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predicador judío del siglo I y principal figura del cristianismo De Wikipedia, la enciclopedia libre
Jesús de Nazaret,[Nota 5] Cristo,[Nota 6] Jesucristo o simplemente Jesús [Nota 7] (Reino de Judea, Imperio romano; ca. 4 a. C.[Nota 8]-Jerusalén, provincia de Judea, Imperio romano; 30-33 d. C.), fue un predicador y líder religioso judío. Es la figura central del cristianismo, la religión más grande del mundo y una de las más influyentes de la historia.[2][3][4][5]
Jesús de Nazaret | ||
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Jesús con la cruz a cuestas, por El Greco. Aunque no existen retratos de Jesús ni indicaciones acerca de su aspecto físico, son muy frecuentes sus representaciones en el arte. | ||
Nombre nativo |
ܝܫܘܥ, Išo (arameo) יְהוֹשֻׁעַ, Yehošuaʕ, o יֵשׁוּ, Yešuaʕ (hebreo antiguo) | |
Nacimiento |
c. 7-3 a. C. Nazaret o Belén[Nota 1] | |
Fallecimiento |
c. 27-34 Calvario, Jerusalén | |
Causa de muerte | Crucifixión, ordenada por el prefecto romano de Judea[Nota 2] | |
Etnia | Judío | |
Padres | María y José[Nota 3] | |
Ocupación | Obrero, artesano o carpintero[Nota 4] | |
Información religiosa | ||
Festividad |
Entre otras celebraciones cristianas: • Navidad • Bautismo de Jesús • Semana Santa • Pascua de Resurrección • Ascensión de Jesús Además, su resurrección se celebra todos los domingos. | |
Santuario |
Algunos de los más importantes en Tierra Santa son: • Basílica de la Natividad • Basílica de la Transfiguración • Basílica de Getsemaní • Santo Sepulcro • Capilla de la Ascensión |
Desde el siglo XX hasta la actualidad, la mayoría de los historiadores que estudiaron la Edad Antigua afirman la existencia histórica de Jesús.[Nota 9][Nota 10] Según la opinión mayoritariamente aceptada en medios académicos, basada en una lectura y estudio críticos de los textos sobre él, Jesús fue un predicador judío[Nota 11] que vivió a comienzos del siglo I en las regiones de Galilea y Judea, fue circuncidado a los ocho días de nacido, fue bautizado por Juan el Bautista cuando era joven, y después comenzó su propio ministerio. Siendo un maestro itinerante, a menudo se le llamaba “rabino”.[6]
Jesús debatió con sus compatriotas judíos sobre cómo seguir mejor a Dios, enseñaba mediante parábolas y reunía seguidores, entre los cuales destacan sus doce apóstoles. Fue arrestado en Jerusalén y juzgado por las autoridades judías,[7] entregado al gobierno romano y crucificado por orden de Poncio Pilato, el prefecto romano de Judea. Después de su muerte, su comunidad se convirtió en la Iglesia cristiana primitiva, que se expandió como un movimiento mundial.[8] Se hipotetiza que los relatos de sus enseñanzas y vida fueron conservados inicialmente por transmisión oral, lo que fue la fuente de los Evangelios escritos.[9][10]
Su figura está presente en varias religiones. En el cristianismo es considerado el Hijo de Dios,[11] y para la mayoría de las denominaciones cristianas es la encarnación de Dios Hijo. Su importancia estriba asimismo en la creencia de que, con su muerte y posterior resurrección, redimió al género humano. En el islam, donde se lo conoce como Isa, es considerado uno de los profetas más importantes, rechazando al mismo tiempo su divinidad. El judaísmo, igualmente niega su divinidad, ya que es incompatible con su concepto de Dios. En el bahaísmo (religión monoteísta abrahámica) se considera a Jesús como una «manifestación de Dios», un concepto bahá'í para los profetas.[12] Algunos hindúes consideran que Jesús es un avatar o un sadhu.[13] Algunos budistas, incluido Tenzin Gyatso, el decimocuarto dalái lama, consideran a Jesús como un bodhisattva que dedicó su vida al bienestar de las personas.[14]
Lo que se conoce sobre él, procede casi exclusivamente de la tradición cristiana —aunque se lo menciona en fuentes no cristianas—,[15] especialmente de la utilizada para la composición de los evangelios sinópticos, redactados, según opinión mayoritaria, unos treinta o cuarenta años, como mínimo, después de su muerte. La mayoría de los estudiosos considera que mediante el estudio de los evangelios es posible reconstruir tradiciones que se remontan a contemporáneos de Jesús, aunque existen grandes discrepancias entre los investigadores en cuanto a los métodos de análisis de los textos y las conclusiones que de ellos pueden extraerse.[16]
Lo que figura a continuación es un relato de la vida de Jesús tal y como aparece en los cuatro evangelios incluidos en el Nuevo Testamento, considerados libros sagrados por todas las confesiones cristianas. El relato evangélico es la fuente principal para el conocimiento de Jesús, y constituye la base de las interpretaciones que de su figura hacen las diferentes ramas del cristianismo. Aunque puede contener elementos históricos, expresa fundamentalmente la fe de las comunidades cristianas en la época en que estos textos fueron escritos, y la visión que por entonces tenían de Jesús de Nazaret.
