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Desnudo (género artístico)
género artístico que tiene como objeto primario al cuerpo humano sin ropas De Wikipedia, la enciclopedia libre
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El desnudo es un género artístico[nota 1] que consiste en la representación en diversos medios artísticos —pintura, escultura o, más recientemente, cine y fotografía— del cuerpo humano desnudo. Es considerado una de las clasificaciones académicas de las obras de arte. La desnudez en el arte ha reflejado por lo general los estándares sociales para la estética y la moralidad de la época en que se realizó la obra. Muchas culturas toleran la desnudez en el arte en mayor medida que la desnudez en la vida real, con diferentes parámetros sobre qué es aceptable: por ejemplo, aun en un museo en el cual se muestran obras con desnudos, en general no se acepta la desnudez del visitante. Como género, el desnudo resulta un tema complejo de abordar por sus múltiples variantes, tanto formales como estéticas e iconográficas, y hay historiadores del arte que lo consideran el tema más importante de la historia del arte occidental.[nota 2]

Aunque se suele asociar al erotismo, el desnudo puede tener diversas interpretaciones y significados, desde la mitología hasta la religión, pasando por el estudio anatómico, o bien como representación de la belleza e ideal estético de perfección, como en la Antigua Grecia. El arte ha sido desde siempre una representación del mundo y el ser humano, un reflejo de la vida. Por ello, el desnudo no ha dejado de estar presente en el arte, sobre todo en épocas anteriores a la invención de procedimientos técnicos para captar imágenes del natural (fotografía, cine), cuando la pintura y la escultura eran los principales medios para representar la vida. Sin embargo, su representación ha variado conforme a los valores sociales y culturales de cada época y cada pueblo, y así como para los griegos el cuerpo era un motivo de orgullo, para los judíos —y, por ende, para el cristianismo— era motivo de vergüenza, era la condición de los esclavos y los miserables.[1]
El estudio y representación artística del cuerpo humano ha sido una constante en toda la historia del arte, desde la prehistoria (Venus de Willendorf) hasta nuestros días. El ser humano ha sentido desde antaño la necesidad de profundizar en su esencia, de conocerse a sí mismo, tanto en el aspecto exterior como interior. El cuerpo proporciona placeres y dolores, tristeza y alegría, pero es un compañero presente en todas las facetas de la vida, con el cual el ser humano transita por el mundo, y por el cual siente la necesidad de indagar en su conocimiento, en sus pormenores, en su aspecto tanto físico como recipiente de su «yo interior». Desde su faceta más mundana, relacionada con el erotismo, hasta la más espiritual, como ideal de belleza, el desnudo ha sido un tema recurrente en la producción artística prácticamente en todas las culturas que se han sucedido en el mundo a lo largo del tiempo. Kenneth Clark, en su obra El desnudo. Un estudio de la forma ideal (1956), enfatiza la distinción en lengua inglesa de dos tipos de desnudo: la forma humana natural (naked) y la transcripción de esa forma de un modo idealizado (nude). Esta distinción entre desnudo corporal y desnudo artístico proviene de los críticos ingleses del siglo XVIII, para los que la esencia de la pintura y la escultura era el cuerpo humano desnudo.[2]
El desnudo ha tenido desde tiempos antiguos —especialmente desde las formulaciones clásicas de la Antigua Grecia— un marcado componente estético, por cuanto el cuerpo humano es objeto de atracción erótica, y constituye un ideal de belleza que va cambiando con el tiempo, según el gusto colectivo de cada época y cada pueblo, o incluso el particular de cada espectador. La sexualidad más o menos implícita de estas imágenes ha llevado al género del desnudo a ser objeto de admiración o bien de condena y rechazo, llegando a estar prohibido en épocas de moral puritana, si bien siempre ha gozado de un público que ha adquirido y coleccionado este tipo de obras. En tiempos más recientes, los estudios en torno al desnudo como género artístico se han centrado en los análisis semióticos, especialmente en la relación entre obra y espectador, así como en el estudio de las relaciones de género. El feminismo ha criticado el desnudo como utilización objetual del cuerpo femenino y signo del dominio patriarcal de la sociedad occidental. Artistas como Lucian Freud y Jenny Saville han elaborado un tipo de desnudo no idealizado para eliminar el concepto tradicional de desnudo y buscar su esencia más allá de los conceptos de belleza y género.[3]
