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Practical Ethics

libro de Peter Singer De Wikipedia, la enciclopedia libre

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Practical Ethics es un libro de 1979 del filósofo moral Peter Singer, que trata sobre la ética aplicada. Desde el punto de vista del utilitarismo, en la obra se analizan la fundamentación ética de temas controvertidos como la eutanasia, la lucha contra la pobreza, el aborto y la igualdad entre humanos y animales.[1] Las opiniones de Singer de temas como la eutanasia o el infanticidio provocaron controversia y la cancelación de varias de sus conferencias en países como Alemania, Austria y Suiza.[1]

Datos rápidos Ética práctica, Género ...
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Desde mediados del siglo XX varios filósofos y pensadores comenzaron a analizar un presunto declive de la moral en amplios sectores de la sociedad lo que los llevó a cuestionar la desconexión entre académicos encerrados en torres de marfil y los problemas sociales que se fueron profundizando desde la década de 1960.[1]

Estas críticas provocaron la aparición en el entorno académico anglosajón de varios obras que trataban de dar respuesta o servir de guía ante las críticas al sistema. Entre estas propuestas destacaban las obras de corte político de John Rawls vinculado al liberalismo, las de Robert Nozick del libertarismo o anarcocapitalismo y las de Gerald Cohen y Herbert Marcuse asociadas al marxismo. Sin embargo, los escritos de estos filósofos tenían poco éxito entre la población general debido a su estilo de redacción compleja y el análisis a cuestiones teóricas y poco prácticas.[1]

En cambio desde la década de 1970 el filósofo australiano Peter Singer se convirtió en uno de los principales promotores de la aplicación de la ética a problemas prácticos desde un punto de vista de la ética secular y con un lenguaje accesible.[1][2][3] En sus escritos se centró en la aplicación de la filosofía moral a problemas concretos como el aborto, la eutanasia, el racismo, la pobreza, el medioambiente, etc.[1][4][5] Mientras que dejaba en segundo plano las cuestiones abstractas, como el estatuto ontológico de conceptos morales como bueno y malo.[3][4]

La postura de Singer, que se vio influenciada por las ideas de los filósofos Jeremy Bentham y R. M. Hare, se adhería a la visión consecuencialista de la ética, en particular al utilitarismo. De acuerdo a la versión clásica de esta corriente, se juzgan a los actos como buenos en función de si estos producen un aumento en la felicidad o reducción del dolor general. Aunque en la versión seguida por Singer, el utilitarismo de preferencia, se prioriza la máxima satisfacción de los intereses posible de todos los involucrados en una acción.[3][4]

Las ideas de Singer comenzaron a ganar influencia tras la aparición del ensayo Famine, Affluence, and Morality en 1972. Donde uno de sus principales argumentos para combatir la pobreza era que si «está en nuestro poder evitar que ocurra algo malo, sin por ello sacrificar nada de comparable importancia moral, estamos moralmente obligados a hacerlo».[4] Posteriormente su libro Liberación animal publicado en 1975, se convirtió en un best seller y en uno de los textos fundamentales de los movimientos que luchaban por los derechos de los animales.[3][4] En obras posteriores, se centró en el estudio de la aplicación de la ética a cuestiones médicas, como el aborto o la eutanasia, haciendo contribuciones en el campo de la bioética.[1][3]

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Resumen

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Singer analiza, en detalle, por qué y cómo deben ponderarse los intereses de los seres. En su opinión, los intereses de un ser deben ponderarse siempre en función de sus propiedades concretas, y no de su pertenencia a algún grupo abstracto. Singer estudia una serie de cuestiones éticas como la raza, el sexo, el aborto, la eutanasia, el infanticidio, la experimentación con embriones, la condición moral de los animales, la violencia política, la ayuda exterior y si tenemos la obligación de ayudar a los demás. La segunda edición de 1993 añade nuevos contenidos sobre los refugiados, el medio ambiente, la igualdad y la discapacidad, la experimentación con embriones y el trato a los académicos en Alemania.[6][7]