Los relatos referentes al nacimiento e infancia de Jesús proceden exclusivamente del Evangelio de Mateo (1,18-2,23) y del de Lucas (1,5-2,52).[17] No hay relatos de este tipo en los Evangelios de Marcos y Juan. Las narraciones de Mateo y Lucas difieren entre sí:
En los Evangelios de Mateo y de Lucas aparece la genealogía de Jesús (Mt 1, 2-16; Lc 3, 23-38).[25] La de Mateo se remonta al patriarca Abraham, y la de Lucas a Adán, el primer hombre según el Génesis. Estas dos genealogías son idénticas entre Abraham y David, pero difieren a partir de este último, ya que la de Mateo hace a Jesús descendiente de Salomón, mientras que, según Lucas, su linaje procedería de Natam, otro de los hijos de David. En ambos casos, lo que se muestra es la ascendencia de José, a pesar de que, según la Biblia, este solo habría sido el padre adoptivo de Jesús.
Su nombre de nacimiento en hebreo era Yē'šūa (ישו) y significa "Yahveh es salvación". Dicho nombre era muy común, por lo que se encuentran varios personajes de la Biblia llamados así, entre ellos Josué (Yehō'šūa), quien sucedió a Moisés, lideró la conquista a Canaán y fungió como Juez de los israelitas. Este nombre llegó al español desde el arameo Yēšū’a, a través del griego Ἰησοῦς y del latín Iesvs; por lo tanto, Josué es una adaptación hebreo-aramea, mientras Jesús es una aproximación griega. En Galilea Jesús era conocido como Yēšūa ben Yoséf (Jesús/Josué hijo de José).
De acuerdo con David Flusser y Shmuel Safrai, el nombre Yēšūa se habría pronunciado Yēšú durante el siglo I.[26] Al parecer, los galileos no pronunciaban la ayin (ע) al final de palabra,[27] de ahí que la transcripción griega omita la "a", y se tengan tres versiones, incluso con el mismo evangelista.[28] En el Nuevo Testamento Jesús es mencionado como Iēsoû (Ἰησοῦ)[29], Iēsoûn (Ἰησοῦν)[30] y como Iēsoûs (Ἰησοῦς),[31] siendo la "s" final una partícula griega que indica a un varón, mostrando además una helenización del nombre.
La llegada de Jesús fue profetizada por Juan el Bautista (su primo, según el Evangelio de Lucas),[32] por quien Jesús fue bautizado en el río Jordán.[33] Durante el bautismo, el Espíritu Santo, en forma de paloma, descendió sobre Jesús, y se escuchó la voz de Dios.[34]
Según los evangelios sinópticos, el Espíritu condujo a Jesús al desierto, donde ayunó durante cuarenta días y superó las tentaciones a las que fue sometido por el Demonio.[35] No se menciona este episodio en el Evangelio de Juan. Después Jesús marchó a Galilea, se estableció en Cafarnaún,[36] y comenzó a predicar la llegada del Reino de Dios.[37]
Acompañado por sus seguidores, Jesús recorrió las regiones de Galilea y Judea predicando el evangelio y realizando numerosos milagros. El orden de los hechos y dichos de Jesús varía según los diferentes relatos evangélicos. Tampoco se indica cuánto tiempo duró la vida pública de Jesús, aunque el Evangelio de Juan menciona que Jesús celebró la fiesta anual de la Pascua judía (Pésaj) en Jerusalén en tres ocasiones. En cambio los evangelios sinópticos mencionan solo la fiesta de Pascua en la que Jesús fue crucificado.
Gran parte de los hechos de la vida pública de Jesús narrados en los evangelios tienen como escenario la zona septentrional de Galilea, en las cercanías del mar de Tiberíades, o lago de Genesaret, especialmente la ciudad de Cafarnaúm, pero también otras, como Corozaín o Betsaida.[38] También visitó, en el sur de la región, localidades como Caná o Naín, y la aldea en la que se había criado, Nazaret, donde fue recibido con hostilidad por sus antiguos convecinos.[39] Su predicación se extendió también a Judea (según el Evangelio de Juan, visitó Jerusalén en tres ocasiones desde el comienzo de su vida pública), y estuvo en Jericó[40] y Betania (donde resucitó a Lázaro).[41]
Escogió a sus principales seguidores (llamados en los evangelios «apóstoles»; en griego, ‘enviados’), en número de doce, de entre el pueblo de Galilea. En los sinópticos se menciona la lista siguiente: Simón, llamado Pedro y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el Zelote y Judas Iscariote, el que posteriormente traicionaría a Jesús (Mt 10,2-4; Mc 3,16-19; Lc 6, 13-16).[42] Algunos de ellos eran pescadores, como las dos parejas de hermanos formadas respectivamente por Pedro y Andrés, y Juan y Santiago.[43] Mateo se identifica generalmente con Leví el de Alfeo, un publicano de quien en los tres sinópticos se relata brevemente cómo fue llamado por Jesús (Mt 9,9; Mc 2,14; Lc 5,27-28),[44] lo que acarreó a Jesús numerosos reproches de los fariseos.