En la actualidad, el desnudo artístico es ampliamente aceptado por la sociedad —al menos en el ámbito occidental—, y su presencia cada vez mayor en medios de comunicación, cine, fotografía, publicidad y otros medios, lo ha convertido en un elemento icónico más del panorama cultural visual del hombre y la mujer actual, aunque para algunas personas o algunos círculos sociales sigue siendo un tema tabú, debido a convencionalismos sociales y educacionales, generando un prejuicio hacia la desnudez, que es conocido como «gimnofobia» o «nudofobia».[4]
Ahora comprenderemos mejor el porqué un arte preocupado principalmente por la figura humana deba atender ante todo al desnudo, así como la razón de que éste haya constituido el problema más apasionante del arte clásico de todas las épocas. No sólo es el mejor vehículo transmisor de todo aquello que en el arte corrobora y acrecienta de manera inmediata el sentido de la vida, sino que es también en sí mismo el objeto más significante del mundo de los hombres.Bernard Berenson, Los pintores italianos del Renacimiento (1954).[5]
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Fundamentos del desnudo en el arte
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El desnudo ha tenido desde la Antigua Grecia un marcado componente idealizador, por lo general se ha representado más desde el idealismo que desde la imitación naturalista, procurando hallar en la forma humana un ideal de perfección que trascendiese la materia para evocar el alma, la pureza de la unión entre cuerpo y espíritu. Así, los artistas griegos más que imitar el cuerpo humano lo perfeccionaban. En palabras de Aristóteles: «el arte completa lo que la naturaleza no puede terminar. Por el artista conocemos los objetivos inalcanzados de la naturaleza».[6] Así, en el desnudo el espectador aprecia errores que no son tales, sino que son juicios de gusto, reflexiones estéticas que derivan de un concepto de belleza ideal inherente a cualquier persona. De tal manera resulta imposible establecer unos criterios generales por los que cualquier desnudo resulte bello para todo el mundo, y algunos autores han intentado —sin éxito— establecer una «forma media», basada en las proporciones más habituales, que sin embargo no llega a satisfacer al espectador, puesto que la belleza es algo abstracto, inconmensurable, utópico, y por tanto de difícil realización práctica.[7]
El ideal de perfección del cuerpo humano proviene de la Grecia clásica, y es constatable en todas sus obras, si bien no existe referencia de cómo expresaban los escultores griegos las proporciones ideales del cuerpo humano. Han llegado noticias del célebre «canon de Policleto», pero no se sabe exactamente en qué consistía. Sin embargo, una de las expresiones más famosas de las proporciones en el cuerpo humano proviene de un arquitecto romano, Vitruvio, quien en el tercer libro de su De architectura establecía que las proporciones ideales en arquitectura se deben basar en la medida del cuerpo humano, que es un modelo perfecto porque con brazos y piernas extendidos encaja inmejorablemente en las dos principales formas geométricas —consideradas perfectas—, el círculo y el cuadrado. Esbozó así el llamado Hombre de Vitruvio, que tuvo gran relevancia en la teoría artística del Renacimiento.[8]
Sin embargo, estos intentos de fundamentar el cuerpo humano en proporciones perfectas fueron un tanto baldíos, y sus resultados a menudo insatisfactorios, como la Némesis de Alberto Durero (1501), basada en las proporciones vitruvianas y sin embargo carente de atractivo físico. En última instancia, no hay fórmulas para plasmar de forma exacta la belleza del cuerpo, porque nuestra percepción siempre está tamizada por el pensamiento, por nuestro gusto, nuestros recuerdos, nuestras vivencias. Decía Francis Bacon que «no hay belleza excelente que no tenga algo raro en la proporción».[9] El mismo Durero, tras sus primeros intentos de una geometrización del cuerpo humano, renunció a tal pretensión, y pasó a inspirarse más en la naturaleza. En la introducción de su tratado Cuatro libros de las proporciones humanas (1528) expresó: «no existe un hombre en la tierra capaz de emitir un juicio definitivo sobre cuál pueda ser la forma más hermosa del hombre».[10]