Una tercera edición publicada en 2011 omite el capítulo sobre los refugiados y contiene un nuevo capítulo sobre el cambio climático.[8] En esta última edición, Singer asoma una transición del utilitarismo de preferencia a un utilitarismo hedonista o clásico. Basado en esta nueva postura considera que las vidas de las personas tienen el mismo valor que el de los seres sintientes, a diferencia de lo que expresaba en las ediciones previas del libro, en donde le daba un mayor valor a las vidas de las personas.[9][10]

Capítulo 1. Sobre la ética

Inicia el primer capítulo cuestionando la creencia de que la ética es un tema exclusivo de la religión o de los moralistas tradicionales. Singer ve varios problemas en tratar de sostener la ética o la moral en ideas religiosas, comenzando por los problemas derivados de la creencia de que dios es bueno y la incapacidad para explicar la existencia del mal.[11][12][13] Otro de los problemas a los que hace alusión es que en algunas interpretaciones del pensamiento cristiano se motiva a actuar moralmente por el interés propio, pues aquellos que sean virtuosos lograrán ir al cielo y el resto se quemará en el infierno.[11][12][13]

Tampoco se muestra partidario de la ética deontológica, la que se basa en normas inflexibles y de cumplimiento obligatorio como no mentir, no robar o no matar. Menciona que estas normas suelen ser útiles en la vida cotidiana, pero en ocasiones entran en conflicto ante situaciones de la vida real, lo que provoca que se creen normas más complejas y específicas.[3][11] A modo de ejemplo muestra como el mentir en general es malo, pero si gracias a una mentira se logra salvar la vida de una persona inocente perseguida por una dictadura, el mentir sería éticamente correcto en esa situación.[3][11]

Ante la dificultad de aplicación de una ética basada en normas, debido a que en ocasiones una misma acción puede tener consecuencias buenas o malas dependiendo de varios factores, apuesta por un enfoque que se ve poco afectado por estos problemas, el consecuencialismo y en particular la corriente del utilitarismo. Expresa como esta postura no comienza con las normas, sino por los objetivos, valorando los actos en función de las consecuencias que provocan.[2][11][14]

A pesar de su postura, no aprueba el relativismo moral.[11][13] Piensa que la forma de lograr un razonamiento ético aceptable es que estos deban basarse en principios morales universales similares a la regla de oro, el imperativo categórico o la idea utilitarista en la que «cada uno cuenta como uno y nadie como más de uno».[2][3][11][12]

Singer cree que, a diferencia de otras corrientes que persiguen una ética universal basada en normas, el utilitarismo, en particular el utilitarismo de preferencia, logra una postura mínima aceptable para universalizar la toma de decisiones al dar igual importancia a los intereses de todos los involucrados al momento de realizar un razonamiento moral.[3][11][12][14]

Capítulo 2 La igualdad y sus implicaciones

El segundo capítulo inicia mencionando que el principio de que todos los seres humanos son iguales se convirtió en parte de la ortodoxia ética y política en la mayoría de las sociedades, por lo menos en la vida pública.[14][15] A pesar de esto, opina que a medida que se analiza este principio a fondo comienzan a encontrarse problemas. Dice que los seres humanos tienen muchas diferencias, tanto físicas como de personalidad. Describe como existen mujeres y hombres, personas de diferente color de piel, unos más altos o con más fuerza física, otros que aparentan tener habilidades innatas en el deporte o las ciencias.[12][14][15]

Por lo que debido a estas diferencias, según Singer, es difícil encontrar una base fáctica en la cual sustentar la igualdad. Lo que lo lleva a considerar que la igualdad no reside en el sexo, etnia, nacionalidad, inteligencia o cualquier otro atributo similar.[12][15] Piensa que la igualdad es un principio ético básico y propone que este principio sea la igual consideración de intereses.[2][14][15]

