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intento de aniquilar totalmente a la población judía de Europa De Wikipedia, la enciclopedia libre
El Holocausto[1] —también conocido por su término hebreo, Shoá (traducido como «La Catástrofe»)— es el genocidio realizado por el régimen de la Alemania nazi contra los judíos de Europa durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial.[2] Los asesinatos tuvieron lugar en todos los territorios ocupados por Alemania en Europa.[3] Sería el desenlace de un concepto racista alemán puesto en práctica por los nazis, conocido por ellos como la solución final a la cuestión judía, o sencillamente la «solución final» (en alemán: Endlösung).[4]
Holocausto | ||||||||||
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Desde arriba. 1.ª fila: Fosas comunes de Bergen-Belsen tras su liberación en abril de 1945. 2.ª fila: Prisioneros judíos procedentes de Hungría recién llegados a Auschwitz en mayo de 1944; imagen izquierda, chimeneas de los crematorios II y III de Birkenau. 3.ª fila: cadáveres en abril de 1945 en el ya liberado campo de concentración de Nordhausen (izquierda). Hornos crematorios en Buchenwald con huesos de mujeres alemanas contrarias a los nazis, abril de 1945 (derecha). 4.ª y última fila: Auschwitz en 2009. | ||||||||||
También conocido como | Shoá (La Catástrofe), Solución final (Endlösung) | |||||||||
Ubicación | Europa | |||||||||
Fecha | Segunda Guerra Mundial | |||||||||
Contexto | Supremacía racial | |||||||||
Perpetradores | Gobierno de la Alemania nazi y sus Estados colaboracionistas | |||||||||
Víctimas | Pueblo judío y otros grupos étnicos, sociales e ideológicos. | |||||||||
Campo | Auschwitz y otros | |||||||||
Cifra de víctimas | Aproximadamente 11 millones de personas asesinadas | |||||||||
La decisión nazi de llevar a la práctica el genocidio fue tomada entre finales del verano y principios del otoño de 1941[5] y el programa genocida alcanzó su punto culminante en la primavera de 1942 —desde finales de 1942, las víctimas eran transportadas regularmente en trenes de carga, especialmente conducidos a campos de exterminio donde, si sobrevivían al viaje, la mayoría eran asesinados sistemáticamente en las cámaras de gas—.[6] A cargo de su planificación, organización administrativa y supervisión estuvo Heinrich Himmler.[7] Por lo demás, fue la repetida retórica antisemita de Adolf Hitler la que incentivó la ejecución de las matanzas, que además contaron directamente con su aprobación.[8] De esta forma, entre 1941 y 1945, la población judía de Europa fue perseguida y asesinada sistemáticamente, en el mayor genocidio del siglo XX. Sin embargo, este exterminio no se limitó sólo a los judíos, sino que los actos de opresión y asesinato se extendieron a otros grupos étnicos y políticos.[9] Cada brazo del aparato del Estado alemán participó en la logística del genocidio, convirtiendo al Tercer Reich en un «Estado genocida».[10] Las víctimas no judías de los nazis incluyeron a millones de polacos, comunistas y otros sectores de la izquierda política, homosexuales, gitanos, discapacitados físicos y mentales y prisioneros de guerra soviéticos.
Dada la dificultad para establecer cifras certeras, se ha tomado la cifra simbólica de seis millones de muertos en torno a la comunidad judía.[11][12] Se estima que, en total, murieron un mínimo de once millones de personas y, de ellas, un millón habrían sido niños. Asimismo, de los judíos residentes en Europa antes del Holocausto, aproximadamente dos tercios fueron asesinados.[13] La maquinaria del Holocausto tenía una red de aproximadamente 42 500 instalaciones por toda Europa para confinar y matar a sus víctimas y contó con la participación directa de entre 100 000 y 500 000 personas para su planificación y ejecución.[14] Entre los métodos utilizados estuvieron la asfixia por gas venenoso (Zyklon B), los disparos, el ahorcamiento, los trabajos forzados, el hambre, los experimentos pseudocientíficos, la tortura médica y los golpes.[15]
Por otro lado, a lo largo del Holocausto se produjeron episodios de resistencia armada contra los nazis. El ejemplo más notable fue el levantamiento del gueto de Varsovia de 1943, cuando miles de combatientes judíos mal armados se enfrentaron durante cuatro semanas a las SS. Se estima que entre 20 000 y 30 000 judíos participaron en Europa del Este en los movimientos partisanos creados durante la Segunda Guerra Mundial en los países ocupados por Alemania, que contaron con millones de guerrilleros.[16] Los judíos franceses también tuvieron gran actividad en la Resistencia francesa. En total, se produjeron alrededor de un centenar de levantamientos judíos armados.
El Parlamento Europeo y el Consejo de la Unión sancionaron una ley que entró en vigor a finales de 2007 penando el negacionismo del Holocausto y de todos los demás crímenes nazis;[17] además la Comisión Europea creó en el 2010 la base de datos de Infraestructura europea para la investigación del Holocausto (EHRI), destinada a reunir y unificar toda la documentación y archivos que conciernen al genocidio.[18] Por otro lado, la ONU rinde homenaje a las víctimas del Holocausto desde 2005, habiendo fijado el 27 de enero como el Día Internacional de la Memoria de las Víctimas del Holocausto, dado que ese día de 1945, el Ejército Rojo de la Unión Soviética liberó el campo de concentración de Auschwitz.[19]
El concepto de genocidio, como pena judicial, no entra en vigor hasta 1954; de hecho en los Juicios de Núremberg no fue reconocido como delito.[20] La Convención para la prevención y la sanción del delito de genocidio es un documento de Naciones Unidas aprobado en 1948.[21] Su principal impulsor fue el jurista polaco Raphael Lemkin que fue el primero en utilizar y definir el delito de genocidio en un libro publicado en 1946, en el que denunció los crímenes nazis cometidos en la Europa ocupada.[21]
Los primeros en usar el término «Holocausto» fueron los historiadores judíos de finales de la década de 1950; la generalización de dicho término se produjo a finales de los años sesenta.[22]
La palabra «holocausto» proviene de la traducción griega del texto masorético conocida como Versión de los setenta, en la que el término olokaustos (ὁλόκαυστος: de ὁλον, ‘completamente’, y καυστος, ‘quemado’) traduce una palabra hebrea que se refiere a un sacrificio consumido por el fuego.[23]
También se utiliza para nombrarlo el término Shoá (Shoah o Sho'ah),[24] término proveniente del hebreo שואה y cuyo significado es «catástrofe».[25] La palabra forma parte de la expresión Yom ha-Sho'ah, con la que se nombra en Israel al día oficial de la Memoria del Holocausto.
En yidis para referirse al Holocausto se emplea la expresión hurb'n eiropa,[26] y ella posee el significado de «Destrucción [de las comunidades judías] de Europa», incluyendo esto también la cultura de las mismas.[27]
En cuanto a la historia del uso del término «holocausto», desde el siglo XVI se empleó la expresión holocaust en el idioma inglés para catástrofes extraordinarias de incendios con gran cifra de víctimas. En el siglo XVIII la palabra adquiere un significado más general de muerte violenta de gran número de personas.[28]
Antes del genocidio judío perpetrado por los nazis, Winston Churchill usó la expresión holocaust en su publicación El mundo en crisis en referencia al genocidio armenio en Turquía.[29] En relación con el uso de la palabra holocausto para referirse al genocidio de aproximadamente seis millones de judíos europeos durante la Segunda Guerra Mundial,[30] en la entrada «Holocaust» de la Encyclopaedia Britannica (2007), la definición es la siguiente:
la matanza sistemática, patrocinada por el Estado, de seis millones de hombres, mujeres y niños judíos, y millones de otros, [perpetrada] por la Alemania Nazi y sus colaboradores durante la Segunda Guerra Mundial. Los alemanes la llamaron «la solución final para la cuestión judía».[31]
La persecución y el asesinato de los judíos no se desarrollaron exclusivamente en Alemania o en los distintos campos de exterminio, sino que también tuvieron lugar en Rusia, Europa Oriental y la península balcánica, donde los alemanes y sus colaboradores (austriacos, lituanos, letones, ucranianos, húngaros, rumanos, croatas y otros) llevaron a cabo múltiples matanzas de judíos en fosas, bosques, barrancos y trincheras.[32]
En la posguerra y en la década de 1950 no hubo una toma de conciencia del hecho mismo del Holocausto. Los judíos eran considerados unas víctimas más de la Segunda Guerra Mundial, por lo que el Holocausto «está poco presente en el debate público, y los propios judíos no intentan introducirlo. Los sobrevivientes a menudo querían hablar, pero no se les escuchaba demasiado...», comenta Michel Wieviorka. Cuando se empieza a hablar en Occidente de la destrucción de los judíos de Europa es en la década de 1960 a raíz del proceso a Adolf Eichmann y es entonces cuando empieza a difundirse el término Holocausto, aunque este no alcanzará a todas las capas de la población hasta la emisión en 1978 de la serie televisiva norteamericana Holocausto. Por su parte el término Shoah, utilizado en Israel, no se populariza en Occidente hasta la década de 1980, especialmente tras el estreno en 1985 del monumental documental de Claude Lanzmann Shoah. Después películas —como La lista de Schindler— y libros contribuyen a que el Holocausto esté presente en la conciencia colectiva. Según Michel Wieviorka, la toma de conciencia del Holocausto constituye «un gran escudo, aporta una barrera a toda expresión fuerte de antisemitismo».[33]
La historiografía sobre el nazismo y el Holocausto ha discutido desde siempre el grado de diseño u organización previa con la que se llevó a cabo el genocidio y, asimismo, el grado de implicación de Hitler, tanto en lo que se refiere a si hubo una orden directa y explícita del mismo para que se iniciase, como en si hubo respaldos explícitos por su parte durante su ejecución.
