Juliano el Apóstata
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Flavio Claudio Juliano (en latín: Flavius Claudius Iulianus;[n. 2] Constantinopla, 331[1] o 332[2]-Maranga, 26 de junio de 363), conocido como Juliano II o, como fue apodado por los cristianos, «Juliano el Apóstata»,[3] fue un filósofo y emperador de los romanos desde el 3 de noviembre de 361 hasta su muerte. Su rechazo al cristianismo y su intento de restauración del culto romano tradicional basándolo en el helenismo neoplatónico, llevaron a que fuera considerado apóstata en la tradición cristiana. A pesar de su corto reinado, el de Juliano es uno de los más controvertidos y polémicos de la historia del Imperio romano.[4][5] «Fue, junto con Marco Aurelio, el único emperador filósofo».[6]
Juliano el Apóstata | ||
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Emperador romano | ||
Augusto | ||
3 de noviembre de 361 – 26 de junio de 363[n. 1] | ||
Predecesor | Constancio II | |
Sucesor | Joviano | |
César | ||
6 de noviembre de 355 – 360 | ||
Información personal | ||
Nombre completo | Flavio Claudio Juliano | |
Nacimiento |
331 o 332 Constantinopla | |
Fallecimiento |
26 de junio de 363 (32 o 31 años) Maranga, Mesopotamia | |
Religión | paganismo | |
Familia | ||
Dinastía | dinastía constantiniana | |
Padre | Julio Constancio | |
Madre | Basilina | |
Consorte | Helena (355-360) | |
Hijo de un hermanastro de Constantino el Grande fue, junto con su hermano Galo, el único superviviente de la purga que acabó con los familiares de su dinastía en 337.[7] Tras pasar su infancia y juventud apartado del poder, su primo Constancio II lo nombró César de la pars occidentalis en 355, menos de un año después de la ejecución de su hermano, que también ostentaba la dignidad de César. Constancio le encargó rechazar la invasión germánica de la Galia, tarea que realizó con gran efectividad.
En 361 fue proclamado por el Ejército de la Galia Ausgusto, lo que condujo a la guerra civil. Sin embargo, la repentina muerte de su primo Constancio II lo convirtió en emperador único antes de que se rompieran las hostilidades. Renegó entonces públicamente del cristianismo, declarándose «heleno», motivo por el cual fue tratado como apóstata por los cristianos. Juliano depuró a los miembros del gobierno de su primo y llevó a cabo una activa política religiosa, tratando de restaurar la religión romana y de «contener» la expansión del cristianismo, pero fracasó por la corta duración de su reinado.[8] Asimismo, intentó revivir las costumbres republicanas del principado, se negó a asumir el título de dominus, como había sido corriente en la dinastía constantiniana, adoptando el título de cónsul, y emprendió un proyecto para la construcción del Tercer templo de Jerusalén, lo cual le valió el apoyo de los judíos dispersos por el imperio, a quienes se les permitió congregarse en el monte sacro tras el exilio impuesto por sus antecesores, lo cual generó una mayor animosidad por parte de los cristianos.[9]
En su último año de reinado emprendió una infructuosa campaña contra el Imperio sasánida. Descartada la toma de su capital, Ctesifonte, emprendió una marcha por tierra quemada,[10][11] mientras trataba de unirse al resto de las fuerzas romanas comandadas por Procopio, que culminó con su muerte en una escaramuza.[12] Su fin fue asimismo el de la dinastía constantiniana.
Juliano fue el último gobernante no cristiano del Imperio romano. Creía que era necesario restaurar los antiguos valores y tradiciones romanas del Imperio para salvarlo de la disolución. Depuró la pesada burocracia estatal y trató de revivir las prácticas religiosas tradicionales romanas a expensas del cristianismo. Su intento de construir un Tercer Templo en Jerusalén probablemente pretendía perjudicar al cristianismo más que complacer a los judíos. Juliano también prohibió a los cristianos enseñar y aprender textos clásicos. Los cristianos consideraron su reinado igual al periodo de las persecuciones y durante siglos Juliano fue calificado como el enemigo del cristianismo.[13][14] Siguiendo esta misma línea interpretativa Theodor Mommsen ha afirmado que Juliano intentó «retrasar el reloj de la historia universal y propiciar al agonizante paganismo una vez más la asunción del poder».[n. 3] Sin embargo, en el siglo XVIII los ilustrados, con Voltaire al frente —quien afirmó que el apelativo más apropiado para Juliano debería haber sido «el restaurador» de la religión romana—, lo consideraron como un héroe precursor del libre pensamiento.[15]
Entre los dos extremos (cristiano e ilustrado),[16] los historiadores actuales sostienen una posición más matizada. Según Peter Brown, contradiciendo a Mommsen, la «"reacción pagana" del reinado de Juliano se hallaba muy lejos de ser un esfuerzo romántico para retrasar el reloj hasta los días de Marco Aurelio».[17] Para Claire Sotinel, «su hostilidad hacia los cristianos no tuvo las dimensiones de una persecución sistemática y sus efectos fueron todavía menores por la brevedad de un reinado de menos de tres años. Estudios recientes, en particular en Francia los trabajos de Jean Bouffartigue [autor de L'Empereur Julien et la culture de son temps, París 1992], han puesto en evidencia la complejidad de su personalidad, la ambigüedad de su política y, en muchos aspectos, su carácter conservador y autoritario».[18] Por su parte Ramón Teja ha señalado que el pensamiento y la política de Juliano «es fiel reflejo de este periodo de la historia que denominamos Antigüedad tardía o Imperio cristiano, que conoció una de las más profundas transformaciones que ha experimentado la historia de lo que denominamos la Cultura de Occidente».[19]