Se puede concluir que el factor estético del desnudo depende tanto de ciertas reglas en cuanto a proporción y simetría como a un variado conjunto de valores de carácter subjetivo, desde la espontaneidad y exuberancia de la naturaleza hasta el componente psíquico de la percepción estética, sin desechar el carácter individual de todo juicio de gusto. Según Kenneth Clark, «el desnudo representa el equilibrio entre un esquema ideal y las necesidades funcionales», siendo éstas el conjunto de factores que otorgan vida y credibilidad al desnudo artístico.[11]
Las primeras reflexiones teóricas sobre el desnudo se efectuaron en el Renacimiento: en el tratado Della Pittura (1436-1439), Leon Battista Alberti opinaba que el «estudio del desnudo» era la base del procedimiento académico de la pintura, estableciendo que «para pintar el desnudo, empezad por los huesos; añadid luego los músculos y cubrid después el cuerpo con carne, de forma que quede visible la posición de los músculos. Podrá objetarse que un pintor no debe representar lo que no se puede ver, pero este procedimiento es análogo a dibujar un desnudo y luego cubrirlo de ropajes». Esta práctica académica ha llegado prácticamente hasta nuestros días, junto al estudio del natural, constatable a principios del siglo XV en unos dibujos de Pisanello, primer autor del que se conservan este tipo de bocetos —otros anteriores pueden haberse perdido—. Alberti también recomendaba para cualquier representación de grupo efectuar antes un boceto con las figuras desnudas, antes de vestirlas en la obra final, como se percibe en un boceto de la Disputà de Rafael, donde un grupo de jóvenes desnudos y de complexión atlética conforma el conjunto que luego serían los Padres de la Iglesia y los teólogos. El desnudo, junto a la perspectiva, fueron los dos grandes factores estructurales de la composición pictórica renacentista, y en la segunda mitad del siglo XV era ya un estudio común para el aprendizaje de cualquier aspirante a artista, como se denota por obras conservadas de los talleres de Filippino Lippi, Ghirlandaio y los hermanos Antonio y Piero Pollaiuolo, y así está documentado en las Vidas (1542–1550) de Vasari.[12]

El desnudo renacentista fue la base del estudio del cuerpo humano para la enseñanza académica del arte hasta prácticamente el siglo XX, con la premisa de estar fundamentado en la anatomía y de estar concebido bajo un criterio idealizador que excluyese cualquier connotación puramente sensualista. Uno de los principales artistas que han influido en el arte académico ha sido Rafael, uno de los primeros artistas que en sus obras incluía desnudos sin una justificación temática —como en su Matanza de los inocentes, donde los soldados de Herodes van desnudos sin haber ninguna referencia al respecto en los pasajes bíblicos sobre el tema—, pero aun así, por su estudio anatómico, por sus posturas estilizadas —que recuerdan más a bailarines que a soldados—, contienen un elemento ideal, elevado, puramente intelectual, que les confiere un sentido de nobleza artística que los aleja de cualquier consideración peyorativa. Ese era el ideal academicista, y en las principales realizaciones de esa escuela —principalmente las del llamado art pompier del siglo XIX— el elemento idealizante del desnudo es primordial para la concepción de la obra, donde cualquier atisbo de realismo o de simple sensualidad sería considerado vulgar.[13]
Un componente indisoluble del desnudo es el erotismo, elemento ineluctable por cuanto la visión del cuerpo humano desnudo genera atracción, deseo, apetito sexual. Para Kenneth Clark, este aspecto no se debe obviar ni intentar minimizar o relativizar, y mucho menos menospreciarlo moralmente, y en su ensayo sobre el desnudo contrapone a la afirmación de Samuel Alexander (en Beauty and Other Forms of Value) sobre que el desnudo de tipo erótico es un «arte falso y una moral mala» la vindicación de que si el desnudo no es erótico es un «arte malo y una moral falsa».[14] Sin embargo, el cuerpo humano puede producir también otras sensaciones, en cuanto es el vehículo a través del cual experimentamos el mundo; Clark menciona cinco de las principales sensaciones que provoca el desnudo: armonía, energía, éxtasis, humildad y pathos.[15]
