Historia de la industria del algodón en Cataluña
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La del algodón fue la industria que convirtió a Cataluña, a mediados del siglo XIX, en la principal región industrial de España, la única excepción mediterránea a la tendencia de la industrialización temprana a concentrarse en el norte de Europa.[1] La industria del algodón catalana, al igual que en muchos países europeos y en los Estados Unidos, fue la primera en aplicar a gran escala la tecnología moderna y el sistema fabril.[2]
La industria nació a principios del siglo XVIII, con la producción de telas estampadas chintz impulsada por la prohibición gubernamental de importar dicho tejido de la India y la apertura a los comerciantes catalanes de oportunidades comerciales en las colonias americanas. Tras introducir tecnología inglesa a principios del siglo XIX, se añadió el hilado. La industria despegó a partir de la década de 1830 una vez que Gran Bretaña eliminó las restricciones a la emigración de mano de obra experta (1825) y a la exportación de maquinaria (1842).[3] Se introdujo entonces la máquina de vapor. No obstante, el alto precio del carbón que se debía importar llevó a finales de la década de 1860 a un uso extensivo de la energía hidráulica que estimuló la creación de más de setenta y cinco colonias industriales en los ríos de la Cataluña rural.[4]
Desde mediados del siglo XIX, la industria subsistió gracias a medidas proteccionistas ya que el costo de las pacas de algodón en bruto, la energía y la maquinaria dificultó su competitividad global dependiendo casi por completo del mercado interno y de las colonias en las Antillas. La industria declinó a partir de la Gran Depresión. El aumento de los conflictos laborales, una economía en declive, una guerra civil y, a partir de 1939, la política autárquica del primer Franquismo impidió que la industria se beneficiara del crecimiento y la inversión global posterior a la Segunda Guerra Mundial. La apertura de la economía española en la década de los 1960 y la crisis del petróleo en los 1970 acabaron con la industria.[5]
La industria dejó un legado arquitectónico extraordinario. Los magnates del algodón fomentaron y financiaron los mejores logros del modernismo, ya fueran fábricas, residencias privadas o edificios de viviendas.[6] Estos edificios sirvieron tanto de sede de la empresa como de símbolo del poder, la modernidad y el espíritu progresista de sus propietarios.[7] Algunos ejemplos notables: Casa Calvet, Casa Terradas, Casa Burés, Palau Güell, Fábrica Casaramona, Can Batlló, uno de cuyos edificios alberga hoy la La Escuela Industrial, y la fábrica Aymerich de Tarrasa, ahora Museo de la Ciencia y de la Técnica de Cataluña.[8] La Iglesia de la Colonia Güell está inscrita en la lista del patrimonio mundial de la UNESCO.[9]
Las colonias industriales industrializaron y modernizaron la Cataluña rural. Fueron un imán poderoso que atrajo mano de obra y estimuló la redistribución de la población territorial en todo el país, con implicaciones para la política actual.[10] Muchas de las turbinas instaladas en las ya cerradas colonias continúan suministrando electricidad a la red nacional.[11] Sus infraestructuras albergan numerosos museos.