis falleció sin tener heredero varón, situación que no se daba desde los tiempos de Hugo Capeto; la heredera directa del reino era la hija del difunto rey, Juana, aún menor de edad.[17] La infidelidad probada de la reina Margarita en 1314 —falleció en prisión el año siguiente— podía poner en duda la legitimidad de la princesa y hacía temer que cualquier pretendiente al trono la utilizase para acusar a Juana de bastarda y afirmar así su candidatura a la corona francesa.[18] Sin embargo, la reina Clemencia, segunda esposa del rey fallecido, estaba embarazada. El hermano de Luis, el poderoso Felipe, conde de Poitiers, caballero aguerrido e instruido por su padre en las labores de soberano, obtuvo el cargo de regente.[19]
La reina dio a luz un hijo varón al que bautizaron con el nombre de Juan.[19] La dinastía parecía salvada y el niño obtuvo el título de Juan I de Francia, pero murió a los cuatro días de nacer.[19] Entonces los grandes señores del reino declararon a Felipe de Poitiers el más apto para gobernar y este se hizo coronar, soslayando los derechos de Juana:[17] si bien el título real en general se heredaba y se obtenía en el acto de coronación, en momentos críticos aún se podía emplear la elección para escoger al nuevo soberano.[20] La usurpación de Felipe, aceptada por una asamblea de barones, burgueses y profesores de la Universidad de París, apartó a las hijas de Luis del poder.[20]
Felipe III el Atrevido (1270-1285) | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Luis de Evreux | Juana I de Navarra | Felipe IV el Hermoso | Carlos de Valois | ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Luis X el Obstinado (1314-16) | Felipe V (1316-22) | Isabel | Eduardo II (1307-27) | Carlos IV el Hermoso (1322-28) | Felipe VI (1328-50) | ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Felipe de Evreux (1328-43) | Juana II de Navarra (privada de la sucesión) | Juan I el Póstumo (1316) | Eduardo III (1327-77) | Juan II el Bueno (1350-64) | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Carlos II de Navarra (1332-87) | Carlos V el Sabio (1364-80) | ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Nota: Diagrama simplificado de los pretendientes a la corona francesa y sus relaciones. En fondo azul, los reyes de Francia; en rojo, los de Inglaterra; y en verde, los de Navarra.
Tras el breve reinado de Felipe V, que murió sin dejar heredero varón en 1322, obtuvo la corona el benjamín de los hermanos, Carlos IV, que aprovechó en este trance el ejemplo de Felipe.[21] El mismo procedimiento de soslayo de las hijas del monarca fallecido que había acontecido al morir Juan se repitió, esta vez sin protestas, al fallecer Felipe.[21] El reinado del nuevo soberano, empero, resultó también corto, apenas seis años.[21]
Sucesión de Carlos IV
Cuando Carlos IV de Francia, tercer y último hijo de Felipe el Hermoso feneció sin heredero varón en 1328, la cuestión dinástica era la siguiente: Juana de Navarra aún no tenía hijos (Carlos de Navarra nació cuatro años más tarde) e Isabel de Francia, última hija de Felipe el Hermoso, tenía uno, Eduardo III, rey de Inglaterra. No estaba claro, empero, que pudiese transmitirle un derecho que ella misma no podía ejercer debido a la ley sálica. Además del marido de Juana y primo hermano de los últimos tres reyes franceses, Felipe de Évreux, competían por la corona Eduardo —gran señor feudal del reino en tanto que duque de Guyena y conde de Ponthieu— y Felipe de Valois, primo también de los últimos reyes franceses y nieto de Felipe III.[21] Los dos primeros eran jóvenes y la situación favorecía al tercero, tanto por su madurez y su residencia en el reino como por la influencia política de su padre.[21]
Aunque Eduardo III aspirase al trono francés, quien lo ocupó fue Felipe VI de Valois.[22][21] Era hijo de Carlos de Valois,[21] el mayor de los hermanos menores de Felipe el Hermoso, lo que le hacía descender por línea paterna de los capetos. Su elección fue un acto geopolítico que expresaba claramente la conciencia nacional en formación, pues suponía el rechazo de la opción de un soberano extranjero, que obtuviese el título mediante casamiento con la reina viuda.[23] Los pares de Francia rehusaron entregar la corona a un rey extranjero, como ya habían hecho diez años antes.[24] La decisión de 1316 de apartar de la sucesión a la corona a las mujeres se confirmó en 1328 y no suscitó gran resistencia, si bien no se debió a la ley sálica, que se infringía de manera habitual los feudos franceses.[21]
La noticia no sorprendió en Inglaterra: únicamente Isabel de Francia, hija de Felipe el Hermoso, protestó por la decisión que privaba a su hijo del trono francés; envió a dos obispos a París, que no fueron recibidos. El Parlamento inglés, reunido en 1329, declaró además que Eduardo no tenía derecho al trono del país vecino y debía rendir homenaje al soberano francés como señor de Aquitania.[25] Al igual que Isabel, Juana de Navarra, eliminada de la sucesión en 1316, lo fue de nuevo en 1328. Su hijo Carlos, que era el descendiente varón más directo de Luis X de Francia, nació en 1332 y no pudo, por lo tanto, ser considerado aspirante en 1328.
Toma del poder
Mortimer era consciente de la precariedad de su poder, que se acentuó cuando Eduardo y su esposa, Felipa de Henao, tuvieron un vástago el 15 de junio de 1330.[26][27] Mortimer empleó su posición para adquirir títulos y propiedades, como el condado de la marca del país de Gales; la mayoría de los títulos habían pertenecido a Edmund FitzAlan, noveno conde de Arundel, que había permanecido fiel a Eduardo II en la disputa con Isabel y Mortimer, y que había sido ajusticiado el 17 de noviembre de 1326. La derrota de las huestes inglesas ante los escoceses en la batalla de Stanhope Park y el subsiguiente Tratado de Edimburgo-Northampton de 1328 agudizaron el descontento con Mortimer.[28]
La ambición y arrogancia de Mortimer le granjearon el odio de los nobles, lo que favoreció al joven Eduardo. El príncipe rápidamente se percató de que la codicia del amante de su madre había provocado el descontento de la nobleza, y decidió recabar su apoyo. La ejecución de Edmundo de Woodstock, hermano de Eduardo II, en marzo de 1330 causó indignación entre la nobleza e inquietó intensamente a Eduardo, que se sintió amenazado.
Pese a su juventud, el rey era obstinado, estaba decidido a gobernar sin tutela, deseaba evitar la suerte que habían corrido su padre y su tío y ansiaba vengarse de las humillaciones que había sufrido. Con casi dieciocho años, Eduardo estaba listo para tomarse la revancha. El 19 de octubre de 1330, Mortimer e Isabel dormían en el castillo de Nottingham. Al amparo de la noche, un grupo de fieles a Eduardo penetraron en la fortaleza por un pasadizo secreto y alcanzaron la alcoba de Mortimer. Allí lo detuvieron en nombre del rey y luego lo condujeron a la torre de Londres. Se lo despojó de sus tierras y de sus títulos y se lo acusó de haber usurpado la autoridad real. La madre de Eduardo –posiblemente embarazada de Mortimer– solicitó clemencia en vano al rey. Eduardo condenó a Mortimer a muerte un mes después de haberle arrebatado el poder, sin juicio. Se lo ahorcó el 29 de noviembre de 1330. Isabel, por su parte, fue recluida en el castillo de Rising (Norfolk) donde se cree que abortó —murió en él el 22 de agosto de 1358—. Para su dieciocho cumpleaños, Eduardo había completado la venganza y se había hecho con el poder en Inglaterra.[29]