La difícil tarea de delimitar en el desnudo artístico la frontera entre el erotismo y el idealismo, entre lo sensual y lo espiritual, llevó a artistas y filósofos a plantear diversas teorías que justificasen la existencia de estos diversos ámbitos: Platón estableció en El banquete dos distintas naturalezas de la diosa Afrodita, la natural y la celeste; la primera representaría lo material, lo vinculado a la carne, a los sentidos, el deseo y la atracción sexual; la segunda significaría lo espiritual, la belleza inmaterial, relacionada con el bien y la virtud, la expresión del alma y el intelecto. Este concepto estuvo vigente durante la Edad Media y fue retomado por el neoplatonismo del Renacimiento, convirtiéndose en fórmula del desnudo clasicista y académico, como queda perfectamente ejemplarizado en el cuadro Amor sacro y amor profano de Tiziano. En tiempos más recientes, fue reformulado en términos similares por Friedrich Nietzsche, quien en El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música (1872) distinguía entre lo apolíneo y lo dionisíaco, es decir, entre el equilibrio intelectual y la disgregación orgiástica.[16]
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Censura
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La representación artística del desnudo ha oscilado en la historia del arte desde la permisividad y tolerancia de sociedades que lo veían como algo natural, e incluso lo alentaban como ideal de belleza —como en la Antigua Grecia—, hasta el rechazo y la prohibición por sociedades de moral más puritana, donde generalmente desde unas premisas basadas en la religión el desnudo ha sido objeto de censura e incluso de persecución y destrucción de sus obras. En especial, el cristianismo ha sido una religión que no ha tolerado la representación del cuerpo humano desnudo excepto en imágenes de contenido religioso, donde algunos temas aislados estaban justificados por las sagradas escrituras, como los casos de Adán y Eva, la crucifixión de Jesús o la representación de las almas en el infierno. En la Edad Media, estas premisas estaban plenamente asumidas por artistas y la sociedad en general, y al no existir transgresiones a esta norma no se contabilizan numerosos casos de censura. Sin embargo, en el Renacimiento, la valoración de la cultura clásica y el retorno al antropocentrismo en la cultura comportaron un auge del desnudo, justificado tan solo por motivos mitológicos o alegóricos, lo que propició el rechazo de la Iglesia especialmente desde la Contrarreforma. El Concilio de Trento (1563) reservó un papel destacado al arte, como medio de divulgación de la enseñanza religiosa, pero al tiempo lo constriñó a la más estricta interpretación de las escrituras, otorgando al clero la tarea de vigilar la correcta observancia de los preceptos católicos por parte de los artistas.[18]
Tras el Concilio, el catolicismo contrarreformista censuró la desnudez. Un claro ejemplo es la orden del papa Paulo IV en 1559 a Daniele da Volterra de cubrir con ropas las partes íntimas de las figuras del Juicio Final de la Capilla Sixtina realizadas poco antes por Miguel Ángel —por esta acción Volterra fue llamado desde entonces il Braghettone, «el calzones»—. Poco después, otro papa, Pío V, encomendó la misma tarea a Girolamo da Fano, y no contento con esto Clemente VIII tenía deseos de eliminar por completo la pintura, aunque, por fortuna, fue disuadido por la Accademia di San Luca.[19] Desde entonces, la Iglesia católica se encargó con esmero de cubrir las desnudeces de numerosas obras de arte, bien con telas o con la famosa hoja de parra, la planta con la que Adán y Eva se taparon después del pecado original. Otro ejemplo de rechazo del desnudo en el arte fue el de la famosa estatua de David de Miguel Ángel, que al ser colocada en la Piazza della Signoria de Florencia fue apedreada por el público que presenciaba la escena, aunque con el tiempo se acostumbraron a su presencia e incluso se ganó el afecto de los florentinos.[20]
