Rebelión cantonal
insurrección de carácter federalista en distintas regiones y ciudades españolas durante la Primera República Española (1873-1874) / De Wikipedia, la enciclopedia encyclopedia
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La Rebelión cantonal (o Revolución cantonal) fue una insurrección que tuvo lugar durante la Primera República española entre julio de 1873 y enero de 1874. Sus dirigentes fueron en muchos casos los republicanos federales «intransigentes», que querían instaurar inmediatamente la República Federal de abajo arriba sin esperar a que las Cortes Constituyentes elaboraran y aprobaran la nueva Constitución Federal; esta posición defendían los sectores «centrista» y «moderado» del Partido Republicano Federal (también conocidos en su conjunto como «benevolentes» por oposición a los «intransigentes»), pero los «intransigentes» dudaban de su compromiso con La Federal. La insurrección también respondió «a las expectativas populares puestas en el régimen» republicano.[2][3][4]
Rebelión cantonal | ||||
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Focos de sublevación cantonal y principales batallas (sobre las fronteras autonómicas actuales) | ||||
Fecha | 12 de julio de 1873-13 de enero de 1874 | |||
Lugar | Andalucía, Valencia, Murcia y otros lugares de España | |||
Casus belli | Proclamar la República Federal Española de "abajo arriba" | |||
Resultado | Victoria del gobierno republicano | |||
Consecuencias | Fin de la República Federal | |||
Beligerantes | ||||
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Comandantes | ||||
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Bajas | ||||
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La rebelión se inició el 12 de julio de 1873 en Cartagena ―aunque tres días antes había estallado la Revolución del Petróleo de Alcoy por iniciativa de la sección española de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT)― extendiéndose por las regiones de Valencia, Murcia y Andalucía a partir del 19 de julio, tras conocerse la dimisión del «centrista» Francisco Pi y Margall y la formación del nuevo gobierno presidido por el «moderado» Nicolás Salmerón. Este último, frente a la política de Pi y Margall de combinar la persuasión con la represión, no dudó en emplear al ejército para sofocar la rebelión y nombrar a los generales Arsenio Martínez Campos y Manuel Pavía, opuestos a la República Federal, para comandar las operaciones militares, política que acentuó el siguiente gobierno del también «moderado» Emilio Castelar, que, tras suspender las sesiones de las Cortes, comenzó el asedio y bombardeo de Cartagena, el último reducto de la rebelión, que no caería en manos gubernamentales hasta el 12 de enero de 1874, una semana después del golpe de Pavía que puso fin a la República Federal dando paso a la dictadura de Serrano.[5]
Aunque la rebelión cantonal fue considerada como un movimiento «separatista» por el Gobierno de Emilio Castelar —una percepción compartida por las clases medias y altas—, la historiografía actual destaca que la rebelión únicamente buscaba reformar la estructura del Estado, sin querer en ningún momento romper la unidad de España.[6][7][8][9][10][11]
En 2002 Gloria Espigado Tocino señalaba que «el cantonalismo no ha gozado de muchas simpatías entre los historiadores» y que la imagen que prevalecía, como ya había advertido José María Jover en 1991,[12] era la acuñada durante la Restauración sobre la Primera República como «la encarnación viva del desorden y el desgobierno» y cuya «fase más extremista, o cantonal, era asimilada al terror comunalista». También destacaba la paradoja de que esta visión tan negativa hubiera sido asumida por la inmensa mayoría de los republicanos, que renegaban del federalismo.[13]
Veintiún años después, en 2023, Ester García Moscardó insistía de nuevo en que esa visión negativa seguía siendo «la explicación clásica de la revolución cantonal: una insurrección separatista, encabezada por oportunistas despechados ["escasa minoría de frustrados buscadores de empleo", los había llamado el historiador C.A.M. Hennessy] que habían agitado interesadamente a las masas contra la república y que, en última instancia, habrían sido los responsables de su caída».[14] «Una imagen caótica de 1873 que marcó la memoria colectiva durante generaciones».[15] Por su parte Florencia Peyrou se quejaba de que la única monografía existente sobre la rebelión cantonal seguía siendo la publicada en 1998 por José Barón Fernández.[16][17]
Frente a la explicación clásica que sigue teniendo sus defensores, como Alejandro Nieto[18] o Jorge Vilches,[19] Ester García Moscardó plantea entender «la propuesta cantonal» «como una de las posibles soluciones al problema de la construcción efectiva de la democracia que se planteó tras el triunfo de la Revolución Gloriosa en 1868».[20] En la misma línea renovadora Florencia Peyrou considera que «el cantonalismo constituyó por encima de todo un intento de llevar a cabo la federación, para conjurar el riesgo de involución del proceso revolucionario y para implementar toda una serie de reformas que se vinculaban con el republicanismo más avanzado desde hacía tiempo. Los dirigentes intransigentes... querían implementar un comunalismo municipalista; un modelo de democracia directa...».[21]
Por otro lado, según Ester García Moscardó, «la herida que abrió en el federalismo el enfrentamiento armado entre amigos y correligionarios fue devastadora. La profunda decepción con los ideales y con los hombres se apoderó de muchos republicanos y, después de aquello, fue imposible recomponer el partido».[22] Hasta el punto que algunos sectores republicanos, especialmente los encabezados por Emilio Castelar y por Nicolás Salmerón, abandonaron el federalismo.[23] Alejandro Nieto coincide: «la rebelión cantonalista fue una línea roja que separó para siempre y sin remedio a las dos fracciones federales».[24]