La imperfección de las fuentes, que en buena medida es un reflejo del secretismo de las operaciones de asesinato y de la deliberada falta de claridad en el lenguaje empleado para referirse a ellas, ha llevado a los historiadores a extraer conclusiones muy diversas, aun a partir de las mismas evidencias, en cuanto al momento y la naturaleza de la decisión o decisiones de exterminar a los judíos.[34]
En el estado actual de conocimientos, parece asentada la idea de que el Holocausto no se desarrolló siguiendo las directrices de ningún plan perfectamente definido; de hecho, no se tiene constancia de ningún documento que recogiese un diseño específico para el mismo. Así las cosas, se considera que
la Solución Final, tal y como surgió, era una unidad dentro de un número concreto de «programas» organizativamente distintos, uno de los cuales, surgiendo de las condiciones específicas del Warthegau y permaneciendo en todo momento bajo la dirección del mando de la provincia más que bajo el control central de la oficina principal de la Seguridad del Reich, fue el programa de exterminio de Chelmno.[35]
En cuanto al grado de responsabilidad directa de Hitler, Adolf Eichmann recordó, años después de terminada la guerra, que Heydrich le había comunicado que tenía una orden de Hitler para exterminar físicamente a los judíos.[36] En esta línea, hasta la década de 1970[37] se aceptaba que la «solución final» se había puesto en marcha a partir de una orden directa de Hitler. Sin embargo, en 1977 el historiador Martin Broszat dio un giro a esta visión de los hechos notando que Hitler no había dado ninguna «orden exhaustiva de exterminio general», sino que habían sido los «problemas para aplicar la deportación general», tras la invasión de la URSS, los que habían llevado a los dirigentes nazis a iniciar los asesinatos en masa de judíos en las regiones que estuviesen bajo su mandato. Solo retrospectivamente, esos asesinatos habrían sido notados por la dirección nazi y reconvertidos en un programa de exterminio más general y concienzudo.[38] En concreto,
el programa de exterminio de los judíos se desarrolló gradualmente de un modo institucional y fue puesto en práctica mediante acciones individuales hasta principios de 1942, para adquirir un carácter definitivo después de la construcción de los campos de exterminio en Polonia (entre diciembre de 1941 y julio de 1942).[39]
Esta línea de interpretación sería respaldada desde 1983 por otro historiador, Hans Mommsen, quien ha insistido en la idea de que la Solución Final surgió a partir de los fragmentados procesos de toma de decisiones del nazismo, los cuales permitirían las iniciativas particulares al respecto y la acumulación de la radicalización de las mismas. Para él, está claro que Hitler conocía y aprobaba todo lo que sucedía, pero la improbabilidad de que pudiese haber una orden formal suya en relación con el genocidio se compadece perfectamente con sus intentos explícitos de ocultar su responsabilidad personal y, subconscientemente, de suprimir la realidad circundante.[40]
Con todo, ha habido historiadores, como Christopher R. Browning, que han mantenido la idea de una decisión concreta de Hitler, que habría tenido lugar durante el verano de 1941 y cuyo reflejo habría sido la orden de Göring a Heydrich por la que le instaba a preparar una solución total a la «cuestión judía» (otros historiadores, como Philippe Burrin, no veían detrás de este mandato la orden de Hitler). La aprobación del plan de exterminio por parte de Hitler habría ocurrido a finales de octubre o noviembre de ese año, una vez paralizada la invasión a la URSS.[41]
Otras hipótesis al respecto han apuntado a enero de 1941 como fecha para una decisión de Hitler de exterminar a los judíos (Richard Breitman); a agosto de 1941, justo al conocerse la declaración de la Carta del Atlántico firmada por Roosevelt y Churchill (Tobías Jersak); a diciembre de ese mismo año (Christian Gerlach); e, incluso, a junio de 1942, justo después del asesinato de Reinhard Heydrich en Praga (Florent Brayard).
Son seguras, sin embargo, sus declaraciones justificativas del genocidio, especialmente concentradas durante los primeros meses de 1942, y con referencias directas que demuestran su conocimiento del mismo.[42]
En las dos últimas décadas, y dado que además de que no se ha encontrado ninguna orden de Hitler relacionada con el Holocausto, «parece improbable que Hitler diera una orden única y explícita para ejecutar la Solución Final»,[43] la historiografía se ha decantado por la idea de que nunca se tomó una decisión única y específica de matar a los judíos de Europa.[44] Con todo, durante su proceso en Jerusalén en 1961, Adolf Eichmann confesó que durante la Conferencia de Wannsee (1942) «se estudiaron con rigor los [más efectivos] métodos para exterminar a todo el pueblo judío que vivía en Europa».[45]
Con relación a Hitler, cuyo papel principal habría sido el de una especie de árbitro entre los líderes nazis que fueron tomando las decisiones que desembocaron en el genocidio, el historiador Ian Kershaw ha hablado de su «autoridad carismática» como fuente del mecanismo psicológico mediante el cual sus subordinados trabajaban con
la expectativa de que [sus deseos e intenciones] eran las «pautas para la acción», con la certidumbre de que las acciones que estuvieran en consonancia con esos deseos e intenciones merecerían su aprobación y confirmación.[46]
Así las cosas, su papel al respecto es menos evidente de lo que puede parecer a simple vista. Los historiadores no han llegado a ningún acuerdo claro en relación con el grado de intervención directa de Hitler para dirigir la política de exterminio, lo que incluye el debate acerca de si hubo por su parte una orden o, incluso, si hubo necesidad de la misma.[47] Las dificultades al respecto radican, al parecer, en el estilo de liderazgo de Hitler, muy poco burocrático y que, desde que comenzó la guerra, fomentó el secretismo y el encubrimiento transmitiendo sus órdenes y deseos solo de forma verbal y en aquellos casos, sobre todo los más sensibles, en que era algo estrictamente necesario.[48]
En lo que se considera «un punto de inflexión» y «un antes y un después en la vida judía en Europa», el discurso de Hitler en el Congreso alemán en 1939 (sobre el futuro de Europa y en particular sobre el destino del judaísmo europeo) parece despejar toda duda sobre quién ordenó el exterminio del pueblo judío: «Si los financieros judíos internacionales de dentro o fuera de Europa vuelven a llevar a las naciones a una guerra mundial…el resultado no será el triunfo del bolchevismo en el mundo y con ellos el triunfo del judaísmo, sino la aniquilación total de la raza judía en Europa».[49]
El Tercer Reich se impuso como uno de sus objetivos prioritarios la reestructuración racial de Europa. En ella, desempeñó un papel fundamental el antisemitismo, que se incardinó en
una ideología o Weltanschauung [concepción del mundo] milenarista que proclamaba que «el judío» constituía el origen de todos los males, en especial del internacionalismo, el pacifismo, la democracia y el marxismo, y que era el responsable del surgimiento del cristianismo, la Ilustración y la masonería. Se estigmatizaba a los judíos como «un fermento de descomposición», desorden, caos y «degeneración racial», y se los identificaba con la fragmentación interna de la civilización urbana, el ácido disolvente del racionalismo crítico y la relajación moral; se hallaban detrás del «cosmopolitismo desarraigado» del capital internacional y de la amenaza de la revolución mundial. Eran el Weltfeind (el «enemigo mundial») contra el cual el nacionalsocialismo definió su propia y grandiosa utopía racista de un Reich que duraría mil años.[50]
Además de esta ideología, la ejecución del genocidio tuvo como soporte a la sociedad alemana, la más moderna y con más nivel de desarrollo técnico de Europa, y que contaba con una burocracia organizada y eficiente.[51]
El antisemitismo presente, en mayor o menor medida, en Europa Occidental y Estados Unidos, además de los problemas económicos derivados de la Gran Depresión, provocaron también «la desgana de los responsables políticos británicos y estadounidenses a la hora de realizar algún esfuerzo significativo de salvamento de judíos europeos durante el Holocausto».[52]
El Partido nazi, que tomó el poder en Alemania en 1933, tenía entre sus bases ideológicas la del antisemitismo, profesado por una parte del movimiento nacionalista alemán desde mediados del siglo XIX. El antisemitismo moderno se diferenciaba del odio clásico hacia los judíos en que no tenía una base religiosa, sino presuntamente racial. Los nacionalistas alemanes, a pesar de que recuperaron bastantes aspectos del discurso judeófobo tradicional, particularmente del de Lutero, consideraban que ser judío era una condición innata, racial, que no desaparecía por mucho que uno intentara asimilarse en la sociedad cristiana. En palabras de Hannah Arendt, se cambió el concepto de judaísmo por el de judeidad.[53] Por otro lado, el nacionalismo sólo creía en el Estado nación caracterizado por la homogeneidad cultural y lingüística de su población. Considerados como nación perteneciente a otra raza, extranjera, inferior e inasimilable a la cultura alemana, los judíos solo podían ser segregados y excluidos del cuerpo social. Frente a la raza judía, extraña al pueblo germánico, colocaban los nazis a la raza aria, sosteniendo que solo esta última constituía la nación alemana, la única llamada a dominar Europa.[54]
La primera cuestión era determinar quién era judío. Los nacionalistas alemanes no habían logrado establecer una línea divisoria clara entre judíos y no judíos; había en Alemania numerosas personas descendientes de judíos conversos que no tenían ya ninguna relación con la cultura judía, así como numerosas familias mixtas y sus descendientes. En este sentido, la primera preocupación de los nazis fue crear un criterio para basar la posterior segregación.