Singer considera que las personas, sin importar las diferencias físicas y de personalidad, tienen intereses fundamentales como evitar el dolor, satisfacer las necesidades básicas, tener buenas relaciones personales, el desarrollo de la propia personalidad y libertad para alcanzar aspiraciones personales.[3][12][15] Expone como según el principio que propone al momento de realizar un razonamiento ético se le debe dar igual importancia a los intereses de todos los involucrados en nuestras acciones, valorando el interés más fuerte o la combinación de intereses que provoquen un mayor peso. Aunque reconoce que en algunos casos puede llegar a ser demasiado exigente, como al momento de evaluar los intereses entre seres queridos y extraños.[3][12][15]

Singer hace la acotación de que debido a las dificultades teóricas para argumentar en favor de una forma de igualitarismo más completa, su idea es un principio mínimo de igualdad, pero que no establece igual tratamiento.[12][15] Describe la forma de priorizar los intereses con un método similar al usado en el principio económico de la utilidad marginal decreciente, que determina que un bien es más útil para un individuo cuando le es más escaso. Pone de ejemplo el caso en que se necesite distribuir ayuda, en esta situación se le debe dar prioridad al interés de los más necesitados, dirigiendo la mayor cantidad a estos y menor a los que menos necesitan.[12][15]

Ante las posibles críticas de ser un principio excesivamente formal y teórico, dice que es lo suficientemente fuerte para rechazar cualquier intento de justificar medidas desigualitarias.[12][15] Lo ejemplifica con el caso hipotético de que se demostrara que genéticamente los blancos tuvieran un cociente intelectual medio superior a los negros o que los hombres en promedio tuvieran una personalidad más agresiva y competitiva que las mujeres y que por ende llegaran con mayor frecuencia a posiciones de liderazgo.[12][15] En primer lugar dice que estos tipos de estudios medirían promedios por lo que a nivel individual existirían negros y mujeres con iguales o superiores atributos que los blancos y hombres respectivamente. En segundo lugar, menciona que basado en la igual consideración de intereses, la igualdad no depende del grado de inteligencia, competitividad o cualquier otro atributo, sino que reside en que todos poseen intereses vitales como evitar el dolor o satisfacer las necesidades básicas.[12][15]

Posteriormente evalúa algunos sistemas que tratan de implantar la igualdad a gran escala. Se muestra crítico con el ideal de la igualdad de oportunidades en el que se permite, según su opinión, justificar grandes desigualdades siempre y cuando todos hayan tenido las mismas oportunidades. Dice que en la práctica la mayoría de las personas no tienen las mismas oportunidades, ya que muchas acceden a un sistema educativo deficiente o provienen de familias pobres o disfuncionales. Además, menciona que en el caso hipotético de que se lograra eliminar las diferencias del medio, según algunos estudios una parte de la personalidad e inteligencia puede estar influenciada por la genética, incluso dentro de individuos de una misma raza, por lo que probablemente seguirían existiendo ciertas desigualdades.[15]

Prosigue evaluando como una sociedad que se rija por la máxima de cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades, cumpliría en general con el principio de igual consideración. Sin embargo, dice que tras el fracaso de los países socialistas, que seguían en teoría este principio, para que esto funcione se necesitaría un cambio radical en la naturaleza humana. Opina que si bien no todas las personas necesitan muchos estímulos para lograr metas que requieran grandes esfuerzos, en general premiar el esfuerzo puede llegar a ser positivo y beneficiar a la sociedad.[15]

Por último considera la pertinencia de la acción afirmativa. Dice que sin importar el sexo o la raza todos son víctimas de ciertas desigualdades, pero cuando estas coinciden con otras desigualdades históricas se puede generar una mayor división en la sociedad y sensación de injusticia.[14][15] Aunque reconoce que estas medidas pueden tener efectos contraproducentes, en general cree que un tratamiento preferente en algunas situaciones, como en el ámbito educativo y laboral, a algunos miembros de los grupos históricamente discriminados puede contribuir a reducir la desigualdad.[2][15] Al final menciona que la acción afirmativa no solo es aplicable a la raza o al sexo, sino también, y con mayor importancia, a las personas con discapacidad.[14][15]

Capítulo III ¿Igualdad para los animales?