El Evangelio de Juan solo menciona los nombres de nueve de los apóstoles, aunque en varios pasajes hace referencia a que eran doce.[45]
Predicó tanto en sinagogas como al aire libre, y las muchedumbres se congregaban para escuchar sus palabras. Entre sus discursos, destaca el llamado Sermón de la Montaña, en el Evangelio de Mateo (Mt 5-7). Utilizó a menudo parábolas para explicar a sus seguidores el Reino de Dios. Las parábolas de Jesús son breves relatos cuyo contenido es enigmático (a menudo han de ser después explicadas por Jesús). Tienen en general un contenido escatológico y aparecen exclusivamente en los evangelios sinópticos. Entre las más conocidas están la parábola del sembrador (Mt 13,3-9; Mc 4,3-9; Lc 8,5-8), cuyo significado explica Jesús a continuación; la de la semilla que crece (Mc 4,26-29); la del grano de mostaza (Mt 13,31-32; Mc 4,30-32), la del trigo y la cizaña (Mt 13,24-30), la de la oveja perdida (Mt 18,12-14; Lc 15,3-7), la de la moneda perdida (Lc 15,8-10), la del siervo despiadado (Mt 18, 23-35), la de los obreros enviados a la viña (Mt 20,1-16), la de los dos hijos (Mt 21,28-32), la de los viñadores homicidas (Mt 21,33-42; Mc 12,1-11; Lc 20,9-18); la de los invitados a la boda (Mt 22, 1-14), la de las diez vírgenes (Mt 25,1-13), la de los talentos (Mt 25,14-30; Lc 19,12-27) y la del juicio final (Mt 25,31-46). Dos de las más conocidas aparecen solo en el Evangelio de Lucas: se trata de la parábola del buen samaritano (Lc 10,30-37) y la del hijo pródigo (Lc 15,11-32). En las parábolas, Jesús utiliza frecuentemente imágenes relacionadas con la vida campesina.
Mantuvo controversias con miembros de algunos de los más importantes grupos religiosos del judaísmo, y muy especialmente con los fariseos, a quienes acusó de hipocresía y de no cuidar lo más importante de la Torá: la justicia, la compasión y la lealtad (Mt 12, 38-40; Lc 20, 45-47).
La autenticidad de su mensaje radicaba en la insistencia en el amor a los enemigos (Mt 5,38-48; Lc 6, 27-36) así como en su relación estrechísima con Dios, a quien llamaba en arameo con la expresión familiar Abba (Padre) que ni Marcos (Mc 14,36) ni Pablo (Rm 8, 15; Gal 4, 6) traducen. Se trata de un dios cercano que busca a los marginados, a los oprimidos (Lc 4, 18) y a los pecadores (Lc 15) para ofrecerles su misericordia. La oración del padrenuestro (Mt 6,9-13: Lc 11,1-4), que recomendó utilizar a sus seguidores, es clara expresión de esta relación de cercanía con Dios antes mencionada.
Según los evangelios, durante su ministerio Jesús realizó varios milagros. En total, en los cuatro evangelios canónicos se narran veintisiete milagros, de los cuales catorce son curaciones de distintas enfermedades, cinco exorcismos, tres resurrecciones, dos prodigios de tipo natural y tres signos extraordinarios.
Además, hay varios pasajes que hacen referencia de modo genérico a exorcismos de Jesús (Mc 1,32-34;Mc 3,10-12).
En esos tiempos, los escribas, fariseos y otros, atribuyeron a una confabulación con Belcebú este poder de expulsar a los demonios. Jesús se defendió enérgicamente de estas acusaciones.[46] Según los relatos evangélicos, Jesús no solo tenía el poder de expulsar demonios, sino que transmitió ese poder a sus seguidores.[47] Incluso se menciona el caso de un hombre que, sin ser seguidor de Jesús, expulsaba con éxito demonios en su nombre.[48]
Los evangelios sinópticos[49] relatan que Jesús subió a un monte a orar con algunos de los apóstoles, y mientras oraba se transformó el aspecto de su rostro, y su vestido se volvió blanco y resplandeciente. Aparecieron junto a él Moisés y Elías. Los apóstoles dormían mientras tanto, pero al despertar vieron a Jesús junto a Moisés y Elías. Pedro sugirió que hicieran tres tiendas: para Jesús, Moisés y Elías. Entonces apareció una nube y se oyó una voz celestial, que dijo: «Este es mi Hijo elegido, escuchadle». Los discípulos no contaron lo que habían visto.
Según los cuatro evangelios, Jesús fue con sus seguidores a Jerusalén para celebrar allí la fiesta de Pascua. Entró a lomos de un asno, para que se cumplieran las palabras del profeta Zacarías (Zc 9, 9: «He aquí que tu rey viene a ti, manso y montado sobre un asno, sobre un pollino hijo de una bestia de carga»). Fue recibido por una multitud, que lo aclamó como «hijo de David» (en cambio según el Evangelio de Lucas fue aclamado solamente por sus discípulos).[50] En el Evangelio de Lucas y en el de Juan, Jesús es aclamado como rey.
Según los evangelios sinópticos, a continuación fue al Templo de Jerusalén, y expulsó de allí a los cambistas y a los vendedores de animales para los sacrificios rituales[51] (el Evangelio de Juan, en cambio, sitúa este episodio al comienzo de la vida pública de Jesús, y lo relaciona con una profecía sobre la destrucción del Templo).[52] Vaticinó la destrucción del Templo[53] y otros acontecimientos futuros.