Las primeras leyes dirigidas contra los judíos no incorporaban todavía una definición del ser judío y se hablaba en general de «no arios». La definición finalmente adoptada fue la siguiente: judío era quien tuviera al menos tres abuelos judíos, fuera cual fuera la religión de la persona interesada. Quienes tuvieran dos o un solo abuelo judío, eran Mischlinge, es decir, medio judíos. Los primeros, con dos abuelos judíos, eran «Mischlinge de segundo grado» y podían ser reclasificados como judíos en función de complejas consideraciones (su religión o la de su cónyuge, por ejemplo). Podían también ser «liberados» de su condición y convertirse en arios en pago a los servicios prestados al régimen, o podían seguir siendo Mischlinge, con lo que estaban sometidos a ciertas restricciones en tanto que «no arios», pero no a las persecuciones dirigidas contra los judíos. Los Mischlinge de primer grado eran los que tenían un único abuelo judío y en general eran tratados como arios plenos. Los Mischlinge de uno u otro grado abundaban en Alemania y a menudo lograban ocultar su condición. El dirigente de las SS Reinhard Heydrich, El Carnicero de Praga, era Mischlinge de segundo grado, dato que fue ocultado celosamente por sus superiores nazis.[cita requerida]
Para el psicólogo social Harald Welzer, estudioso del comportamiento de las sociedades ante las catástrofes sociales, la irracionalidad de los motivos no influye en la racionalidad de la acción, cosa que se verificó en el Holocausto y también corrobora un enunciado de William Thomas: «Si las personas definen las situaciones como reales, éstas son reales en sus consecuencias».[55]
Tras la Primera Guerra Mundial, el Imperio alemán (Deutsches Reich) se dotó de una Constitución que lo definía como una República, de ahí el nombre de República de Weimar con el que habitualmente se conoce a Alemania en el periodo que va de 1919 a 1933.[56]
Desde un punto de vista sociológico, la República de Weimar se estableció
sobre el telón de fondo de unos traumas nacionales sin precedentes: en los alemanes pesaban gravemente la derrota inesperada en la Gran Guerra, la abdicación del emperador, la amenaza de la revolución comunista en su propio país, la humillación del Tratado de Versalles y la perspectiva del pago de exorbitantes reparaciones de guerra a los Aliados occidentales.[57]
Hubo también, a partir de la guerra, un generalizado incremento de la violencia en Alemania, hasta el punto de que desde 1918 esta fue una de sus principales características: la violencia de la guerra total fue vista como un presagio de una nueva sociedad, dura y moderna, donde la virilidad y la crueldad serían factores esenciales. Muchos de los miembros de las unidades de Frikorps que habían continuado la lucha tras la Gran Guerra en Polonia y el Báltico, regresaron a Alemania y se integraron en grupos paramilitares como el en formación movimiento nazi, y fueron responsables entre 1919 y 1922 de más de 300 asesinatos políticos. La reacción de la judicatura, sobre todo en los casos en que las víctimas eran claramente izquierdistas, fue benevolente. Este estado de cosas, facilitó que el ciudadano medio viese con indulgencia la escalada de violencia que acompañó al nazismo en su llegada al poder entre 1930 y 1932. Así, cuando se produjeron el ataque nazi de 1933 contra la izquierda y las purgas en su propio movimiento al año siguiente, Hitler, que había admitido su responsabilidad, consiguió la aprobación generalizada y un aumento de popularidad.[58]
A lo anterior hay que añadir un considerable caos económico y político, todo lo cual repercutió en que la derecha nacionalista empezase a perfilarse como enemiga de un régimen al que hacía responsable de la situación, incidiendo especialmente en determinadas consecuencias del tratado, como el reconocimiento por parte de Alemania de su culpabilidad de guerra, la pérdida de territorios, la reducción del ejército y la dependencia de préstamos extranjeros. Una inflación masiva en 1923 y el consecuente colapso monetario, que afectaron duramente a las clases trabajadora y media, redondearon un contexto ideal para el surgimiento de una oposición radical al régimen.
Simultáneamente, ya desde 1918, la económicamente fuerte población judía alemana (poco más de medio millón de personas) fue objeto de atención por una
propaganda intensiva que (...) llevaron a cabo las organizaciones antisemitas völkisch (racistas), que marcaron a los judíos con el estigma de haberse dedicado a acaparar para enriquecerse en tiempo de guerra, a actividades en el mercado negro y a la especulación bursátil, así como con el de ser responsables de la derrota en la Primera Guerra Mundial.[59]
En el contexto del interés global europeo por diversas teorías de raza seudocientíficas, desarrolladas mucho antes de la Primera Guerra Mundial y con el objeto de justificar la exclusión y represión de determinados sectores de la sociedad,[60] en 1923 se creó la primera cátedra de higiene racial en la Universidad de Múnich y en 1927, en Berlín, el Instituto Emperador Guillermo de Antropología, Herencia Humana y Eugenesia.[61]
En general, los sentimientos antijudíos se recrudecieron con las crisis económicas y políticas que se desarrollaron entre 1918 y 1923. Por un lado, se empezó a asociar a los judíos con actividades subversivas por el papel desempeñado por diversos socialistas y comunistas judíos (Rosa Luxemburg, Kurt Eisner, Gustav Landauer, Eugen Leviné, Hugo Haase, etc.) en las frustradas revoluciones de 1918-1919. La mayoría de ellos terminarían siendo asesinados por miembros de la derecha nacionalista, incluido Walter Rathenau, el primer judío que había llegado al cargo de ministro de Asuntos Exteriores de Alemania.
Por otro lado, desde 1920 se experimentó una inmigración masiva de judíos polacos en Berlín. Sin trabajo y con dificultades para adaptarse por el idioma, se convirtieron en objetivo para las quejas xenófobas de muchos.
Así, el nuevo nacionalismo adoptó la violencia como un modo de alcanzar la salvación nacional. Desde principios de la década de 1920, una nueva generación de estudiantes universitarios bien preparados de clase media asimiló las ideas völkisch de nacionalismo racista extremo; ideas que, diez o quince años después de terminar sus estudios, cuando llegaron a los puestos más altos de las SS y la Policía de Seguridad, y a los puestos estratégicos del Estado y del partido, pondrían en práctica.[62]
En definitiva, la sociedad de la República de Weimar se fue polarizando, tanto en las clases privilegiadas como en las populares, en dos grandes grupos: por un lado, aquellos que cerraron filas ante los entendidos como los valores tradicionales y auténticos de Alemania, y, por otro, aquellos que amenazaban con su modernidad a estos: el socialismo, el capitalismo y, especialmente, como cabeza de turco de estos dos, los judíos. Y, paulatinamente,
la ideología de la raza fue absorbida por una generación de alemanes cultos que alcanzaron la madurez durante los años posteriores a la Primera Guerra Mundial y que posteriormente llegaron a destacar en el mando de las SS, la policía y el aparato de seguridad, es decir, la fuerza ejecutiva ideológica del régimen y el motor más importante de la política racial.[63]
El recrudecimiento en Alemania del sentir antijudío, una constante histórica en Europa desde el origen del cristianismo, se hizo notar ya a finales del siglo XIX, cuando degeneró en antisemitismo. Fue durante ese siglo cuando algunos judíos intentaron resolver la marginalidad a la que les llevaba la observancia de las normas de su religión por medio bien de la asimilación al cristianismo, bien transformándose en una nueva clase de judíos.[64] La consecuencia fue una presencia social entre los no judíos que no pasó inadvertida para muchos de estos, lo que posibilitó la aparición de reacciones antisemitas incluso en medios intelectuales. Así, por ejemplo, en unos artículos de 1879 y 1880, el historiador nacionalista alemán Heinrich von Treitschke llegó a escribir que «los judíos son nuestra desgracia» (Die Juden sind unser Unglück), una frase que sería retomada más adelante como eslogan por parte de los nazis.[65] Y fue también en esos años cuando Wilhelm Marr acuñó los términos «antisemita» y «antisemitismo» y se hizo muy conocido con su ensayo La victoria del judaísmo frente al germanismo: desde un punto de vista confesional, en donde insistía en la peculiaridad racial, y no tanto religiosa, de los judíos, además de crear una organización llamada «Liga Antisemita», cuyo ideario era esencialmente antijudío.[66]
Ya en el siglo XX, la culpabilización de los judíos como responsables de la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial fue una actitud general entre los soldados que participaron en ella. El 25 de diciembre de 1918, por ejemplo, un grupo de veteranos creó la asociación Stahlhelm («Casco de acero»), de carácter nacionalista y antisemita.
Por su parte, los nacionalistas de derecha, los monárquicos conservadores y las viejas élites, atemorizados por la revolución de Octubre, asociaban el bolchevismo con el judaísmo y creían en la posibilidad de una conspiración judía. En cuanto a las clases medias y bajas, la creencia en que los judíos habían obtenido ganancias económicas a costa de la guerra y las reparaciones posteriores era también frecuentes. En general, existía un cierto malestar por la inmigración de judíos desde el Este (entre 1918 y 1933 la política antisemita del gobierno de Polonia había llevado a 60 000 judíos a emigrar a Alemania) y por la convicción de que el capital estaba en manos de judíos (aun así, en 1925 los judíos constituían apenas un 0,9 % de la población alemana, 564 379 personas).[67]
Así las cosas, y teniendo en cuenta que justo tras la guerra ya se había convertido en un éxito de ventas el panfleto antisemita ruso Protocolos de los sabios de Sion,
en 1933, ya había en Alemania más de cuatrocientas asociaciones y entidades antisemitas, así como unas setecientas publicaciones periódicas antijudías [que, en buena parte], retrataban a los judíos no solo como una amenaza económica y política, sino también como un peligro para las mujeres alemanas y la pureza de la raza. Los medios de opinión más respetables y conservadores deploraban la permisividad de costumbres, la cultura modernista y la actividad política radical de Berlín de los años veinte, que atribuían a la influencia judía y marxista.[68]
El antisemitismo dio origen también a numerosas publicaciones antisemitas, tanto literarias como periódicas. Además de lecturas infantiles como la titulada No puedes fiarte de un zorro en un brezal ni del juramento de un judío, los libros de texto para niños presentaban a Hitler como un gran guerrero nórdico y describían a los no nórdicos como menos que humanos. El currículo insistía en la teoría de razas, especialmente con la introducción de la biología racial y seudocientífica.[69]
En 1923 empezó a circular en Núremberg (donde entre 1922 y 1933 se profanaron alrededor de 200 tumbas judías, profanación que fue generalizada en todo el país en 1927) el periódico pronazi y antisemita Der Stürmer (El asaltante), que retomó la frase «Los judíos son nuestra desgracia» como eslogan. El 4 de julio de 1927, Goebbels publicó el número uno del también antisemita Der Angriff («El ataque»), con el objeto de mantener vivo el espíritu del partido nazi los años en que fue ilegal en Berlín. Constituido en órgano oficial del partido nazi, incitaba a la violencia contra los judíos.
En 1929 se creó, por un lado, la Liga de Médicos Alemanes Nacional-Socialistas, con el objeto de centralizar el interés en la eugenesia, y, por otro, la Liga para Luchar por la Cultura Alemana, una asociación antisemita y antibolchevique dirigida por Alfred Rosenberg que centró sus acciones en la lucha contra lo que él llamaba «arte degenerado».