En el tercer capítulo dice que si se acepta que la igualdad no depende del sexo, etnia, nacionalidad, inteligencia o cualquier característica similar, en consecuencia no se puede justificar la discriminación por pertenecer a otra especie, en caso contrario se caería en una postura especista. Opina que el hecho de que los animales no humanos no sean miembros de nuestra especie no nos da derecho de hacer caso omiso de sus intereses y concuerda con el filósofo Bentham al considerar que la capacidad de sentir dolor y placer le otorga a cualquier ser vivo el derecho a la igualdad de consideración.[2][14][16]

Singer muestra como el sistema nervioso de los animales y humanos es similar y describe como los animales se comportan de manera similar a los humanos al experimentar dolor. Si bien reconoce que es difícil determinar el grado de sufrimiento entre especies distintas, dice que también es difícil determinar el sufrimiento entre seres humanos diferentes.[3][16] Cree que en situaciones donde entren en conflicto los intereses humanos y animales y se deba ponderar el sufrimiento entre ambos puede que se incline la balanza en favor de los humanos. Debido a un nivel de consciencia más desarrollado, que implica en ocasiones que tanto el sufrimiento físico como el emocional pueda ser más fuerte.[12][16]

Sin embargo, siguiendo esta lógica menciona que en casos como la experimentación en laboratorios los animales podrían llegar a ser hipotéticamente sustituidos por humanos huérfanos con graves discapacidades intelectuales cuyos intereses en evitar el dolor tendrían un menor peso que el de los animales debido al limitado nivel de consciencia.[12][16] Con este argumento dice que no busca justificar el experimentar con humanos con graves discapacidades intelectuales ni rebajar el trato que se les da a los humanos sino concientizar del sufrimiento innecesario al que son sometidos los animales lo que llevaría a realizar cambios radicales en el trato se les da.[12][16] Cambios entre los que menciona la dieta, uso de prendas de piel, supresión de circos, rodeos y zoológicos, y limitaciones y modificaciones en los métodos de cría y experimentación.[2][14][16]

Posteriormente responde a algunas objeciones en contra de dar un trato ético a los animales. Menciona como podría justificarse el uso de animales como alimento en sociedades que dependan de la caza y la recolección, pero esto no se justificaría en las sociedades modernas que pueden mantener, según estudios científicos, una dieta saludable sin consumir carne, de intentar defender posturas similares a estas dice que se caería en una falacia de apelación a la naturaleza.[12][16]

También cuestiona la visión contractualista de la ética que busca excluir a los animales, ya que según esta postura la ética es una especie de contrato implícito entre individuos que buscan beneficiarse mutuamente o evitan perjudicarse, algo que los animales no pueden hacer debido a su naturaleza instintiva.[12][16] Según Singer el problema con esta visión es que subordina las decisiones éticas al interés propio permitiendo limitar la ética a las interacciones con individuos que se puedan retribuir.[12][16] Dice que este tipo de postura podría usarse para justificar la esclavitud o actitudes discriminatorias con miembros ajenos a la comunidad. Incluso menciona que no tendría mucho sentido actuar moralmente pensando en las generaciones futuras dado que estas no tienen capacidad de reciprocidad, salvo que un individuo tenga interés en que su tumba este bien cuidada o que se rememore su memoria.[16]

Capítulo 4 ¿Qué hay de malo en matar?