En Betania, cerca de Jerusalén, fue ungido con perfumes por una mujer.[54] Según los sinópticos, la noche de Pascua cenó en Jerusalén con los Apóstoles, en lo que la tradición cristiana designa como la última cena. En el transcurso de esta cena pascual, Jesús predijo que sería traicionado por uno de los Apóstoles, Judas Iscariote. Tomó pan en las manos, diciendo «Tomad y comed, este es mi cuerpo» y, a continuación, cogiendo un cáliz de vino, dijo: «Bebed de él todos, porque esta es la sangre de la Alianza, que será derramada por la multitud para la remisión de los pecados».[55] Profetizó también, según los sinópticos, que no volvería a beber vino hasta que no lo bebiera de nuevo en el Reino de Dios.[Nota 14]
Tras la cena, según los sinópticos, Jesús y sus discípulos fueron a orar al huerto de Getsemaní. Los apóstoles, en lugar de orar, se quedaron dormidos, y Jesús sufrió un momento de fuerte angustia con respecto a su destino, aunque decidió acatar la voluntad de Dios.[56][Nota 15]
Judas había efectivamente traicionado a Jesús, para entregarlo a los príncipes de los sacerdotes y los ancianos de Jerusalén a cambio de treinta piezas de plata.[57] Acompañado de un grupo armado de espadas y garrotes, enviado por los príncipes de los sacerdotes y los ancianos, llegó a Getsemaní y reveló la identidad de Jesús besándole la mejilla. Jesús fue arrestado. Por parte de sus seguidores hubo un conato de resistencia, pero finalmente todos se dispersaron y huyeron.[58]
Tras su detención, Jesús fue llevado al palacio del sumo sacerdote Caifás. Allí fue juzgado ante el Sanedrín. Se presentaron falsos testigos, pero como sus testimonios no coincidían no fueron aceptados. Finalmente, Caifás preguntó directamente a Jesús si era el Mesías, y Jesús dijo: «Tú lo has dicho». El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras ante lo que consideraba una blasfemia. Los miembros del Sanedrín escarnecieron cruelmente a Jesús.[59] En el Evangelio de Juan, Jesús fue llevado primero ante Anás, suegro de Caifás, y luego ante este último. Solo se detalla el interrogatorio ante Anás, bastante diferente del que aparece en los sinópticos.[60] Pedro, que había seguido a Jesús en secreto tras su detención, se encontraba oculto entre los sirvientes del sumo sacerdote. Reconocido como discípulo de Jesús por los sirvientes, le negó tres veces (dos según el Evangelio de Juan), como Jesús le había profetizado.[61]
A la mañana siguiente, Jesús fue llevado ante Poncio Pilato, el procurador[Nota 16] romano. Tras interrogarle, Pilato no le halló culpable, y pidió a la muchedumbre que eligiera entre liberar a Jesús o a un conocido bandido, llamado Barrabás. La multitud, persuadida por los príncipes de los sacerdotes, pidió que se liberase a Barrabás, y que Jesús fuese crucificado. Pilato se lavó simbólicamente las manos para expresar su inocencia de la muerte de Jesús.[62]
Jesús fue azotado, lo vistieron con un manto rojo, le pusieron en la cabeza una corona de espinas y una caña en su mano derecha. Los soldados romanos se burlaban de él diciendo: «Salud, rey de los judíos».[63] Fue obligado a cargar la cruz en la que iba a ser crucificado hasta un lugar llamado Gólgota, que en arameo significa ‘lugar del cráneo’. Le ayudó a llevar la cruz un hombre llamado Simón de Cirene.
Dieron de beber a Jesús vino con hiel. Él probó pero no quiso tomarlo. Tras crucificarlo, los soldados se repartieron sus vestiduras. En la cruz, sobre su cabeza, pusieron un cartel en arameo (יֵשׁוּ נָצְרַת מלך היהודים [Yeshu’a HaNatzrat Melech HaYehudim’]), griego (Ἰησοῦς ὁ Ναζωραῖος ὁ Bασιλεὺς τῶν Ἰουδαίων) y latín con el motivo de su condena: «Este es Jesús, el rey de los judíos», que a menudo en pinturas se abrevia INRI (Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum, literalmente ‘Jesús Nazareno, el rey de los judíos’). Fue crucificado entre dos ladrones.[64]
Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó: «Elí, Elí, lemá sabactani», que, según el Evangelio de Mateo y el Evangelio de Marcos, en arameo significa: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’.[65] Las palabras finales de Jesús difieren en los otros dos evangelios.[66] También hay diferencia entre los evangelios en cuanto a qué discípulos de Jesús estuvieron presentes en su crucifixión: en Mateo y Marcos, son varias de las mujeres seguidoras de Jesús; en el Evangelio de Juan se menciona también a la madre de Jesús y al «discípulo a quien amaba» (según la tradición cristiana, se trataría del apóstol Juan, aunque en el texto del evangelio no se menciona su nombre).
Un seguidor de Jesús, llamado José de Arimatea, solicitó a Pilato el cuerpo de Jesús la misma tarde del viernes en que había muerto, y lo depositó, envuelto en una sábana, en un sepulcro excavado en la roca. Cubrió el sepulcro con una gran piedra.[67] Según el Evangelio de Mateo (no se menciona en los otros evangelios), al día siguiente, los «príncipes de los sacerdotes y los fariseos» pidieron a Pilato que colocase frente al sepulcro una guardia armada, para evitar que los seguidores de Jesús robasen su cuerpo y difundieran el rumor de que había resucitado. Pilato accedió.[68]
Los cuatro evangelios relatan que Jesús resucitó de entre los muertos al tercer día después de su muerte y se apareció a sus discípulos en varias ocasiones.[69] En todos ellos, la primera en descubrir la resurrección de Jesús es María Magdalena. Dos de los evangelios (Marcos y Lucas) relatan también su ascensión a los cielos. Los relatos sobre Jesús resucitado varían, sin embargo, según los evangelios:
Según los autores del Nuevo Testamento, la vida de Jesús supuso el cumplimiento de algunas profecías formuladas en ciertos libros del Antiguo Testamento. Los libros bíblicos más citados en este sentido por los primeros cristianos fueron Isaías, Jeremías, los Salmos, Zacarías, Miqueas y Oseas. Para los autores del Nuevo Testamento, en una visión compartida por los cristianos posteriores, en estos textos se anuncia la venida de Jesús de Nazaret, que sería el Mesías que esperaba el pueblo de Israel. A menudo los redactores de los evangelios, sobre todo el autor del Evangelio de Mateo, citan explícitamente estos textos para subrayar el cumplimiento de estas profecías en la vida y muerte de Jesús. Entre otras cosas, consideran que fueron profetizadas las circunstancias y el lugar de nacimiento de Jesús (Is 7,14; Miq 5,2);[70] su relación con Galilea (Is 9,1);[71] su condición mesiánica (Is 9, 6-7; Is 11, 1-9; Is 15, 5);[72] el papel de precursor de Juan el Bautista (Is 40,3)[73] e incluso su pasión y muerte sacrificial (a este respecto se citan sobre todo cuatro poemas, incluidos en el Deutero Isaías (o Segundo Isaías),[Nota 18] que presentan la figura de un siervo de Yahvé,[74] a cuyo sacrificio se atribuye un valor redentor, pero también otros muchos pasajes.[75]
Los judíos, que también consideran sagrados estos libros, no aceptan la creencia cristiana de que estas profecías se refieren a Jesús de Nazaret. Para la investigación histórica actual, el principal interrogante es hasta qué punto estos libros contribuyeron a moldear los relatos evangélicos.