En 1935 se inició la publicación de las revistas antisemitas Deutsche Wochenschau für Politik Wirtschaft, Kultur und Technik (Semanario alemán de política, economía, cultura y tecnología) y Zeitschrift für Rassenkunde (Revista de ciencia racial»), una publicación seudocientífica. En 1936, Goebbels fundó el Instituto del NSDAP para el Estudio del Tema Judío y se publicó la primera tirada de la revista Forschungen zur Judenfrage (Investigación sobre el Tema Judío), también de carácter seudocientífico. En julio de 1937, se inauguró en Múnich la exposición Entartete Kunst (Arte degenerado), una muestra de obras de arte consideradas inaceptables de autores judíos y no judíos, y en noviembre otra exposición titulada Der Ewige Jude (El eterno judío), en la que se asociaba a los judíos con el bolchevismo, además de mostrar sus características raciales tópicas: nariz ganchuda, labios grandes y frente inclinada.[70]
Las zonas de mayor antisemitismo (en el siglo XIX, la violencia antijudía era habitual en ellas)[71] y, por tanto, más receptivas a las ideas nazis al respecto fueron Franconia, Hesse, Westfalia y otras partes de Baviera. Allí, los elementos de hostilidad arcaica hacia los judíos, se fusionaron a finales del XIX con las nuevas corrientes ideológicas del nacionalismo völkisch, el antisemitismo racial que fue la base del racismo nazi.
Con todo,
cuando los no judíos se vieron confrontados, ante sus propios ojos, con la brutalidad y el salvajismo nazi contra la minoría judía, o sintieron sus intereses económicos o incluso su medio de vida amenazado por el estrecho boicot sobre los negocios judíos, reaccionaron a menudo de forma negativa, incluso con rabia y repugnancia (aunque pocas veces, al parecer, por compasión humanitaria hacia las víctimas).[72]
Posteriormente, cuando se vieron obligados a evitar el contacto social y económico con ellos, los alemanes desarrollaron, según la interpretación del historiador Ian Kershaw, una «indiferencia fatídica» hacia el destino de los judíos. Así, pues, la política antijudía llevada a cabo en los años previos al comienzo de la guerra contó con una amplia aprobación social por cuanto no afectaba a las experiencias diarias de la gran mayoría de la población.[73] Desde otro punto de vista, los historiadores Otto Dov Kulba y Aaron Rodrigue han preferido calificar de «complicidad pasiva» a la actitud de la ciudadanía alemana ante el trato dado a los judíos por parte del nazismo.
En general, la historiografía distingue entre la actitud durante los años anteriores a la guerra y la actitud durante la misma. Así, en la época previa la sociedad alemana mantuvo una amplia diversidad de puntos de vista sobre los distintos asuntos que la afectaban, fiel reflejo de la pluralidad de influencias de muy diversa índole que la afectaban. En este sentido, hubo variados obstáculos a la penetración ideológica nazi generalizada, sobre todo en asuntos relacionados con las esferas de interés de las iglesias de confesión cristiana y en las preocupaciones económicas del día a día, especialmente las relaciones laborales, respecto de las cuales se produjeron protestas colectivas y acciones de desobediencia civil. Respecto de la cuestión judía, se han señalado cuatro actitudes básicas:[74] violenta y agresiva, sobre todo por parte de los radicales nazis; de aceptación de las normas legales de discriminación y exclusión; crítica, por motivos morales, religiosos, humanistas, éticos, económicos e ideológicos, por parte de diversos sectores sociales; y de indiferencia.
Con todo, un periódico como Der Stürmer (El atacante), que recordaba las acusaciones medievales contra los judíos de asesinos rituales de niños cristianos y de utilizar la sangre de estos para ritos religiosos, llegó a tener unos 600 000 lectores.[75]
Respecto del conjunto de la Iglesia cristiana, aunque
fue prácticamente el único organismo libre del pensamiento nazi en Alemania y conservó tanto una enorme influencia sobre la formación de opinión, como el potencial (...) para formar y fomentar una opinión popular independiente y contraria a la propaganda y la política nazi,[76]
estuvo sujeta a la derrota reciente de Alemania en la primera guerra mundial, la inestabilidad del gobierno, el temor al comunismo, la persecución política y el terror desencadenados por los nazis y a la actitud ambivalente de algunos de sus líderes ante el racismo, dada la tradición cristiana de antijudaísmo que aún conservaba fuerzas a comienzos del siglo XX, por lo que las declaraciones públicas tajantes contra el antisemitismo no fueron unánimes como debieron y las declaraciones explícitas sobre los judíos fueron excepcionales. Así, en enero de 1933 el obispo de Linz, Gfollner, que consideraba que no se podía ser un buen católico siendo nazi,[77] indicaba en una de sus pastorales que era deber de los católicos el adoptar una «forma moral de antisemitismo».[78] Esta consideración antisemita fue rechazada el mismo año por la totalidad del episcopado católico austriaco, denunciando esa carta por despertar el odio y el conflicto.[79] En agosto de 1935 un pastor protestante conocido por su antinazismo, Martin Niemöller, afirmaba que la historia judía era siniestra y que los judíos llevarían por siempre una maldición por haber sido responsables de la muerte de Jesús;[80] el mismo pastor, recordaría en abril de 1937 la desgracia que suponía el que Jesús hubiera nacido como judío. A pesar de su antisemitismo, fue detenido el 1 de julio por su oposición al nazismo.
El rechazo de los nazis al origen semítico del cristianismo llevó a un choque con el cristianismo y dentro de este, la mayor oposición surgió en el catolicismo. Los católicos correspondían al 30 % de los habitantes de Alemania.[81] Su posición ante los gobiernos germanos no era favorable, incluyendo durante el Imperio Alemán que había caído al perder la primera guerra mundial en 1918 y no existía ningún concordato que diera estabilidad a las relaciones con el estado alemán. Las relaciones entre la Iglesia católica y los nazis eran muy malas, pero esto iba más allá de una preocupación nazi sobre la lealtad de los católicos al estado alemán que deseaban los nazis. El antisemitismo nazi chocaba inevitablemente con un Jesús judío y en el caso de los católicos con el papel de la Virgen María también judía, de los apóstoles, el primer papa y los primeros santos, todos judíos.
Representados en imágenes por los católicos, Jesús, María, Pablo de Tarso, Pedro y los apóstoles se convertían en un problema práctico para la idea nazi de que la raza judía era maligna por sí misma y debía ser eliminada. Existía una contradicción entre la idea de la supremacía de la raza aria y la enseñanza de que Israel es el pueblo de las promesas y que Abraham (un judío) es el padre de la fe de todos los cristianos, peor aún decir que un judío es el salvador del mundo y que su madre judía, es madre de Dios, madre de los cristianos, intercesora ante su hijo, asunta al cielo y reina universal. Esto llevó a los nazis a buscar una adaptación del cristianismo que pudiera ser temporalmente tolerable para su ideología, por eso Hitler usó el término «cristianismo positivo» en el artículo 24 de la Plataforma del Partido Nazi en 1920, afirmando que:
Exigimos la libertad de culto para todas las denominaciones religiosas dentro del Estado, siempre y cuando no pongan en peligro su existencia o se opongan a los sentidos morales de la raza germánica. El partido, como tal, defiende el punto de vista de un cristianismo positivo sin unirse el mismo partido de forma confesional a ninguna denominación. Combate el espíritu judeo-materialista dentro y alrededor de nosotros.[82]
El ideólogo nazi Alfred Rosenberg jugó un papel importante en el desarrollo del cristianismo positivo para enfrentar al origen semítico del cristianismo tradicional. Rosenberg era neopagano y notoriamente anticatólico. Para él, el catolicismo y el judaísmo estaban fuertemente relacionados.[83] Siguiendo a los teóricos del movimiento racista völkisch, Rosenberg afirmaba que Jesús era un ario (específicamente un amorreo o hitita) y que el cristianismo original era una religión aria, pero que había sido corrompida y alterada (judaizada) por los seguidores de Pablo de Tarso y el catolicismo.[84] Enfatizaba que las enseñanzas antijudías de los marcionistas, maniqueistas y cátaros eran las verdaderas enseñanzas del Jesús original, ario, antijudío y sin la humildad que los católicos supuestamente le añadieron. Rosenberg escribió:
A partir de la descripción de Jesús uno puede seleccionar diferentes características. Su personalidad a menudo hace su aparición como suave y compasiva, entonces, otra vez, como un farol y áspera. Pero siempre es apoyado por el fuego hacia el interior. Es en el interés de la iglesia romana, con su ansia de poder, representar la humildad servil como la esencia de Cristo con el fin de crear tantos servidores como sea posible para este «ideal» motivado. Corregir esta representación es otro requisito imposible de erradicar del movimiento alemán de renovación. Jesús se nos presenta hoy como señor seguro de sí mismo, en el mejor y más alto sentido de la palabra.[85]
De acuerdo a los nazis existía un dualismo entre la raza aria nórdica divina (con su sangre, cultura y tierra) y la raza judía supuestamente maligna y opuesta a la raza aria.[86] Rosenberg escribió «el Mito del Siglo XX» (1930), donde como consecuencia de ese dualismo, describió a la Iglesia Católica como uno de los principales enemigos del nazismo[87] y proponía sustituir el cristianismo tradicional con el «mito de la sangre» neopagana.[88] El libro es antisemita radical y en consecuencia al cuestionar el origen semita del cristianismo se torna anticristiano en general y particularmente anticatólico, al considerar la universalidad del catolicismo y su «versión judaizada» del cristianismo como uno de los factores en la esclavitud espiritual de Alemania y de la contaminación semítica del mundo:
La idea judía del «siervo de Dios», que recibe misericordia de un arbitrario y absolutista Dios, ha pasado entonces a Roma y Wittenberg, y puede ser atribuida a Pablo como el verdadero creador de esta doctrina, es decir, que nuestras iglesias no son cristianas, sino paulinas. Jesús, sin duda, alcanzó el ser uno con Dios. Esta era su redención, su objetivo. Él no predicó una concesión condescendiente de misericordia de un ser todopoderoso, en la cara del cual incluso el alma humana más grande representa una pura nada. Esta doctrina de la misericordia es, naturalmente, muy bien acogida en todas las iglesias. Con tal interpretación errónea, la iglesia y sus líderes se presentan como los «representantes de Dios». En consecuencia, pudieron adquirir poder mediante la concesión de la misericordia a través de sus manos mágicas.[89]
En su ideología antisemita, los partidarios del cristianismo positivo afirmaban que las antiguas invasiones germánicas del imperio romano habían venido a «salvar» la civilización romana, que se había corrompido por la mezcla de razas y por el cristianismo «judaizado y cosmopolita». Pensaban que las persecuciones contra los protestantes en Francia y en otras áreas representaron la aniquilación de los últimos restos de la raza aria en esas zonas. Igualmente veían en las zonas del norte de Europa que abrazaron el protestantismo lo más cercano al ideal racial y espiritual ario, aunque no lo habían alcanzado al no haber roto totalmente el vínculo semítico. Rosenberg escribió:
Ahora podemos ciertamente también decir que el amor de Jesucristo ha sido el amor de uno que es consciente de su aristocracia de alma y de su fuerte personalidad. Jesús se sacrificó a sí mismo como un maestro, no como un sirviente... y también Martín Lutero sabía muy bien, lo que dijo, cuando poco antes de su muerte, escribió: «Estas tres palabras, libertad —cristiano— alemán, son al papa y a la corte romana nada, sino mero veneno, muerte, diablo e infierno. Ellos no pueden ni sufrir, ni ver ni oír. Nada más va a venir de esto, eso es seguro.[90]
Otro aspecto doctrinal del cristianismo positivo, consecuencia de la idea de superioridad aria, fue lograr la unidad nacional, para superar las diferencias confesionales, para eliminar el catolicismo y unir el protestantismo en una única iglesia nacional socialista cristiana que fue llamada Iglesia Evangélica Germánica.[91]
Como consecuencia ocurrió una reacción del cristianismo, que provino especialmente de los católicos. El cardenal Michael von Faulhaber estaba consternado por el totalitarismo, el neopaganismo y el racismo del movimiento nazi y como arzobispo de Múnich y Freising, contribuyó al fracaso en 1923 del intento de golpe de Estado de la cervecería de Múnich organizado por los nazis.[92]
Hitler fue a la cárcel por el fallido intento golpista de Múnich y escogió a Rosenberg en 1924 para dirigir el movimiento nazi en su ausencia.[93] En prisión, Hitler escribió Mein Kampf (Mi lucha), libro en el que sostenía que la ética judeocristiana «afeminada» había debilitando a Europa y que Alemania necesitaba un hombre de hierro para su restauración y entonces construir un imperio.[94] Así para el nazismo el vínculo judeocristiano planteaba un dilema a ser superado y el catolicismo era el más importante desafío.