En España, defensora a ultranza de la Contrarreforma, la Inquisición fue la encargada de velar por la decencia y el decoro en el arte, designando inspectores para supervisar el cumplimiento de los decretos conciliares en el arte, como el suegro de Velázquez, el pintor sevillano Francisco Pacheco. En 1632 se publicó a instancias de un noble de origen portugués, Francisco de Braganza,[nota 3] un documento titulado Copia de los pareceres, y censuras de los reverendísimos maestros, y señores catedráticos de las insignes Vniversidades de Salamanca y Alcalá, y de otras personas doctas. Sobre el Abuso de las figuras, y pinturas lascivas y deshonestas; en que se muestra, que es pecado mortal pintarlas, esculpirlas, y tenerlas patentes donde sean vistas, donde se expresaba la común opinión de la época —sobre todo en ámbitos eclesiásticos— de la inmoralidad de la representación del desnudo, cuando este es lascivo y no tiene una justificación religiosa. Esta opinión generalizada explica el pequeño número de obras de desnudo producido en el arte renacentista y barroco español. Tiziano, por ejemplo, consciente del puritanismo de la corte española, cubrió con ramas de higuera los cuerpos desnudos de Adán y Eva antes de enviar el cuadro a Felipe II en 1571.[21] En relación con el desnudo, el Tribunal de la Inquisición tenía establecido que:
Y para obviar en parte el grave escándalo y daño no menor que ocasionan las pinturas lascivas: mandamos que ninguna persona sea osada a meter en estos reinos imágenes de pintura, láminas, estatuas u otras de escultura, lascivas, ni usar de ellas en lugares públicos de plazas, calles o aposentos comunes de las casas. Y asimismo se prohíbe a los pintores el pintarlas, y a los demás artífices que no las tallen ni hagan, pena de excomunión mayor latae sententiae, trina canonica monitione praemisa, y de quinientos ducados por tercias partes a gastos del Santo Oficio, jueces y denunciador, y un año de destierro a los pintores y personas particulares, que las entraren en estos reinos, o contravinieran en algo de lo referido.Novissimus librorum prohibitorum et expurgandorum index, Madrid, 1640.[22]
Un caso que podría haber acabado en una pérdida irreparable de numerosas obras maestras de grandes artistas fue el protagonizado por Carlos III, quien en 1762 ordenó quemar por consejo de su confesor, el padre Eleta, todos los cuadros de desnudo pertenecientes a la colección real, y que con tanto esmero habían coleccionado los monarcas hispánicos desde Carlos I hasta Felipe IV. Entre las obras se encontraban, por ejemplo, Las tres Gracias y el Juicio de Paris de Rubens, Adán y Eva de Durero, Venus recreándose en la música y Venus y Adonis de Tiziano, Venus, Adonis y Cupido de Annibale Carracci, El tocador de Venus de Francesco Albani, Hipómenes y Atalanta de Guido Reni, Lot y sus hijas de Francesco Furini o la Lucrecia de Luca Cambiaso. En última instancia, estas obras fueron salvadas de la quema por el pintor de cámara del rey, Anton Raphael Mengs, que lo convenció para que sirviesen de modelos de estudio para la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Primero se llevó estas obras a su casa —quedándose para disfrute personal una Venus de Tiziano— y después al taller de los pintores de la Corte, la llamada Casa del Rebeque, junto al Alcázar Nuevo. Algunas de estas obras pasaron en 1827 al Museo del Prado, donde se confinaron en una sala especial cerrada al público, que solo se visitaba con permisos especiales, y no fueron exhibidas públicamente hasta 1838.[23] En recordatorio de este hecho, en 2004 el Museo del Prado organizó una exposición temporal llamada La Sala Reservada, con una selección de los mejores desnudos de los fondos de la institución.[24]

Los procesos inquisitoriales afectaron incluso a un artista de la talla de Francisco de Goya, que fue denunciado al Santo Oficio por su obra La maja desnuda, la cual fue requisada por el tribunal en 1814. La Inquisición la calificó de «obscena», e inició un juicio a Goya, el cual logró la absolución gracias a la intervención del cardenal Luis María de Borbón y Vallabriga.[25][26][27] Sin embargo, la obra quedó depositada fuera de la vista del público prácticamente hasta inicios del siglo XX. Esta obra generó otra polémica en 1927, cuando Correos de España emitió un sello con La maja desnuda, siendo la primera vez que aparecía un desnudo femenino en la filatelia, lo que resultó un gran escándalo.
