Plañidera
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La plañidera (del latín plangere) era aquella mujer a quien se le pagaba por ir a llorar (plañir) al rito funerario o al entierro de los difuntos.[1] Aparece en documentación iconográfica y documental desde la Antigüedad y en algunos países del mundo, diferentes culturas siguen practicando usos similares.[lower-alpha 1][2]
Su uso siempre ha sido variable dentro del ritual fúnebre, abarcando desde la posibilidad de contagiar o provocar por imitación el llanto en los deudos para efectuar una catarsis del duelo, hasta para realzar la importancia social de un difunto. Las plañideras no están exentas de creencias espirituales, según Tom Lutz, en su libro El llanto: historia cultural de las lágrimas, en la Antigüedad el llanto de las plañideras ayudaba a limpiar el alma del difunto, y llevarla a la plenitud.
La mayoría de las personas contratadas para llevar a cabo el acto de duelo profesional eran de sexo femenino. Se consideraba que los hombres no eran aptos para ello porque se suponía que debían ser los cabezas de familia, fuertes, y poco dispuestos a mostrar algún tipo de emoción descarnada como el dolor, razón por la cual las mujeres eran plañideras profesionales. Era socialmente aceptable que las mujeres expresaran dolor, y expresar dolor es importante cuando se trata de llorar un cuerpo en términos de religión.[3] Además, en un mundo lleno de trabajos hechos exclusivamente para varones, daba a las féminas un sentimiento de orgullo por poder ganar dinero de alguna manera.[3] Las plañideras también eran vistas como un signo de riqueza. Cuantas más plañideras o dolientes seguían el féretro, más respetado era el difunto en la sociedad.[4]
Están documentadas desde el Antiguo Egipto debido a un tabú que prohibía a los deudos llorar en público. También existieron en la Antigua Grecia. Durante la Antigua Roma, durante el cortejo fúnebre, precedían al féretro situándose detrás de los portadores de las antorchas: con el pelo suelto en señal de luto, entonaban lamentos fúnebres y elevaban alabanzas al difunto, acompañadas de instrumentos musicales, a veces rascándose la cara y arrancándose mechones de pelo. Actualmente, además de seguir ejerciendo su oficio dentro de los ritos fúnebres de algunas culturas, también se han vuelto un espectáculo dentro de algunas festividades mortuorias.