Durante los años de 1920 a 1937, los líderes católicos hicieron diversos ataques francos contra la ideología nazi y la principal oposición cristiana al nazismo y sus ideas de la superioridad de la sangre surgieron de la Iglesia católica.[95] Antes de la llegada de Hitler al poder, los obispos alemanes advirtieron los católicos contra el racismo nazi. Algunas diócesis prohibieron a los fieles la pertenencia al Partido Nazi y la prensa católica condenó el nazismo.[96]
Este choque llevó a John Cornwell a escribir sobre el período nazi temprano:
En la década de 1930 el Partido del Centro alemán, los obispos católicos alemanes, y los medios de comunicación católica había sido fundamentalmente sólidos en su rechazo del nacionalsocialismo. Negaron a los nazis los sacramentos y los funerales en la iglesia y los periodistas católicos atacaron al nacionalsocialismo diariamente en 400 periódicos católicos de Alemania. La jerarquía instruyó a los sacerdotes para combatir el nacionalsocialismo en el ámbito local.[97]
En 1930 y 1931, diferentes conferencias de obispos católicos condenaron el nacionalsocialismo. Los obispos bávaros lo condenaron en cinco aspectos: colocar la raza sobre la religión; rechazar el antiguo testamento y por lo tanto los diez mandamientos; negar el primado del papa como autoridad externa a Alemania, querer una iglesia nacional alemana sin dogmas y usar en el artículo 24 del programa del partido la no oposición a los sentimientos morales de la raza germánica como criterio de moralidad cristiana.[98] Los obispos de Freising dijeron que el nazismo «adhiere a un programa religioso y cultural irreconciliable con la enseñanza católica» y que «el nacionalsocialismo contra nuestra esperanza adoptó los métodos de los bolcheviques, por lo tanto nosotros no podemos asumir la existencia de buena fe».[99] Igual hicieron la Conferencia de Obispos de Colonia, los obispos de Paderborn y Friburgo y la conferencia de Fulda (agosto de 1931).[100]
Con la hostilidad permanente hacia los nazis por parte de la prensa católica y el partido del Centro católico, pocos católicos votaron por los nazis en las elecciones de julio de 1932 que llevaron a la toma del poder por el partido nazi en Alemania. Las ciudades de mayoría católica como Colonia, Düsseldorf y Múnich y las zonas rurales católicas fueron inmunes al nazismo y el nacionalsocialismo logró sus votos fuera de las áreas geográficas de mayor población católica como en las ciudades de Hanover, Wuppertal, Chemnitz y Königsberg (votos de 40 % o más por los nazis).[101][102]
La sensación de que la concepción antisemita y racista de los nazis llegaba a la locura fue expresada por Konrad von Preysing obispo de Eichstät y uno de los mayores adversarios del nazismo, que al saber que Hitler había sido nombrado canciller dijo: «Hemos caído en las manos de los criminales y los locos».[103] Después del incendio del Reichstag o parlamento alemán el 27 de febrero de 1933, Hitler suspendió la mayoría de los derechos civiles (habeas corpus, libertad de expresión, de prensa, de asociación, a reuniones públicas y de la reserva de las comunicaciones), arrestó a los opositores e inició un proselitismo forzado con los paramilitares nazis para la elección parlamentaria del 5 de marzo de 1933[104] y el 23 de ese mes logró la aprobación de la ley habilitante (Ermächtigungsgesetz) que le daba poderes dictatoriales totales.
Durante el invierno y la primavera de 1933, Hitler ordenó la destitución de los funcionarios públicos católicos,[105] el líder de los trabajadores católicos, Adam Stegerwald, recibió una golpiza por parte de los camisas marrones pronazis, miles de miembros del partido católico estaban en campos de concentración para junio de 1933.[106] Bajo estas y otras fuertes medidas de presión por parte del gobierno nazi se acalló a los católicos y se firmó el concordato con la Iglesia Católica el 20 de julio de 1933[107] que entre otras imposiciones, forzó el reconocimiento de la disolución del único partido católico de Alemania, en efecto desde la ley habilitante, Alemania era para motivos prácticos un país con un único partido legal (el nazi).[108]
El punto de inflexión en las relaciones entre el cristianismo institucional y el nazismo se produjo con la firma del concordato entre la Santa Sede y el Reich. Por un lado, se daba un supuesto compromiso del nazismo con la Iglesia católica para respetarla mientras sus actividades se limitasen estrictamente a lo religioso (abandonando la política, la educación y la prensa); por otro, la Alemania nazi buscaba conseguir con el mismo una importante legitimación internacional. Hitler tenía un «flagrante desprecio» por el Concordato, escribió Paul O'Shea y su firma era para él no más que un primer paso en la «supresión gradual de la Iglesia católica en Alemania».[109]
En enero de 1934, Hitler nombró a Alfred Rosenberg como líder cultural y educativo del Reich. El 7 de febrero, el Vaticano prohibió el libro de Rosenberg El mito del siglo XX dando como razones que: «El libro desdeña todos los dogmas de la Iglesia católica…» argumenta la necesidad de fundar una nueva religión o una iglesia germánica y el libro proclama el principio: «hoy está surgiendo una nueva fe, el mito de la sangre, la fe en defender con sangre el divino ser del hombre: esta fe encarna el absoluto conocimiento de que la sangre norteña representa ese misterio que ha remplazado y superado los viejos sacramentos».[110][111]
En la llamada «noche de los cuchillos largos», del 30 de junio al 2 de julio de 1934, los nazis asesinaron a los líderes de la acción católica, de la asociación católica de jóvenes y del semanario católico de Múnich entre otros.[112] Esto tuvo un enorme efecto intimidatorio sobre la oposición política.