Los ejemplos de censura y persecución del desnudo artístico son abundantes en toda la historia reciente del arte occidental: en el siglo XVIII, Luis I de Orleans destruyó a cuchilladas el cuadro Leda con el cisne de Correggio, ya que lo consideraba lascivo; sin embargo, los fragmentos fueron recogidos y ensamblados de nuevo, a excepción de la cabeza, que fue repintada posteriormente.[28] En el siglo XIX, el artista estadounidense Thomas Eakins fue expulsado de la Pennsylvania Academy of Arts de Filadelfia por haber introducido la práctica académica del estudio del desnudo tomado del natural. En Bélgica, en 1865, Victor Lagye fue encargado de cubrir con pieles las figuras de Adán y Eva del Tríptico del Cordero Místico de la Catedral de San Bavón de Gante. En Gran Bretaña, por petición de la reina Victoria I, se creó una enorme hoja de parra para cubrir una réplica del David de Miguel Ángel, que aún se conserva en el Victoria and Albert Museum.[20]
En el siglo XX aún existieron numerosos casos de censura y agresiones a desnudos artísticos: en 1914, una sufragista británica llamada Mary Richardson agredió con un hacha de carnicero la Venus del espejo de Velázquez, ya que consideraba que ofrecía una imagen de la mujer como mero objeto. El acto vandálico se saldó con siete cortes en la pintura, causando daños en la zona entre los hombros de la figura, que afortunadamente fueron reparados con éxito por el restaurador jefe de la National Gallery, Helmut Ruhemann. Richardson fue sentenciada a seis meses de prisión, el máximo permitido por la destrucción de una obra de arte.[29] En 1917, la policía clausuró una exposición de Amedeo Modigliani en la galería Berthe Weill, el mismo día de la inauguración, por «ofensas al pudor», ya que los desnudos mostraban vello púbico. A causa del escándalo, el artista no vendió ningún cuadro.[30] En 1927, en plena dictadura de Primo de Rivera, se produjo una gran polémica por la colocación de diversas esculturas de desnudo en la Plaza de Cataluña de Barcelona, en ocasión de su remodelación para la Exposición Internacional de 1929. En desagravio, en 1931 —ya en época republicana— se realizó una Exposición del Desnudo, organizada por el Cercle Artístic de Sant Lluc, a la que concurrieron los mejores artistas de toda España.[31]
En el siglo XXI, aunque por lo general el desnudo es visto con naturalidad por la mayor parte de la población, aún se producen casos de censura artística: en 2001, el Secretario de Justicia de Estados Unidos, John Ashcroft, ordenó ocultar la estatua Spirit of Justice que preside la sala de conferencias del Departamento de Justicia en Washington, ya que mostraba los pechos desnudos.[32] En 2008 se retiraron del Metro de Londres unos carteles publicitarios que reproducían una Venus desnuda pintada por Lucas Cranach el Viejo y que servían para anunciar una exposición dedicada al pintor renacentista alemán en la Royal Academy, ya que según la compañía «podría herir y ofender la sensibilidad de los usuarios del Metro».[33] También en 2008, el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, ordenó cubrir un seno desnudo que mostraba la alegoría La Verdad desvelada por el Tiempo de Giambattista Tiepolo, ya que era la imagen central de la sala de conferencias de prensa del Gobierno, y aparecía al fondo del premier en sus comparecencias ante la televisión.[34]
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Iconografía