En el estado actual de conocimientos acerca de Jesús de Nazaret, la opinión predominante en medios académicos es que se trata de un personaje histórico,[Nota 9] cuya biografía y mensaje experimentaron modificaciones por parte de los redactores de las fuentes.[76] Existe, sin embargo, una minoría de estudiosos que, desde una crítica radical de las fuentes, consideran probable que Jesús ni siquiera fuese un personaje histórico real, sino una entidad mítica, similar a otras figuras objeto de culto en la Antigüedad.[Nota 9]
Son sobre todo las fuentes cristianas, obviamente parciales, las que proporcionan información sobre Jesús de Nazaret. Los textos cristianos reflejan principalmente la fe de las comunidades primitivas, y no pueden considerarse, sin más, documentos históricos.
Los textos en los que la crítica actual cree posible hallar información acerca del Jesús histórico son, principalmente, los tres evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas). Secundariamente, proporcionan también información acerca de Jesús de Nazaret otros escritos del Nuevo Testamento (el Evangelio de Juan, las epístolas de Pablo de Tarso), algunos evangelios apócrifos (como el de Tomás y el de Pedro), y otros textos cristianos.
Por otro lado, existen referencias a Jesús en unas pocas obras no cristianas. En algunos casos se ha puesto en duda su autenticidad (Flavio Josefo), o que se refieran al mismo personaje cuya vida relatan las fuentes cristianas (Suetonio). Apenas aportan alguna información, excepto que fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato (Tácito) y que fue considerado un embaucador por los judíos ortodoxos.
La investigación filológica ha logrado reconstruir la historia de estos textos con un alto grado de probabilidad, lo que arroja como conclusión que los primeros textos sobre Jesús (algunas cartas de Pablo) son posteriores en unos veinte años a la fecha probable de su muerte, y que las principales fuentes de información acerca de su vida (los evangelios canónicos) se redactaron en la segunda mitad del siglo I. Existe un amplio consenso acerca de esta cronología de las fuentes, al igual que es posible datar algunos (muy escasos) testimonios acerca de Jesús en fuentes no cristianas entre la última década del siglo I y el primer cuarto del siglo II.
Son muy numerosos los escritos cristianos de los siglos I y II en los que se encuentran referencias a Jesús de Nazaret. Sin embargo, solo una pequeña parte de los mismos contiene información útil acerca de él. Todos ellos reflejan, en primer lugar, la fe de los cristianos de la época, y solo secundariamente revelan información biográfica sobre Jesús.
Los principales son:
Los textos más antiguos conocidos relativos a Jesús de Nazaret son las cartas escritas por Pablo de Tarso, consideradas anteriores a los evangelios. Pablo no conoció personalmente a Jesús. Su conocimiento de él y de su mensaje, según sus propias afirmaciones, puede provenir de una doble fuente:[77] por un lado, sostiene en sus escritos que se le apareció el propio Jesús resucitado para revelarle su evangelio, una revelación a la que Pablo concedía gran importancia (Gal 1, 11-12); por otro, también según su propio testimonio, mantuvo contactos con miembros de varias comunidades cristianas, entre ellos varios seguidores de Jesús. Conoció, según él mismo afirma en la Epístola a los Gálatas, a Pedro (Gal 2, 11-14), Juan (Gal 2, 9), y Santiago, al que se refiere como «hermano del Señor» (Gal 1, 18-19; 1 Cor 15, 7).
Aunque la tradición cristiana atribuye a Pablo catorce epístolas incluidas en el Nuevo Testamento, solo existe consenso entre los investigadores actuales en cuanto a la autenticidad de siete de ellas, que se datan generalmente entre los años 50 y 60 (Primera epístola a los tesalonicenses, Epístola a los filipenses, Epístola a los gálatas, Primera epístola a los corintios, Segunda epístola a los corintios, Epístola a los romanos y Epístola a Filemón). Estas epístolas son cartas dirigidas por Pablo a comunidades cristianas de diferentes lugares del Imperio romano, o a individuos particulares. En ellas se tratan fundamentalmente aspectos doctrinales del cristianismo. Pablo se interesa sobre todo por el sentido sacrificial y redentor que según él tienen la muerte y resurrección de Jesús, y son escasas sus referencias a la vida de Jesús o al contenido de su predicación.[Nota 19]
Sin embargo, las epístolas paulinas sí proporcionan alguna información. En primer lugar, se afirma en ellas que Jesús nació «según la Ley» y que era del linaje de David, «según la carne» (Rom 1, 3), y que los destinatarios de su predicación eran los judíos circuncisos (Rom 15, 8). En segundo lugar, refiere ciertos detalles acerca de su muerte: indica que murió crucificado (2 Cor 13, 4), que fue sepultado y que resucitó al tercer día (1 Cor 15,3-8), y atribuye su muerte a los judíos (1 Tes 2, 14) y también a los «poderosos de este mundo» (1 Cor 2, 8). Además, la Primera epístola a los corintios contiene un relato de la Última Cena (1 Cor 11, 23-27), semejante al de los evangelios sinópticos (Mt 26, 26-29; Mc 14, 22-25; Lc 22, 15-20), aunque probablemente más antiguo.[78]
Los estudiosos están de acuerdo en que la principal fuente de información acerca de Jesús se encuentra en tres de los cuatro evangelios incluidos en el Nuevo Testamento, los llamados sinópticos: Mateo, Marcos y Lucas, cuya redacción se sitúa generalmente entre los años 70 y 100.
