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concepto filosófico y psicológico De Wikipedia, la enciclopedia libre
La autonomía (del griego auto, "uno mismo", y nomos, "norma") es un concepto moderno, procedente de la filosofía y, más recientemente, de la psicología, que, en términos generales, expresa la capacidad de cada persona para darse reglas a sí misma o de tomar decisiones sin intervención ni influencias externas. Se opone a heteronomía.
En el ámbito filosófico, se integra entre las disciplinas que estudian la conducta humana
La autonomía es ser responsable de sí mismo, y encara el problema de cómo se comporta la persona ante sí misma y la sociedad. Se ha estudiado tradicionalmente en la filosofía bajo el binomio libertad-responsabilidad, de manera que su opuesto sería el binomio determinismo-libertad. Los análisis sobre la libertad (o libre albedrío como se denomina dentro de la tradición cristiana) recorren la historia de la filosofía desde sus inicios, y cobran especial importancia a partir de la introducción de la noción de pecado durante la expansión del Cristianismo. Eso explica que la cuestión de la libertad no haya sido analizada con la misma abundancia durante la Antigüedad clásica que durante las épocas posteriores.[cita requerida] Los planteamientos más recientes en el campo de la autonomía se deben a Jean Piaget y a su discípulo Lawrence Kohlberg.[cita requerida]
Immanuel Kant (1724-1804) definió la autonomía mediante tres temas relativos a la ética contemporánea. En primer lugar, la autonomía como el derecho de uno a tomar sus propias decisiones excluyendo cualquier interferencia de otros. En segundo lugar, la autonomía como la capacidad de tomar tales decisiones a través de la propia independencia mental y tras una reflexión personal. En tercer lugar, como una forma ideal de vivir la vida de forma autónoma. En resumen, la autonomía es el Derecho moral que uno posee, o la capacidad que tenemos para pensar y tomar decisiones por uno mismo proporcionando cierto grado de control o poder sobre los acontecimientos que se desarrollan dentro de la vida cotidiana.[1]
El contexto en el que Kant aborda la autonomía es en relación con la teoría moral, planteando cuestiones tanto fundacionales como abstractas. Él creía que para que haya moralidad, debe haber autonomía. "Autónomo" deriva de la palabra griega autonomos [2] donde 'auto' significa uno mismo y 'nomos' significa gobernar (nomos: como puede verse en su uso en nomárchēs que significa jefe de la provincia). La autonomía kantiana también proporciona un sentido de autonomía racional, lo que significa simplemente que uno posee racionalmente la motivación para gobernar su propia vida. La autonomía racional implica tomar tus propias decisiones, pero no puede hacerse únicamente en aislamiento. Se requieren interacciones racionales cooperativas tanto para desarrollar como para ejercer nuestra capacidad de vivir en un mundo con otros.
Kant argumentó que la moralidad presupone esta autonomía (en alemán: Autonomie) en los agentes morales, ya que los requisitos morales se expresan en imperativos categóricos. Un imperativo es categórico si emite un mandato válido independiente de los deseos o intereses personales que proporcionarían una razón para obedecer el mandato. Es hipotético si la validez de su mandato, si la razón por la que se puede esperar que uno lo obedezca, es el hecho de que uno desea o está interesado en algo más que la obediencia al mandato implicaría. "No conduzcas a gran velocidad por la autopista si no quieres que te pare la policía" es un imperativo hipotético. "Está mal infringir la ley, así que no vayas a toda velocidad por la autopista" es un imperativo categórico. La orden hipotética de no circular a alta velocidad por la autopista no es válida para ti si no te importa que te pare la policía. La orden categórica es válida en cualquier caso. Cabe esperar que los agentes morales autónomos obedezcan la orden de un imperativo categórico aunque carezcan de un deseo o interés personal en hacerlo. Sin embargo, queda abierta la cuestión de si lo harán.
El concepto kantiano de autonomía suele malinterpretarse, dejando de lado el importante punto de la autosujeción del agente autónomo a la ley moral. Se piensa que la autonomía se explica plenamente como la capacidad de obedecer un mandato categórico independientemente de un deseo o interés personal en hacerlo -o peor aún, que la autonomía es "obedecer" un mandato categórico independientemente de un deseo o interés natural; y que la heteronomía, su opuesto, es actuar en su lugar por motivos personales del tipo al que se hace referencia en los imperativos hipotéticos.