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El desnudo ha tenido, especialmente desde el Renacimiento, un marcado sentido iconográfico, ya que, debido quizá al pudor en la representación del cuerpo humano desnudo, el artista ha buscado frecuentemente una excusa temática para poder representar desnudos, otorgándoles un significado generalmente relacionado con la mitología grecorromana y, a veces, con la religión. Hasta el siglo XIX prácticamente no encontramos desnudos «al natural», despojados de todo simbolismo, desnudos que solo reflejen la esteticidad intrínseca del cuerpo humano. Las fuentes iconográficas para estas representaciones se encuentran en los textos de los autores clásicos grecorromanos (Homero, Tito Livio, Ovidio), para la mitología, y en la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento) para la religión. Muchos artistas estaban al corriente de las diversas temáticas mitológicas o religiosas, así como de la obra de otros autores, por medio de grabados y xilografías que circulaban por toda Europa, sobre todo desde el siglo XVI —pocos eran los artistas realmente eruditos y que podían extraer información directamente de las fuentes clásicas, como Rubens, que sabía latín y varios idiomas europeos—. Con el tiempo, se forjó un corpus iconográfico que recogía los principales mitos, leyendas, pasajes sagrados y relatos históricos, con obras como La leyenda dorada de Jacopo da Varazze (siglo XIII), sobre vidas de los santos y de Cristo y la Virgen María, o La genealogía de los dioses paganos de Boccaccio (1360-1370), sobre mitología griega y romana.[35]

Cabe señalar que un mismo tema o representación artística del desnudo puede tener distintas interpretaciones o significados según el observador: en su Historia natural, Plinio el Viejo relata que una estatua de Venus desnuda de Praxíteles fue rechazada por inmoral en la isla de Cos y aceptada con naturalidad en la ciudad de Cnido. En el Antiguo Testamento el desnudo era motivo de vergüenza, con la excepción del Cantar de los cantares, que alaba la belleza femenina. Para los romanos, el desnudo significaba pobreza más que vergüenza. En la Edad Media, los eruditos diferenciaron cuatro tipos de desnudo: la nuditas naturalis, el desnudo natural, como en la representación de Adán y Eva, el martirio de los santos o los resucitados en el Juicio final; la nuditas temporalis, el desnudo que comporta la pobreza, como en el caso de Job o de santos penitentes, como María Magdalena o Francisco de Asís; la nuditas virtualis, la que se considera aparejada a la virtud, como en la representación de la Verdad (en esta época se solía representar el Salmo 85:10 con la Verdad desnuda y la Misericordia vestida); y la nuditas criminalis, propia de actos de vicio y maldad, vinculada generalmente a la representación del demonio o de dioses paganos. Desde el Renacimiento, el mecenazgo laico alejó la representación del desnudo de la censura eclesiástica. El neoplatonismo florentino identificó el amor espiritual con la desnudez, mientras que el amor terrenal se adornaba con vestidos y joyas, como en el cuadro Amor sacro y amor profano de Tiziano. La Iglesia contrarreformista contraatacó condenando el desnudo excepto en los temas que lo requerían intrínsecamente, si bien numerosos miembros de la jerarquía eclesiástica lo aceptaban en los temas paganos.[36]
Algunos de los temas más recurrentes en la iconografía del desnudo son:
Según cuenta la leyenda Venus, diosa del amor, nació de los genitales del dios Urano, cortados por su hijo Crono y luego arrojados al mar: «cuando Cronos hubo cortado los genitales con el acero los lanzó inmediatamente a las aguas agitadas. El miembro de este poderoso dios quedó flotando y a su alrededor surgió una espuma blanca y resplandeciente de la que nació una muchacha». Hesíodo, Teogonía, 188-202.[37]
Por Peter Paul Rubens, Museo del Prado (1636-1639).
Por Charles-André van Loo, Los Angeles County Museum of Art (1763).
En la mitología griega, las Cárites o Gracias (Gratiae en latín) eran las diosas del encanto, la belleza, la naturaleza, la creatividad humana y la fertilidad. Eran tres hermanas: Aglaya (Belleza), Eufrósine (Júbilo) y Talia (Floreciente). Habitaban en el Olimpo, y junto a las musas formaban parte del séquito de Apolo.[38]
Por Enrique Simonet, Museo de Bellas Artes de Málaga (1904).
