Reinado de Carlos IV de España
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El reinado de Carlos IV de España (1788-1808) estuvo marcado por el impacto que tuvo en España la Revolución Francesa de julio de 1789[1] y su desarrollo posterior, especialmente después de que en 1799 Napoleón Bonaparte se hiciera con el poder.[2]
La respuesta inicial de la corte de Madrid fue el llamado «pánico de Floridablanca» y la confrontación con el nuevo poder revolucionario tras la destitución, encarcelamiento y ejecución de Luis XVI, el jefe de la Casa de Borbón que también reinaba en la Monarquía de España, lo que condujo a la Guerra de la Convención (1793-1795)[3] que fue un desastre para las fuerzas españolas.
En 1796 Carlos IV y su todopoderoso primer ministro Manuel Godoy dieron un giro completo a su política respecto de la República Francesa y se aliaron con ella, lo que provocó la primera guerra con Gran Bretaña (1796-1802), que se desarrolló en el marco de la Guerra de la Segunda Coalición y que supuso otro duro revés para la Monarquía de Carlos IV, además de provocar una severa crisis de la Hacienda Real que se intentó solucionar con la llamada «desamortización de Godoy» —el favorito quedó apartado del poder durante dos años (1798-1800)—.
Tras la efímera Paz de Amiens de 1802 se inició la segunda guerra con Gran Bretaña, en el marco de la Guerra de la Tercera Coalición, en la que la flota franco-española fue derrotada por la flota británica al mando del almirante Nelson en la batalla de Trafalgar (1805), lo que abrió la crisis definitiva de la Monarquía de Carlos IV, que culminaría con la conspiración de El Escorial de noviembre de 1807 y con el motín de Aranjuez de marzo de 1808, en el que Godoy perdió definitivamente el poder y Carlos IV se vio forzado a abdicar en su hijo Fernando VII. Sin embargo, dos meses después ambos acabarían firmando las abdicaciones de Bayona por las que cedían a Napoleón Bonaparte sus derechos a la Corona, quien a su vez los cedería a su hermano José I Bonaparte.
La mayoría de españoles, denominados «patriotas», no reconocieron las abdicaciones y siguieron considerando a Fernando VII como su rey en cuyo nombre se inició la Guerra de la Independencia Española, pero una minoría, formada por los llamados despectivamente «afrancesados», apoyaron a la Monarquía de José I, por lo que aquel conflicto fue la primera guerra civil de la Historia contemporánea de España.
El historiador Pedro Rújula ha destacado que durante el reinado de Carlos IV, lo que puede resultar paradójico por tratarse de «un rey tan poco carismático», tuvo lugar «un proceso de consolidación simbólica de la monarquía como referencia política con la que los vasallos se sentían progresivamente identificados». Es lo que se ha denominado «patriotismo monárquico», o «contrarrevolucionario», por oposición al «patriotismo» de la Revolución francesa, basado en el principio de la soberanía nacional.[4] «El resultado fue un reforzamiento del poder absoluto del monarca apoyado en las excepcionales circunstancias que vivió España en el tránsito del siglo XVIII al XIX. El despotismo ministerial, entendido como concentración de poder en manos de la monarquía, fue más cierto que nunca. Sin embargo, esto se producía en una etapa crepuscular de las monarquías absolutas».[5]