El punto de vista dominante en la crítica actual es que los evangelios no fueron escritos por testigos personales de la actividad de Jesús. Se cree que fueron escritos en griego por autores que no tenían conocimiento directo del Jesús histórico. Algunos autores, sin embargo, continúan manteniendo el punto de vista tradicional sobre esta cuestión, que los atribuye a personajes citados en el Nuevo Testamento.[Nota 20]
Aunque no es aceptada por la totalidad de los críticos, las afinidades entre estos evangelios suelen ser explicadas por la llamada teoría de las dos fuentes, propuesta ya en 1838 por C. H. Weisse, y que fue luego significativamente matizada por B. H. Streeter en 1924. Según esta teoría, el evangelio más antiguo es Marcos (y no Mateo, como se creía anteriormente). Tanto Lucas como Mateo son posteriores, y utilizaron como fuente Marcos, lo que explica el material común entre los tres sinópticos, denominado «de triple tradición». Pero, además, existió una segunda fuente, a la que se dio el nombre de Q, que contenía casi exclusivamente palabras de Jesús, lo cual explica el llamado material de doble tradición, que se encuentra en Mateo y Lucas, pero no en Marcos (Q es hoy considerado un documento independiente, del que incluso existen ediciones críticas).[79] Por último, tanto Lucas como Mateo contienen material propio, que no se encuentra en ninguna de las dos fuentes hipotéticas.
El grado de fiabilidad que se concede a los evangelios depende de los estudiosos. La opinión más extendida es que son principalmente textos apologéticos, es decir, de propaganda religiosa, cuya intención principal es difundir una imagen de Jesús acorde con la fe de las primitivas comunidades cristianas, pero que contienen, en mayor o menor medida, datos acerca del Jesús histórico. Se ha demostrado que contienen varios errores históricos y geográficos, numerosas incongruencias narrativas y abundantes elementos sobrenaturales que son sin duda expresiones de fe y de los que se discute si tienen o no un origen histórico. Sin embargo, sitúan a Jesús en un marco histórico verosímil, en general acorde con lo conocido mediante fuentes no cristianas, y esbozan una trayectoria biográfica bastante coherente.
La corriente de investigación llamada «historia de las formas», cuyos máximos representantes fueron Rudolf Bultmann y Martin Dibelius, se orientó sobre todo a estudiar la «prehistoria» literaria de los evangelios. Estos autores determinaron que los evangelios (incluido Q, considerado como un «protoevangelio») son compilaciones de unidades literarias menores, denominadas perícopas, que pertenecen a géneros literarios diferentes (narraciones de milagros, diálogos didácticos, enseñanzas éticas, etcétera). Estas perícopas tienen su origen último en la tradición oral sobre Jesús, pero solo algunas de ellas se refieren a dichos y hechos verdaderos del Jesús histórico. Más adelante, otra escuela, denominada «historia de la redacción» (o crítica de la redacción), destacó el hecho de que, a la hora de compilar y unificar narrativamente el material de que disponían, los autores de los evangelios respondían a motivaciones teológicas.
Para datar los evangelios sinópticos, un aspecto de particular importancia son las referencias a la destrucción del Templo de Jerusalén. Estudiando estas referencias, la mayoría de los autores coinciden en afirmar que los tres sinópticos, en su estado actual, son posteriores a la destrucción del templo (año 70), en tanto que Q es muy probablemente anterior.
Los autores de los evangelios responden a motivaciones teológicas concretas. En sus obras, intentan armonizar las tradiciones recibidas acerca del Jesús histórico con la fe de las comunidades a las que pertenecen.
Generalmente se considera que el Evangelio de Juan es más tardío que los sinópticos (suele datarse en torno al año 100) y que la información que ofrece acerca del Jesús histórico es menos fiable. Muestra una teología más desarrollada, ya que presenta a Jesús como un ser preexistente, sustancialmente unido a Dios, enviado por él para salvar al género humano.[82] Sin embargo, parece que su autor utilizó fuentes antiguas, en algunos casos independientes de los sinópticos, por ejemplo, en lo relativo a la relación entre Jesús y Juan el Bautista, y al proceso y ejecución de Jesús.[83] Relata pocos milagros de Jesús (solo siete), para los que posiblemente utilizó como fuente un hipotético Evangelio de los Signos. En este evangelio son muy numerosas las escenas de la vida de Jesús que no tienen un paralelo en los sinópticos (entre ellas, algunas de las más conocidas, como las bodas de Caná o la resurrección de Lázaro de Betania).
Se denomina evangelios apócrifos a aquellos textos sobre hechos o dichos de Jesús no incluidos en el canon del Nuevo Testamento. Como señala Antonio Piñero,[84] la mayor parte de los apócrifos no aportan información válida sobre el Jesús histórico, ya que se trata de textos bastante tardíos (posteriores al año 150), y que utilizan como fuentes los evangelios canónicos.