Por Pierre-Auguste Renoir, Hiroshima Museum of Art (1908-1910).
Paris era el hijo menor del rey de Troya, y fue elegido para dirimir la disputa entre las diosas Atenea, Hera y Afrodita, enfrentadas sobre cuál de las tres era la más bella. Paris escogió a Afrodita, y su recompensa fue el amor de Helena, esposa del rey de Esparta, cuyo rapto provocó la Guerra de Troya. Entre los autores clásicos que trataron este tema se encuentran Homero (Ilíada) y Ovidio (Las metamorfosis).[39]
Leda era una princesa etolia que fue seducida por Zeus en forma de cisne, engendrando a los gemelos Cástor y Pólux, y a Helena, cuyo rapto por Paris inició la Guerra de Troya.[41]
Según la Biblia, «Dios hizo caer un sueño profundo sobre el hombre y, mientras este dormía, tomó una de sus costillas y entonces cerró la carne sobre su lugar. Y Dios procedió a construir de la costilla que había tomado del hombre una mujer, y a traerla al hombre»; «y ambos continuaban desnudos, el hombre y su esposa, y sin embargo no se avergonzaban» (Génesis 2, 21-25). Esta es la justificación para la desnudez de Adán y Eva, los primeros seres humanos, cuya desnudez era natural, no mancillada por el pecado, y así vivían en el Paraíso hasta su expulsión tras el Pecado Original.[42]
La crucifixión, tabla central del Retablo de Isenheim (1512-1516), de Matthias Grünewald, Museo de Unterlinden, Colmar.
De nuevo la Biblia justifica la desnudez de Cristo en su martirio: «Entonces los soldados del gobernador llevaron a Jesús dentro del palacio y reunieron a él todo el cuerpo de soldados. Y desvistiéndolo, le pusieron un manto escarlata, y entretejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza, y una caña en la mano derecha» (Mateo 27, 27-29). Según la tradición, Cristo fue crucificado llevando solo un taparrabos, y su cuerpo mutilado por los legionarios. Así pues, la mayoría de imágenes sobre el calvario de Cristo muestran su cuerpo desnudo, desgarrado por el dolor.[43]
Alegoría de la justicia (1537), de Lucas Cranach el Viejo, Amsterdam Fridart Stichting.
Alegoría de la escultura (1889), de Gustav Klimt, Österreischisches Museum für Angewandte Kunst, Viena.
La alegoría es una figura literaria o tema artístico que pretende representar una idea valiéndose de formas humanas, animales u objetos cotidianos. Proviene de la Retórica de Aristóteles, donde especifica los instrumentos adecuados para que el arte pueda persuadir al espectador. Junto a otras figuras retóricas (metáfora, metonimia, paráfrasis, emblema, símbolo), la alegoría relaciona de manera intrínseca la forma y el contenido de una obra, de tal modo que pueda manifestar su esencia de una forma visible y coherente.[44]
Putto en equilibrio sobre un globo (1480), de Andrea del Verrocchio, National Gallery of Art, Washington D. C.
Cupido sosteniendo una bola de cristal (1650-1655), de Caesar van Everdingen, colección privada.
Amor y Psique infantes (1890), de William-Adolphe Bouguereau.
Los putti (plural de putto, «niño» en italiano) son motivos ornamentales consistentes en figuras de niños, frecuentemente desnudos y alados, en forma de Cupido, querubín o amorcillo. Son abundantes en el Renacimiento y Barroco italiano, y forman parte de la recuperación de motivos clásicos típica de la época.[45]
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Enlaces externos
Wikimedia Commons alberga una categoría multimedia sobre Desnudo.
- Heilbrunn Timeline of Art History Atlas geográfico y cronológico de la Historia del Arte, en la página del Metropolitan Museum of Art de Nueva York
- Breve Historia de la pintura Archivado el 5 de abril de 2016 en Wayback Machine.
- Ars Summum: galería libre de imágenes sobre toda la Historia del Arte
- Historia del arte erótico: el desnudo en el arte
- Los cuadros secretos del Prado
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