En julio de 1935 fue nombrado obispo de Berlín, Konrad von Preysing, uno de los mayores adversarios del nazismo. Hitler decía de él: «lo más sucio de la carroña son los que vienen vestidos con el manto de la humildad y el más sucio de estos es von Presying».[113] Von Preysing fue un decidido defensor de los judíos y algunos de sus más cercanos colaboradores en esta tarea murieron a manos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.[114][115] Von Preysing apoyó francamente a la resistencia clandestina alemana y el intento de golpe de Estado contra Hitler de julio de 1944 que fracasó y terminó con la ejecución de 4980 de los implicados.[116]
En septiembre de 1935 los nazis promulgan las leyes de Núremberg con medidas discriminatorias sin precedentes contra los judíos, retirándoles la ciudadanía, prohibiéndoles usar los símbolos patrios y casarse con personas no judías, entre otras medidas terribles. La población y los clérigos católicos se mostraron descontentos. Un reporte de la época trascribe: Aachen, septiembre de 1935. «Las nuevas leyes aprobadas en Núremberg no fueron recibidos con entusiasmo por el público... Como era de esperar conociendo la mentalidad de la población católica de la región, no hubo reacción de simpatía por parte de la iglesia. La única parte que fue bienvenida es que la legislación sobre la cuestión judía evitará las acciones ofensivas y la violenta propaganda antisemita. Sería deseable que a partir de ahora estas acciones antisemitas, a las que una gran parte de la población se opone, lleguen a su fin».[117]
Con las nuevas leyes, el 15 de noviembre de 1935
las iglesias alemanas empiezan a colaborar con los nazis, proporcionando informes al gobierno, indicando quién es cristiano y quién no; es decir, quién es judío.[118]
En 1937, Hans Kerrl, el ministro nazi de Asuntos para la Iglesia, explicó que el «cristianismo positivo» no «depende del Credo de los Apóstoles», ni de «la fe en Cristo como el hijo de Dios», en los que el cristianismo se basó, sino más bien, siendo representado por el Partido nazi: «El Führer es el heraldo de una nueva revelación». Con lo cual reforzaba la idea de desligar el cristianismo de su origen judío.[119]
Sin embargo, tras cuatro años de acoso constante contra los católicos en forma de detenciones de curas y monjas, cierre de conventos, monasterios y escuelas parroquiales, el papa Pío XI publicó el 14 de marzo de 1937 la encíclica Mit brennender Sorge («Con intensa ansiedad»), en la que expresaba su queja por estos hechos y lo que de ruptura del concordato suponían, y alertaba contra la deificación de conceptos como la raza, la nación y el estado. Difundida clandestinamente en Alemania, se leyó en las iglesias de todo el país el 21 de marzo, domingo de Ramos.[120]
En la encíclica, en cuya redacción participó el obispo de Berlín von Preysing, Pio XI compara a los líderes nazis con Judas (artículo 21): «Si el opresor ofrece el trato de apostasía que solo Judas puede, a costa de cualquier sacrificio mundano, respondan con Nuestro Señor: "Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás"».[121]
En el artículo 23 condena la doctrina de la superioridad racial base del antisemitismo nazi: «"Revelación" en su sentido cristiano, significa la palabra de Dios dirigida al hombre. El uso de esta palabra para las "sugestiones" de raza y sangre, por las irradiaciones de la historia de un pueblo, es una mera equivocación. Monedas falsas de este tipo no son moneda cristiana» y en el artículo 29 describe como pecado las políticas nazis y alerta sobre el daño para las generaciones porvenir: «El abandono resultante de los principios eternos de una moral objetiva, que educa la conciencia y ennoblece cada parte y organización de vida, es un pecado contra el destino de una nación, un pecado cuyo fruto amargo envenenará las generaciones futuras».[121]
En el artículo 30 de la encíclica Mit brennender Sorge refiriéndose al daño social y humano que las doctrinas nazis provocan y al derecho irrevocable de cada individuo independiente de su raza, dice: «Pero el antiguo paganismo reconoció que el axioma… "Nada puede ser útil, si no es a la vez moralmente bueno" (Cicerón, De Off. ii 30). Emancipado de esta regla oral, en el derecho internacional, el principio llevaría a un perpetuo estado de guerra entre las naciones; por ignorar en la vida nacional, por confusión del derecho y utilidad, el hecho básico de que el hombre como persona tiene derechos que recibe de Dios y que toda colectividad debe proteger contra la denegación, supresión o negligencia. Pasar por alto esta verdad es olvidar que el verdadero bien común, en última instancia, lleva a su medida la naturaleza del hombre, equilibrando los derechos personales y las obligaciones sociales, desde el propósito de la sociedad, establecida para el beneficio de la naturaleza humana. La sociedad, fue la intención del Creador para el pleno desarrollo de las posibilidades individuales y para los beneficios sociales, que, por un proceso de dar y recibir, cada uno puede reclamar por su propio bien y el de los demás. Los valores más altos y más generales, que solo puede proporcionar colectivamente, también se derivan del Creador para el bien del hombre y para el pleno desarrollo, natural y sobrenatural y la realización de su perfección. Descuidar este orden es sacudir los pilares sobre los que descansa la sociedad y comprometer la paz social, la seguridad y la existencia».[121]
Los nazis reaccionaron con furia, Hitler juró «venganza contra la Iglesia» por su apoyo al «sionismo» y tomaron severas represalias por esta encíclica.[122] Thomas Bokenkotter escribe: «los nazis estaban furiosos. Como venganza cerraron y sellaron todas las imprentas que imprimen la encíclica. Ellos tomaron numerosas medidas vengativas contra la Iglesia, incluyendo la organización de una larga serie de juicios de inmoralidad del clero católico».[123] Por su parte Shirer informó que «durante los siguientes años, miles de sacerdotes católicos, monjas y líderes laicos fueron arrestados, muchos de ellos por cargos falsos de "inmoralidad" o "contrabando de moneda extranjera"».[124]
El 9 y 10 de noviembre de 1938 los nazis usando sus fuerzas paramilitares realizaron una serie de ataques masivos coordinados contra los judíos en Alemania y parte de Austria llamados en su conjunto «la noche de los cristales rotos», con el saqueo y destrucción de sus hogares, negocios, escuelas y el incendio de más de 1000 sinagogas. 91 judíos fueron asesinados y 30 000 arrestados y enviados a campos de concentración.[125] Esta acción fue condenada al día siguiente por Pio XI junto con los líderes de occidente.[126] Como respuesta a la crítica católica, Adolf Wagner, el líder nazi de Baviera, dijo ante 5000 nazis: «Cada expresión que el papa hace en Roma es una incitación de los judíos en todo el mundo para agitar contra Alemania».[126]
El 21 de noviembre de 1938, el papa insistió en que «existe una sola raza humana», a lo que Robert Ley, ministro de trabajo nazi respondió al día siguiente: «No se tolerará la compasión para los judíos. Negamos la afirmación del papa de que no hay más que una sola raza humana. Los judíos son parásitos».[127] El Vaticano envió mensajes a los arzobispos del mundo para iniciar trámites para dar visas a los alemanes no arios para salir del país. Se estima que unos 200 000 judíos lograron usar estas visas para huir del tercer Reich.[128]
Pero cuando se fue aproximando la guerra, las actitudes generales se fueron endureciendo, incluso entre el amplio sector de la población que mantenían cierta apatía al respecto. Además, la propia idiosincrasia del nazismo permitió la aparición de denuncias como forma de control social, de modo que vecinos y compañeros de trabajo de los judíos colaboraron activamente para construir un clima de represión y terror.
El primero de septiembre de 1939, Alemania nazi invadió a Polonia en conjunto con la Unión Soviética iniciando así la Segunda Guerra Mundial. La población civil y el clero católico de Polonia fueron masacrados. A los judíos que vivían en Polonia se les trató de forma salvaje. En 20 de octubre de 1939 el sucesor de Pio XI, el papa Pio XII promulgó la encíclica Summi Pontificatus, sobre las limitaciones de la autoridad del estado, desaprobando la guerra, el racismo, el antisemitismo, la invasión a Polonia y la persecución a los católicos. Escribió acerca de la necesidad de traer de vuelta a la Iglesia los que habían acogido las ideas nazis y que estaban siguiendo «un falso estándar... engañados por el error, la pasión, la tentación y el prejuicio, [que] se han desviado lejos de la fe en el Dios verdadero». Escribió sobre «Los cristianos, por desgracia más de nombre que de hecho» que han mostrado «cobardía» de cara a la persecución y apoyó la resistencia.[129] También reiteró la condena al antisemitismo y la igualdad entre el judío y el no judío: «el hombre "no es ni gentil, ni judío, circunciso ni incircunciso, bárbaro ni escita, siervo ni libre. Pero Cristo es todo y en todos"».[130]
Desafortunadamente a pesar de las solicitudes papales al gobernante italiano, Benito Mussolini, para mantener la neutralidad, Italia entró en la guerra como aliada de Alemania el 10 de junio de 1940.[131] Esto complicó aún más la situación de los católicos.
En 1940, el ministro de Relaciones Exteriores nazi Joachim von Ribbentrop dirigió la única delegación nazi de alto nivel a la que se le permitió una audiencia con Pío XII y le preguntó por qué el papa se había puesto del lado de los Aliados. Pío XII respondió con una lista de las recientes atrocidades nazis y las persecuciones religiosas cometidas contra los cristianos y los judíos, en Alemania y en Polonia, lo que llevó al New York Times de esa época a encabezar la noticia sobre la reunión «Derechos de los judíos defendidos» y a escribir de las «ardientes palabras que el papa pronunció a herr Ribbentrop sobre la persecución religiosa».[132]
En Alemania durante la guerra, el clero católico, con el argumento de que los nazis aumentarían la agresión antisemita de forma paradójica, tendió a evitó dar condenas públicas sobre la situación de los judíos, quienes habían sido sacados de Alemania y trasferidos a los campos de concentración en la conquistada y devastada Polonia. Esta tendencia se vio reforzada cuando el beneficio de dar declaraciones contundentes nombrando directamente a los judíos quedó en entredicho en uno de los episodios más estremecedores de la persecución nazi contra los judíos. El hecho ocurrió en Holanda, país vecino de Alemania, invadido al inicio de la guerra por el ejército alemán por la venganza devastadora e inesperada de los nazis ante la reacción enérgica y pública de las iglesias contra el antisemitismo y la violencia contra los judíos. El arzobispo de Utrecht en Holanda, Johannes de Jong se opuso firmemente a los nazis que habían invadido su país y la Iglesia católica en Holanda creó una importante red de apoyo a los judíos.[133]
En 11 de julio de 1942, los obispos holandeses junto con las demás iglesias del país enviaron una carta de protesta al general nazi Friedrich Christiansen por el trato dado a los judíos y su texto fue leído en todas las iglesias católicas del país. En la carta decía:
El nuestro es un tiempo de grandes tribulaciones de los cuales dos son las mayores: el triste destino de los Judíos y la difícil situación de los deportados para realizar trabajos forzados.... Todos debemos ser conscientes de los terribles sufrimientos que ellos tienen que sufrir, debido a que no son culpables. Hemos aprendido con dolor profundo de las nuevas disposiciones que imponen a los judíos hombres, mujeres y niños inocentes la deportación a tierras extranjeras.... El sufrimiento increíble que estas medidas causan a más de 10 000 personas está en oposición absoluta a los preceptos divinos de justicia y caridad.... Pidamos a Dios y la intercesión de María... que Dios pueda prestar su fuerza al pueblo de Israel, tan severamente probado en la angustia y persecución.[134]
La respuesta de los nazis fue arreciar la persecución contra los judíos, revocar la excepción de persecución contra los judíos bautizados y la Gestapo asaltó las instituciones religiosas católicas capturando cerca de 300 católicos monjes, monjas o sacerdotes de raza judía y los enviaron a Auschwitz donde inmediatamente fueron ejecutados en cámaras de gas. Dentro de estas víctimas estaba Edith Stein posteriormente proclamada santa por la Iglesia católica.[135] El vocero de los obispos holandeses, Titus Brandsma, fue arrestado en enero de 1942, enviado al campo de concentración de Dachau sujeto a experimentos médicos y ejecutado con inyección letal el 26 de julio de 1942.[136] La situación de los judíos en Holanda empeoró sensiblemente y esto influyó en la jerarquía católica y en las demás Iglesias cristianas para seguir restringiendo las declaraciones públicas mencionado a los judíos por temor a un efecto contraproducente como el del caso neerlandés. Consideraron que la ayuda debería ser preferiblemente discreta.[137]
En conclusión,
el apoyo popular al nacionalsocialismo se basó en normas ideológicas que poco tenían que ver con el antisemitismo y la persecución de los judíos, y que pueden resumirse del modo más adecuado con el sentido de orden social, político y moral personificado por el término Volkesgemeinschaft («comunidad nacional»), garantizado por un Estado fuerte que sofocaría el conflicto para asegurar su fortaleza a través de la unidad. (...) La opinión popular, mayoritariamente indiferente e imbuida de un antisemitismo latente fomentado aún más por la propaganda, proporcionó el clima necesario para que la agresividad creciente de los nazis hacia los judíos pudiera ir avanzando sin que nada la desafiara. Pero no provocó la radicalización. El odio fue lo que construyó el camino hacia Auschwitz, y la indiferencia lo que lo pavimentó.[138]
En este contexto fue en el que surgió el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (NSDAP), el partido nazi, fundado en Múnich en 1919, cuyo programa oficial de 1920 proponía la unión de todos los alemanes dentro de una Gran Alemania y que solo las personas de sangre o raza alemana pudiesen ser nacionales (ciudadanas del Estado) y directores de medios de comunicación. Explícitamente, además, el NSDAP propugnaba un cristianismo constructivo y luchaba contra el espíritu judeomaterialista en el interior y el exterior del país.[139]
La primera declaración política conocida de su principal líder, el ex cabo del ejército alemán Adolf Hitler, expuesta en una carta del 16 de septiembre de 1919, incidía sobre la cuestión judía partiendo de la base de que la comunidad judía era un grupo estrictamente racial y no religioso. Además,
describe las acciones de dicha colectividad como causantes «de una tuberculosis racial de los pueblos». Desecha los pogromos como una respuesta meramente «emocional» al problema y exige un «antisemitismo racional» que imponga una ley de extranjería a los judíos, con el fin de revocar sus «privilegios especiales». El objetivo final, según le escribe al destinatario de la carta, «debe ser la extirpación [Entfernung] completa de los judíos».[140]
Con sus fundamentos nacionalistas y antisemitas, el partido nazi se fue desarrollando poco a poco sobre la base de una intensa y llamativa actividad casi diaria de sus militantes. Entre 1919 y 1924 su zona de acción se reducía a Baviera, donde captó a una heterogénea masa de alemanes compuesta de antiguos soldados, de anticomunistas y antisemitas y, en general, de desclasados atraídos por la idea de una revolución nacional. Sus ideas antisemitas eran expuestas con frecuencia en diversos discursos pronunciados tanto por Hitler como por otros nazis, como Alfred Rosenberg, Julius Streicher o Hermann Esser, e insistían en la necesidad de tomar medidas contundentes contra los judíos de forma que su influencia sobre la sociedad alemana se eliminase por completo.