Existen, sin embargo, algunas excepciones notables: el Evangelio de Pedro, el Papiro Egerton 2, los Papiros de Oxirrinco y, muy especialmente, el Evangelio de Tomás.[85] Sobre la datación de estos textos no hay acuerdo entre los especialistas, pero la posición mayoritaria es que pueden contener información auténtica acerca de Jesús. Dado su carácter fragmentario, sin embargo, se han utilizado sobre todo para confirmar informaciones que también transmiten los evangelios canónicos.
La historicidad de estas referencias es considerada en general bastante dudosa.
Apenas hay menciones de Jesús en fuentes no cristianas de los siglos I y II. Ningún historiador se ocupó por extenso de su historia: solo existen alusiones de pasada, algunas de ellas ambiguas, y una de las de Flavio Josefo (el llamado «Testimonio flaviano») contiene posiblemente alguna interpolación posterior. Sin embargo, todas juntas bastan para certificar su existencia histórica.[87] Al respecto The New Encyclopaedia Britannica afirma:
Estos relatos independientes demuestran que en la Antigüedad ni siquiera los opositores del cristianismo dudaron de la historicidad de Jesús, que comenzó a ponerse en tela de juicio, sin base alguna, a finales del siglo XVIII, a lo largo del XIX y a principios del XX.The New Encyclopaedia Britannica[88]
Estas fuentes pueden dividirse en:
El primer pasaje de la citada obra que menciona a Jesús es conocido con el nombre de «testimonio Flaviano». Se encuentra en Antigüedades Judías, 18.3.3. Fue objeto de interpolaciones posteriores por copistas cristianos, y durante muchos años se debatió incluso si en su versión original Josefo aludía a Jesús. Este debate fue resuelto en 1971, al aparecer un manuscrito árabe del siglo X en el que el obispo Agapio de Hierápolis citaba ese texto de Josefo. Ya que la primera copia que se posee de Josefo (la de la Ambrosiana) data del siglo XI, un siglo más tarde, hay que admitir que el texto árabe, anterior, reproduce el de Josefo sin interpolaciones.[89]
El segundo pasaje no ha solido ser discutido, ya que está estrechamente relacionado con el contexto de la obra y parece improbable que se trate de una interpolación. Se encuentra en Antigüedades Judías, 20.9.1, y se refiere a la lapidación de Santiago, que el texto identifica como hermano de Jesús, un personaje que es llamado del mismo modo en algunos textos de Pablo de Tarso. Aunque sin consenso absoluto, para la mayor parte de los autores el pasaje es auténtico.
Hay breves menciones a Jesús en sendas obras de Suetonio (c. 70-post 126), Tácito (61-117) y Plinio el Joven (62-113). Excepto el de Tácito, son más bien referencias a la actividad de los cristianos:
Existen algunos textos más, como el de Luciano de Samósata (segunda mitad del siglo siglo II d. C.), que menciona a «aquel hombre a quien siguen adorando, que fue crucificado en Palestina... aquel sofista crucificado», u otro que, aunque es dudoso, podría ser una referencia a Jesús de Nazaret: se trata de una carta, conservada en siríaco, escrita por un tal Mara Bar-Serapion, en la que se habla de un «rey sabio» condenado a muerte por los judíos.[91] No hay acuerdo sobre si esta carta data del siglo I, II o III de nuestra era, y tampoco está claro si es o no una referencia a Jesús de Nazaret.
La escasez de fuentes no cristianas sugiere que la actividad de Jesús no llamó la atención en su época, aunque según las fuentes cristianas su predicación habría congregado a multitudes. Las fuentes no cristianas aportan solo una imagen muy esquemática al conocimiento de Jesús como personaje histórico.[92]
La arqueología no presenta evidencias para verificar la existencia de Jesús de Nazaret. La explicación principal que se da a este hecho es que Jesús no alcanzó mientras vivía una relevancia suficiente como para dejar constancia en fuentes arqueológicas, dado que no fue un importante líder político, sino un sencillo predicador itinerante.[93] Si bien los hallazgos de la arqueología no pueden ser aducidos como prueba de la existencia de Jesús de Nazaret, sí confirman la historicidad de gran número de personajes, lugares y acontecimientos descritos en las fuentes.[94]
Por otro lado, Jesús, como muchos destacados dirigentes religiosos y filósofos de la Antigüedad,[95] no escribió nada, o al menos no hay constancia alguna de que así haya sido. Todas las fuentes para la investigación histórica de Jesús de Nazaret son, por lo tanto, textos escritos por otros autores. El más antiguo documento inequívocamente concerniente a Jesús de Nazaret[Nota 21] es el llamado Papiro P52, que contiene un fragmento del Evangelio de Juan y que data, según los cálculos más extendidos, del 125 aproximadamente (es decir, casi un siglo después de la fecha posible de la muerte de Jesús, hacia el año 30).
La investigación histórica de las fuentes cristianas sobre Jesús de Nazaret exige la aplicación de métodos críticos que permitan discernir las tradiciones que se remontan al Jesús histórico de aquellas que constituyen adiciones posteriores, correspondientes a las primitivas comunidades cristianas.
La iniciativa en esta búsqueda partió de investigadores cristianos. Durante la segunda mitad del siglo XIX, su aportación principal se centró en la historia literaria de los evangelios.
Los principales criterios sobre los que existe consenso a la hora de interpretar las fuentes cristianas son, según Antonio Piñero,[96] los siguientes:
No todos los autores, sin embargo, interpretan del mismo modo estos criterios, e incluso hay quienes niegan la validez de algunos de ellos.
