Canon epicúreo
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Epicuro escribió un tratado titulado Canon (del griego antiguo: Kανών) en el que explicaba sus métodos de investigación y teoría del conocimiento.[2] Cicerón describe el Canon epicúreo como «aquella norma que ha como bajado del cielo para enseñárnoslo todo y por la cual deben guiarse todos los juicios sobre la realidad».[3] Esta obra no ha sobrevivido ni ningún otro texto que explique completa y claramente la epistemología epicúrea, dejando solo citas y menciones de varios autores para poder reconstruirla.[4][2]
Como resultado de su rivalidad contra las enseñanzas del escepticismo de Pirrón y el racionalismo idealista de Platón,[4][2] la filosofía epicúrea emplea una epistemología empirista,[5][6][4][2] según la cual: «no solo la razón se desplomaría enteramente, sino la vida misma perecería sin dilación, si no nos atreviéramos a fiarnos de los sentidos...»[7] Luego, el sabio (sophos) confía de sus sentidos, establecerá dogmas, y no dudará.
Toda razón pende de los sentidos, y la verdad de estos se confirma por la certidumbre de las sensaciones. Efectivamente, tanto subsiste en nosotros el ver y oír, como el sentir dolor. Así que las cosas inciertas se notan por los signos de las evidencias. Aun las operaciones del entendimiento (epinoiai) dimanan todas de los sentidos, ya por incidencia, ya por analogía, ya por semejanza y ya por complicación; contribuyendo también algo el raciocinio.Diógenes Laercio, Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres. X, Epicuro, 23.
La canónica no es el estudio de la lógica o dialéctica, sino la criteriología que ayuda a distinguir lo verdadero y falso.[8][9] El sabio pues, «resuelve las cosas más importantes y difíciles con su propio juicio y reflexión».[10] El sistema de enseñanza de Epicuro estaba organizado con un procedimiento de principios generales, que se asimilaban resúmenes que contenían su doctrina.[11] El Canon pudo haberse basado en El trípode, un tratado epistemológico de Nausífanes, aunque Epicuro aseguraba que no aprendió nada de él.[12]
Los epicúreos sostuvieron que el propósito de todo conocimiento es ayudar a los humanos a alcanzar la ataraxia.[4][2] Enseñó que el conocimiento se aprende a través de experiencias en lugar de ser innato[4] y que la aceptación de la verdad fundamental de las cosas que una persona percibe es esencial para la salud moral y espiritual de una persona.[4][2] Epicuro consideraba los instintos como la máxima autoridad en asuntos de moralidad y sostenía que si una persona siente que una acción es correcta o incorrecta es una guía mucho más convincente para determinar si ese acto es realmente correcto o incorrecto que las máximas abstractas, las estrictas reglas de ética codificadas, o incluso la propia razón.[4]