En noviembre de 1923, el NSDAP intentó hacerse con el poder para marchar, a continuación, sobre Berlín con el objeto de derrocar a la República de Weimar. El conocido como putsch de Múnich fracasó con la simple intervención de la policía, y Hitler fue detenido.
Sin embargo, el juicio subsiguiente se convirtió en una plataforma publicitaria para Hitler y su partido, y durante los nueve meses que pasó en la cárcel en 1924 tuvo tiempo para escribir su autobiografía política, titulada Mein Kampf (Mi Lucha), que terminaría por convertirse en el libro de cabecera del movimiento nazi y en un texto esencial del antisemitismo, que el autor, según su propia confesión, había aprendido de personajes como el compositor Richard Wagner, Karl Lueger, alcalde de Viena, y el nacionalista extremista Georg von Schönerer.
Wagner, a quien musicalmente admiraba Hitler por encima de cualquier otro músico, había expuesto en numerosas ocasiones auténticas diatribas contra el papel corruptor de los judíos en el arte en general, a quienes consideraba la conciencia maligna de nuestra civilización moderna o el versátil genio corruptor de la humanidad.[141]
De Lueger tomaría la inspiración para utilizar el antisemitismo como un instrumento de movilización de masas, en tanto podía materializar los resentimientos del ciudadano común (el judío como asesino de Cristo, el judío como usurero enriquecido mientras los demás se arruinan...).
Y en cuanto a von Schönerer, Hitler había asumido íntegramente sus postulados radicales
sobre la necesidad de un antisemitismo étnico intransigente -basado en la sangre y la raza-, [y adoptado] su odio hacia la «prensa judía» y la «socialdemocracia dirigida por judíos».[142]
Además de estas influencias, determinadas experiencias personales del propio Hitler relatadas en Mi lucha, le llevaron a convertirse en un antisemita fríamente racional, comprendiendo, además, la naturaleza judaica de la socialdemocracia internacionalista austríaca.[143]
Como consecuencia de lo anterior
Hitler llamó, desde principios de la década de 1920, a una guerra sin cuartel contra «la doctrina judaica del marxismo», que impugnaba «la relevancia de la nacionalidad y la raza», negaba el valor de la personalidad y se oponía a las «leyes eternas de la naturaleza» con sus doctrinas igualitarias.[144]
Hasta 1924, la demagogia global antisemita era el tema principal en casi todos los discursos de Hitler y se dirigía, especialmente, contra los judíos por su supuesto papel como financieros, capitalistas, responsables del mercado negro y aprovechados. Sin embargo, el impacto de la guerra civil rusa modificó esta línea discursiva hacia la identificación de los judíos con el bolchevismo y hacia un explícito antimarxismo (que Hitler igualaba a la lucha contra los judíos).[145]
Así, pues,
hacia 1924 el núcleo central de la visión del mundo de Hitler -la historia como lucha racial y la aniquilación tanto del judaísmo (lo que quiera que eso pudiese significar en términos concretos), como de su más peligrosa manifestación política e ideológica, el marxismo -era una concepción firmemente instaurada en su pensamiento.[146]
También en Mi lucha (1925-1926) habla de lo oportuno que hubiese sido gasear de doce mil a quince mil judíos o «hebreos corruptores» durante la Primera Guerra Mundial, convencido como estaba, al igual que otros muchos exsoldados, de que Alemania había sufrido en esa guerra la traición de pacifistas y marxistas, todos ellos incitados por los judíos. La fijación de esta culpa haría que, a principios de 1939, le expresase al Ministro de Asuntos Exteriores checo su pretensión de destruir a los judíos como castigo por lo que habían hecho el 9 de noviembre de 1918 (fecha de la rendición de Alemania y de la consecuente instauración de la República de Weimar).[147] A través de su identificación del judío con el marxismo y el bolchevismo, también responsabilizaba a los judíos de lo que denominaba genocidio judeobolchevique durante la Revolución rusa.
Haciendo uso de un lenguaje no solo extremo, sino también proto-genocida,[148] era característico asimismo de los discursos de Hitler, cuando tocaba la cuestión judía, la deshumanización constante a la que sometía a los judíos
por medio de un lenguaje zoológico que los calificaba de raza inferior, de «plaga» de la que había que hacer limpieza o también de gérmenes, bacilos y microbios que atacaban y envenenaban el organismo hasta que se los erradicaba. Se presentaba a la comunidad judía como el equivalente de una peste bubónica medieval, con la salvedad que, en este caso, las metáforas médicas se habían modernizado y evocaban enfermedades mortales como el cáncer o la tuberculosis. (...) Se percibía a los judíos como una «contrarraza» diametralmente opuesta a los «arios» alemanes, y se los consideraba intrínsecamente destructivos, parasitarios y agentes de descomposición (Zersetzung).[149]
Todo este antisemitismo tuvo, además, diversas publicaciones como herramientas para llegar al gran público. Destacó entre ellas Der Stürmer, donde se acusaba habitualmente a los judíos de violar a jóvenes alemanas y explotarlas como prostitutas, de raptar a niños y luego asesinarlos ritualmente, y de pretender empozoñar la sangre alemana a través de las relaciones sexuales para destruir la familia y el Volk (pueblo) alemanes.
También entre 1926 y 1928 Hitler se fue interesando cada vez más por la cuestión del territorio, cuya escasez por parte de Alemania se habría de solventar sustentándose en su creencia en el darwinismo social y en su teoría de la historia racial, por lo cual el más débil debía caer en beneficio del más fuerte. Así las cosas,
según su punto de vista, hay tres valores decisivos en lo que al destino de un pueblo se refiere: el valor de la sangre o la raza, el valor de la personalidad y su espíritu guerrero o espíritu de supervivencia. Estos tres valores, encarnados por la «raza aria», corrían, bajo el punto de vista de Hitler, un riesgo mortal por culpa de los tres «vicios» del «marxismo judío»: la democracia, el pacifismo y el internacionalismo.[150]
Con todo, solo una minoría del partido nazi consideraba el antisemitismo como la cuestión principal, siendo un tema menos atractivo a la hora de conseguir seguidores como lo podían ser el anticomunismo, el nacionalismo o el desempleo. Aun así, constituyó un elemento clave en el reclutamiento entre los jóvenes, hasta el punto de convertirse en el trampolín para que los nazis pudiesen llegar a dominar las universidades alemanas ya hacia 1930, y fue relativamente fácil propagarlo entre las clases médicas y profesorales, donde se fomentó la competitividad con los numerosos judíos presentes en ellas.
El movimiento hitleriano fue un fenómeno minúsculo y marginal políticamente hablando hasta la elección del Reichstag en mayo de 1928. Sin embargo, el nazismo se fue extendiendo en las zonas rurales y la clase media urbana ya a finales de la década, justo en plena crisis económica, permitiendo que en las elecciones de septiembre de 1930 el partido se convirtiese en la segunda fuerza política de Alemania. Dos años después, sería la primera. Durante esos años, el mensaje nazi se centró más en la necesidad de un nacionalismo integral antes que en insistir en el antisemitismo, habida cuenta de que Hitler había percibido que no era el elemento más efectivo para captar votos por no ser una preocupación de primer orden entre el electorado.
No obstante, fue empleado con gran efectividad para exacerbar los agravios locales, para satisfacer los afanes anticapitalistas radicales de las bases de las SA y para reforzar las campañas callejeras contra los partidos marxistas.[151]
En este contexto, en 1931 el jefe de las SS Heinrich Himmler y Richard Darré fundaron la «Oficina General de la Raza y la Repoblación» (conocida por sus siglas RuSHA, de Rasse-und Siedlungshauptamt) y en 1932 un grupo de nazis fundó el «Movimiento de la Fe» de los alemanes cristianos, para radicalizar los ideales antisemitas, anticatólicos y antimarxistas en el nacionalismo alemán.