En su Fundamentación de la metafísica de la moral, Kant aplicó el concepto de autonomía también para definir el concepto de persona y dignidad humana. La autonomía, junto con la racionalidad, son vistas por Kant como los dos criterios para una vida con sentido. Kant consideraría que una vida vivida sin estos no merece la pena ser vivida; sería una vida de valor igual a la de una planta o un insecto.[3] Según Kant la autonomía es parte de la razón por la que hacemos a los demás moralmente responsables de sus acciones. Las acciones humanas son moralmente dignas de alabanza o culpa en virtud de nuestra autonomía. Los seres no autónomos como las plantas o los animales no son culpables debido a que sus acciones no son autónomas.[3] La posición de Kant sobre el crimen y el castigo está influenciada por sus puntos de vista sobre la autonomía. Lavar el cerebro o drogar a los criminales para que se conviertan en ciudadanos respetuosos con la ley sería inmoral, ya que no se estaría respetando su autonomía. La rehabilitación debe buscarse de forma que se respete su autonomía y dignidad como seres humanos.[4]
Jean Piaget estudió el desarrollo cognitivo de los niños, analizándolos durante sus juegos y mediante entrevistas, estableciendo (entre otros principios) que el proceso de maduración moral de los niños se produce en dos fases: la primera de heteronomía y la segunda de autonomía:[cita requerida]
El tránsito de un razonamiento a otro se produce durante la pubertad.[cita requerida]
El psicólogo estadounidense Lawrence Kohlberg (1927-1987) continúa los estudios de Piaget, planteando dilemas morales a diferentes adultos y ordenando las respuestas. Sus estudios recogieron información de diferentes latitudes para eliminar la variabilidad cultural, y se centraron en el razonamiento moral, y no tanto en el comportamiento o sus consecuencias. A través de entrevistas a chicos adolescentes y jóvenes, que debían intentar resolver "dilemas morales", Kohlberg profundizó en el desarrollo de los estadios del desarrollo moral. Las respuestas que daban podían ser una de dos cosas. O bien elegían obedecer una determinada ley, figura de autoridad o norma de algún tipo, o bien elegían llevar a cabo acciones que sirvieran a una necesidad humana pero que a su vez rompieran esta norma o mandato dado.[5]
Sus estudios recogieron información de diferentes latitudes (Estados Unidos, Taiwán, México) para eliminar la variabilidad cultural, y se centraron en el razonamiento moral, y no tanto en la conducta o sus consecuencias. De esta manera, Kohlberg estableció tres estadios de moralidad, cada uno de ellos subdividido en dos niveles. Se leen en sentido progresivo, es decir: a mayor nivel, mayor autonomía.[5][6]
El dilema moral más popular era el de la mujer de un hombre que se acercaba a la muerte debido a un tipo especial de cáncer. Como el medicamento era demasiado caro para obtenerlo por su cuenta, y como el farmacéutico que lo descubrió y vendió no sentía compasión por él y sólo quería beneficios, lo robó. Kohlberg pregunta a estos adolescentes (de 10, 13 y 16 años) si creen que eso es lo que debería haber hecho el marido o no. Por lo tanto, en función de sus decisiones, dieron respuestas a Kohlberg sobre razonamientos y pensamientos más profundos y determinaron lo que valoran como importante. Este valor determinaba entonces la "estructura" de su razonamiento moral.[7]
Kohlberg estableció tres estadios de moralidad, cada uno de los cuales se subdivide en dos niveles. Se leen en sentido progresivo, es decir, niveles más altos indican mayor autonomía.[6]
Kohlberg afirma que los niños viven en el primer estadio, mientras que apenas un 20 por ciento de los adultos llegan al nivel 5, y solamente un 5 por cuento alcanzan el nivel 6.[cita requerida]
A pesar de las críticas contra el modelo de Kohlberg, hoy en día goza de amplio consenso y reconocimiento.[cita requerida]
Robert Audi caracteriza la autonomía como el poder autogobernado de hacer valer las razones para dirigir la propia conducta e influir en las propias actitudes proposicionales.[8]: 211–2 [9] Tradicionalmente, la autonomía sólo se refiere a cuestiones prácticas. Pero, como sugiere la definición de Audi, la autonomía puede aplicarse para responder a razones en general, no sólo a razones prácticas. La autonomía está estrechamente relacionada con la libertad, pero ambas pueden separarse. Un ejemplo sería un preso político que se ve obligado a hacer una declaración a favor de sus oponentes para garantizar que sus seres queridos no sufran daños. Como señala Audi, el preso carece de libertad pero sigue teniendo autonomía, ya que su declaración, aunque no refleje sus ideales políticos, sigue siendo una expresión de su compromiso con sus seres queridos.[10]: 249
La autonomía suele equipararse a la autolegislación en la tradición kantiana.[11][12] La autolegislación puede interpretarse como el establecimiento de leyes o principios que deben seguirse. Audi está de acuerdo con esta escuela en el sentido de que debemos hacer valer las razones de un modo basado en principios. Responder a las razones por mero capricho puede seguir considerándose libre, pero no autónomo.[10]: 249, 257 El compromiso con principios y proyectos, por otro lado, proporciona a los agentes autónomos una identidad a lo largo del tiempo y les da un sentido del tipo de personas que quieren ser. Pero la autonomía es neutral en cuanto a los principios o proyectos que respalda el agente. Así, diferentes agentes autónomos pueden seguir principios muy distintos.[10]: 258 Pero, como señala Audi, la autolegislación no es suficiente para la autonomía, ya que las leyes que no tienen ningún impacto práctico no constituyen autonomía.[10]: 247–8 Es necesaria alguna forma de fuerza motivacional o poder ejecutivo para pasar de la mera autolegislación al autogobierno.[13] Esta motivación puede ser inherente al propio juicio práctico correspondiente, posición conocida como internalismo motivacional, o puede llegar al juicio práctico externamente en forma de algún deseo independiente del juicio, como sostiene el externalismo motivacional.[10]: 251–2
En la tradición Humean, los deseos intrínsecos son las razones a las que debe responder el agente autónomo. Esta teoría se denomina instrumentalismo.[14][15] Audi rechaza el instrumentalismo y sugiere que deberíamos adoptar una postura conocida como objetivismo axiológico. La idea central de esta perspectiva es que los valores objetivos, y no los deseos subjetivos, son las fuentes de la normatividad y, por tanto, determinan lo que los agentes autónomos deben hacer.[10]: 261ff
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