El pueblo judío, sin estado propio desde la destrucción del Primer Templo en 587 a. C., en tiempos de Nabucodonosor II, había pasado varias décadas sometido, sucesivamente, a babilonios, persas, la dinastía ptolemaica de Egipto y el Imperio seléucida, sin que se produjeran conflictos de gravedad. En el siglo II a. C., sin embargo, el monarca seléucida Antíoco IV Epífanes, decidido a imponer la helenización del territorio, profanó el Templo. Esta actitud desencadenó una rebelión acaudillada por la familia sacerdotal de los Macabeos, quienes establecieron un nuevo reino judío con total independencia desde el año 134 a. C. hasta el 63 a. C.
En ese año, el general romano Pompeyo intervino en la guerra civil que enfrentaba a dos hermanos de la dinastía asmonea, Hircano II y Aristóbulo II. Con esta intervención dio comienzo el dominio romano en Palestina. Dicho dominio, sin embargo, no se ejerció siempre de forma directa, sino mediante la creación de uno o varios estados clientes, que pagaban tributo a Roma y estaban obligados a aceptar sus directrices. El propio Hircano II fue mantenido por Pompeyo al frente del país, aunque no como rey, sino como etnarca. Posteriormente, tras un intento de recuperar el trono del hijo de Aristóbulo II, Antígono, quien fue apoyado por los partos, el hombre de confianza de Roma fue Herodes, quien no pertenecía a la familia de los asmoneos, sino que era hijo de Antípatro, un general de Hircano II de origen idumeo.
Tras su victoria sobre los partos y los seguidores de Antígono, Herodes fue nombrado rey de Judea por Roma en 37 a. C. Su reinado, durante el cual, según opinión mayoritaria, tuvo lugar el nacimiento de Jesús de Nazaret, fue un período relativamente próspero.
A la muerte de Herodes, en 4 a. C., su reino se dividió entre tres de sus hijos: Arquelao fue designado etnarca de Judea, Samaria e Idumea; a Antipas (llamado Herodes Antipas en el Nuevo Testamento) le correspondieron los territorios de Galilea y Perea, que gobernó con el título de tetrarca; por último, Filipo heredó, también como tetrarca, las regiones más remotas: Batanea, Gaulanítide, Traconítide y Auranítide.
Estos nuevos gobernantes correrían diversa suerte. Mientras que Antipas se mantuvo en el poder durante cuarenta y tres años, hasta el 39, Arquelao, debido al descontento de sus súbditos, fue depuesto en el 6 d. C. por Roma, que pasó a controlar directamente los territorios de Judea, Samaría e Idumea.
En el período en que Jesús desarrolló su actividad, por lo tanto, su territorio de origen, Galilea, formaba parte del reino de Antipas, responsable de la ejecución de Juan el Bautista, y al que una tradición tardía, que solo se encuentra en el Evangelio de Lucas, hace desempeñar un papel secundario en el juicio de Jesús. Judea, en cambio, era administrada directamente por un funcionario romano, perteneciente al orden ecuestre, que llevó primero el título de prefecto (hasta el año 41) y luego (desde el 44) el de procurador. En el período de la actividad de Jesús, el prefecto romano era Poncio Pilato.
El prefecto no residía en Jerusalén, sino en Cesarea Marítima, ciudad de la costa mediterránea que había sido fundada por Herodes el Grande, aunque se desplazaba a Jerusalén en algunas ocasiones (por ejemplo, con motivo de la fiesta de Pésaj o Pascua, como se relata en los evangelios, ya que era en estas fiestas, que congregaban a miles de judíos, cuando solían producirse tumultos). Contaba con unos efectivos militares relativamente reducidos (unos 3000 hombres),[98] y su autoridad estaba supeditada a la del legado de Siria. En tiempos de Jesús, el prefecto tenía el derecho exclusivo de dictar sentencias de muerte (ius gladii).
Sin embargo, Judea gozaba de un cierto nivel de autogobierno. En especial, Jerusalén estaba gobernada por la autoridad del sumo sacerdote, y su consejo o Sanedrín. Las competencias exactas del Sanedrín son objeto de controversia, aunque en general se admite que, salvo en casos muy excepcionales, no tenían la potestad de juzgar delitos capitales.
Aunque separada de Judea por la historia, Galilea era en el siglo I una región de religión judía. Tenía, sin embargo, algunos rasgos diferenciales, como una menor importancia del Templo, y una menor presencia de sectas religiosas como los saduceos y los fariseos. Estaba muy expuesta a las influencias helenísticas y presentaba grandes contrastes entre el medio rural y el medio urbano.
Al este de Galilea se encontraban las diez ciudades de la Decápolis, situadas todas ellas al otro lado del río Jordán, a excepción de una, Escitópolis (llamada también Bet Shean). Al noroeste, Galilea limitaba con la región sirofenicia, con ciudades como Tiro, Sidón y Aco/Tolemaida. Al sudoeste se situaba la ciudad de Cesarea Marítima, lugar de residencia del prefecto (luego procurador) romano. Por último, al sur se encontraba otra importante ciudad, Sebaste, así llamada en honor al emperador Augusto.[Nota 22]
En pleno corazón de Galilea se encontraban también dos importantes ciudades: Séforis, muy cercana (5 o 6 km) a la localidad de donde era originario Jesús, Nazaret; y Tiberíades, construida por Antipas y cuyo nombre era un homenaje al emperador Tiberio. Tiberíades era la capital de la monarquía de Antipas, y estaba muy próxima a Cafarnaúm, ciudad que fue con probabilidad el centro principal de la actividad de Jesús.
Es importante destacar que las ciudades eran focos de influencia de la cultura helenística. En ellas residían las élites, en tanto que en el medio rural habitaba