El acceso de Hitler al poder en enero de 1933 marcó el final de la emancipación judía en Alemania. Durante los seis años que siguieron, un siglo entero de integración de los judíos en la sociedad germana iba a quedar anulado de forma completa y brutal. Desde el principio, los nazis instauraron una orgía de terror dirigida contra oponentes políticos y judíos, a quienes se sometió a la violencia arbitraria de los matones que integraban las bandas de merodeadores de las SA.[152]
Entre 1933 y 1939 se aprobaron en Alemania más de 1400 leyes contra los judíos.[153]
Tras abrirse en marzo de 1933 el campo de concentración de Dachau, adonde se enviarían, como en los otros 50 que se crearían durante el año (hasta 1945, los nazis construirían más de 1000 campos), a los miles de sospechosos enemigos del régimen,[154] la primera gran actuación del gobierno nazi contra el, aproximadamente, medio millón de judíos alemanes (menos del uno por ciento de la población)[155] fue la declaración oficial para el 1 de abril de 1933 de un boicot económico contra las tiendas y negocios judíos:
En todo el país las Tropas de Asalto nazis y las SS colgaron carteles con los siguientes avisos: «No compréis a los judíos» y «Los judíos son nuestra desgracia». Escribieron la palabra Jude (judío) y pintaron la estrella de seis puntas de David en amarillo y negro en miles de puertas y ventanas. Se apostaban de forma amenazante delante de las casas de abogados y médicos y en las entradas de las tiendas. Se «animaba» a los alemanes a que no entraran mientras los judíos eran arrestados, golpeados, hostigados y humillados.[154]
La reacción de la población alemana fue desigual, pero la impresión causada en los judíos fue demoledora.
El 4 de abril, el periódico Jüdische Rundschau incitó a los judíos alemanes a portar la estrella amarilla identificativa, como una forma de reivindicar con orgullo su identidad judía.
Pocos días después, el 7 de abril, se aprobó la «Ley para la Renovación de la Función Pública Profesional», que, en virtud de su párrafo tres o, como fue conocido después, su «Párrafo ario», desplazó al retiro a todos los funcionarios de origen no ario (exceptuando a los veteranos de guerra), esto es, cualquier persona que tuviera un padre o abuelo judío. Siguieron diversas leyes que excluyeron del ejercicio profesional a multitud de abogados, jueces, fiscales, notarios y médicos judíos (estos, desde el 3 de marzo de 1936 perdieron el derecho de ejercer en hospitales públicos), y diversas medidas contra intelectuales judíos (universitarios, artistas, escritores, etc.), muchos de los cuales (en 1933, unos 2000), entre ellos Albert Einstein, emigraron. También hubo otro tipo de leyes encaminadas a entorpecer la vida social de los judíos: una ley que prohibía la preparación ritual judía de la carne; una ley que, pretendiendo reducir la masificación en las escuelas y universidades, limitaba la admisión de nuevos alumnos judíos, dejando obligatoriamente su número global por debajo del 5 %;[156] una ley que prohibía a los médicos judíos trabajar en hospitales y clínicos públicos; una ley que impedía a los judíos optar a licencias para farmacias, etc. En cuanto a la ley que excluyó a los judíos de las asociaciones deportivas, impidió finalmente la participación de la casi totalidad de los atletas judíos alemanes en los Juegos Olímpicos de 1936, con la excepción de Helena Mayer, que vivía en California y que estaba categorizada como Mischlinge (además de ser, físicamente, alta y rubia).
La iglesia luterana se opuso a las sanciones de empleo y económicas contra los judíos.[157]
Obviamente, este tipo de leyes implicaba algún tipo de mecanismo para certificar el carácter ario, o no, de la población. A tal efecto, se desarrolló una red de oficinas de investigación y de gestión del proceso. Por lo demás, alrededor de 37 000 judíos emigraron de Alemania en 1933.[158]
A finales de abril, Hitler se reunió con los representantes de la Iglesia católica en Alemania y les explicó que sus acciones contra los judíos remedaban las realizadas por el catolicismo a lo largo de la historia y que con ellas se hacía un gran servicio al cristianismo.[159]
Durante la noche del 10 de mayo se produjo una quema pública de más de 20 000 libros, muchos de ellos de autores judíos, en las plazas de ciudades de todo el país, lo que pretendía simbolizar el fin de la influencia intelectual del judaísmo en Alemania.
En septiembre, Goebbels, a través de la Cámara de Cultura del Reich, inició un proceso de depuración en el ámbito artístico y cultural, negando la posibilidad de la actividad profesional a los judíos en la prensa, el teatro, el cine y la música. Hacia finales del mes, a través de otro decreto, se excluyó también a los judíos de la profesión de granjero.
Como consecuencia de todo lo anterior, y con el respaldo del Acuerdo Haavara, el primer año de Hitler en el poder provocó la marcha de unos 40 000 judíos de Alemania, casi el 10 % de los que había; tras seis años de gobierno nazi, a finales de 1938 se habían marchado del país 200 000 judíos.
Paralelamente, durante 1933 se crearon más asociaciones antisemitas y anticomunistas como la Asociación General de Sociedades Alemanas Anticomunistas y el Movimiento de Creyentes Cristianos Alemanes.
En julio, después de que el Partido Nazi se convirtiese en el único partido legal de Alemania, se despojó de la ciudadanía a los judíos del este que vivían en el país y se aprobó la ley para la Prevención de Descendencia con Enfermedades Hereditarias, que estipulaba la esterilización, por un lado, para aquellas personas que pudiesen transmitir a su descendencia algún tipo de defecto (en consecuencia, antes de 1937 200 000 personas fueron esterilizadas), y, por otro, la eutanasia para los «defectuosos» y las «bocas inútiles»,[160] a los que se representaba en ocasiones como bajo el lema de «idiotas» o de «vida sin esperanza».[161] En junio de 1935 se modificaría la ley para incluir la obligatoriedad del aborto en el caso de fetos «incapacitados» de hasta seis meses.
El 17 de septiembre se creó la organización nacional judía Reichsvertretung der Deutschen Juden («Representación en el Reich de los judíos alemanes»), con el objeto de aglutinar a los judíos alemanes y hacer, en la medida de lo posible, frente común para defender sus intereses.
En octubre, una ley de Edición obligó a todo judío vinculado al periodismo a dimitir, en virtud de la necesidad de un periodismo racialmente puro.
Aunque la experiencia del boicot de principios de 1933, no muy seguido por la sociedad alemana, llevó a que la legislación incidiese en minar a los pequeños comerciantes y profesionales judíos, por provocar menos perjuicios a la economía en general, en 1935 la cuarta parte de las empresas judías se habían ya «arinizado». Y a partir de junio de 1938, cuando la economía estaba recuperada, se inició el expolio y la expropiación de las propiedades judías, lo cual implicó la emigración de unos 120 000 judíos.
El 1 de enero de 1934 se eliminaron oficialmente las fiestas judías del calendario alemán.
El 24 de marzo, el mismo mes en que se produjo un violentísimo pogromo en Gunzenhausen, se retiró oficialmente la ciudadanía a los miembros de la comunidad judía.
Paralelamente a las decisiones gubernamentales al respecto, se fueron incrementando las llamadas Einzelaktionen o acciones individuales contra los judíos por parte de elementos de las SA, actos violentos y sádicos contra ellos. Especialmente virulentos fueron los altercados producidos en el centro de Múnich el 18 y el 25 de mayo de 1935, culminación de una larga campaña incitada por el gauleiter Adolf Wagner, ministro del Interior de Baviera. Con todo, el rechazo de la población obligó a señalar como culpables a unos supuestos «grupos terroristas».[162]
En mayo, Rudolph Hess creó la «Oficina de política racial del Partido Nacional-Socialista Alemán de Trabajadores».
En 1934 se publicó también el libro de Ernst Bergmann titulado Veinticinco puntos de la religión alemana, en el que se afirma que Jesús no era judío sino un guerrero nórdico asesinado por los judíos; por otro lado, se fundó el «Instituto de Biología Hereditaria e Investigación sobre las Razas» en la Universidad de Fráncfort del Meno.
A finales de 1934, unos 50 000 judíos emigraron de Alemania.[163]
Tras prohibir en abril que los judíos se pudiesen exhibir con la bandera de Alemania y expulsarlos en mayo del ejército, la mala imagen exterior que generaba todo este tipo de acciones, y la convicción de que se promovían desde el gobierno actos de vandalismo contra los judíos, se resolvió con la promulgación en septiembre de 1935 de las leyes raciales de Núremberg,[164] con las que se intentó contentar tanto a la burocracia del partido nazi como a sus elementos más radicales.
Las leyes «para la protección de la Sangre y el Honor Alemanes» despojaron oficialmente a los judíos de los derechos ciudadanos que todavía conservaban; también proscribieron los matrimonios y las relaciones sexuales extramaritales entre judíos y súbditos del Estado que fueran «de sangre alemana o afín», y vetaron a los judíos la posibilidad de emplear en sus casas a sirvientas alemanas de menos de 45 años (presumiblemente por miedo a que los hombres judíos pudieran seducir a jóvenes alemanes y engendrar hijos con ellas); asimismo, prohibieron que los judíos enarbolaran la bandera nacional (la esvástica) o los colores del Reich. La Ley de Ciudadanía del Reich proporcionaba igualmente una nueva definición de quién era judío y quién no lo era. (...) El objetivo declarado de las leyes (...) era, según el propio discurso de Hitler ante el Reichstag, «encontrar una solución civil definitiva [eine einmalige säkulare Lösung] para el establecimiento de una base sobre la cual la nación alemana pueda adoptar una mejor actitud hacia los judíos [eine erträgliches Verhältnis zum jüdischen Volk].[165]
Como comentario a las mismas, Hitler utilizó por primera vez expresiones tajantes respecto al futuro que les podría esperar a los judíos, si las leyes no llegasen a ser suficientes para controlarlos; en concreto, habló de la posibilidad de dejar el problema en manos del Partido Nacionalsocialista para que le buscase una solución definitiva (zur endgültigen Lösung).
Las leyes de Núremberg y la celebración de los Juegos Olímpicos en Berlín hicieron posible un periodo de tranquilidad física para los judíos, que duraría hasta 1938; en agosto de 1935, Hitler y Hess habían llegado incluso a prohibir las acciones individuales contras los judíos.