En el capítulo cuarto comienza diciendo que si bien el principio de igual consideración de intereses puede servir para garantizar un trato igualitario a seres sintientes sin importar su nivel de consciencia, es menos claro para tratar de determinar si la vida de los seres con consciencia y capacidad de razonamiento y los que no la poseen tiene el mismo valor y si algunos de estos seres tienen derecho a la vida.[17]

Singer se opone a la postura de la santidad de la vida humana. Comienza por cuestionar la definición de ser humano debido a que considera que este término provoca cierta ambigüedad. Dice que en su acepción más general humano se refiere a un miembro de la especie Homo sapiens, pero de forma similar se usa para referirse a un ser que posee una serie de cualidades específicas como la capacidad consciencia, razonamiento, sentido del futuro y del pasado, capacidad para relacionarse y preocuparse por los demás, etc.[3][14][17]

Para evitar tal ambigüedad, prefiere usar el término persona para definir a un ser racional y consciente, y opina que si se puede argumentar objetivamente en favor de considerar el valor especial en la vida de una persona.[2][4][14][17] Continúa su argumento afirmando que algunos animales no humanos posiblemente podrían ser considerados como personas y que algunos miembros de la especie Homo sapiens como un embrión, un bebe anencefálico o un humano con una grave discapacidad mental irrecuperable, no pueden ser considerados personas.[2][3][17]

Concluye afirmando que en general una persona tendría derecho a la vida. Dice que sería malo matar a un ser que tiene aspiraciones para el futuro y un concepto de existencia continuada en el tiempo que implica un deseo de seguir viviendo, matarlo implicaría frustrar estos deseos, violar su autonomía y provocar temor en la sociedad.[3][14][17] A pesar de esto distingue entre dos niveles de razonamiento utilitarista, uno intuitivo o cotidiano y otro crítico, admite que en este último podrían encontrarse argumentos que justifiquen matar a una persona en determinadas circunstancias.[13][17]

Capítulo 5. Quitar la vida: los anímales

En el capítulo quinto Singer afirma que existe cierta evidencia que permite pensar que algunos animales son personas. Menciona varios casos de estudios y observaciones (como los de Washoe, Koko, Chantek y otros) que indican que algunos animales posiblemente tienen capacidad de razonamiento y consciencia. Reconoce que según las investigaciones existentes es difícil determinar con certeza el nivel de consciencia de los animales, pero dice que si se tienen dudas de que los grandes simios, ballenas, delfines, perros, gatos y mamíferos en general podrían poseer capacidades similares a las de las personas, lo mejor sería evitar matarlos.[2][18]

Mientras que opina que a los animales que no tengan capacidad de razonamiento ni consciencia no se les puede garantizar el derecho a la vida. Sin embargo, al tener capacidad de experimentar dolor cree que existen una serie de razones que podrían justificar no quitarles la vida a estos animales. Entre ellos menciona como el matar a un ser que puede vivir varios años experimentando placer estaría mal. Además, dice que muchas veces para matarlos se emplean métodos dolorosos o que su muerte implicaría sufrimiento en otros animales con los que haya desarrollado estrechos vínculos.[18]

Por último trata de responder al argumento de la reemplazabilidad. Dice que según este argumento la mayoría de los animales usados para consumo humano existen por el deseo mismo de los humanos y en caso de prohibir su consumo estos animales dejarían de ser necesarios y dejarían de existir.[18][19] Singer reconoce que este argumento podría ser válido y justificaría la muerte de animales sin capacidad de razonamiento ni consciencia en casos donde le permitan una vida placentera y se usen métodos que impliquen una muerte indolora.[18][19] Además acepta que el placer desaparecido experimentado por los animales muertos, según su postura utilitarista, será sustituido por el placer de los nuevos animales criados.[4][18] Sin embargo, piensa que a nivel práctico debido a las dificultades para lograr garantizar unas condiciones dignas de trato a los animales lo mejor sería optar por evitar su muerte para el consumo.[18]

Capítulo 6. Quitar la vida: el embrión y el feto

En el capítulo seis se muestra en desacuerdo con algunos argumentos liberales que tratan de justificar el aborto. Dice que aquellos que se centran en criticar la prohibición del aborto por las consecuencias sociales y médicas negativas que provoca o porque lo consideran una violación de la privacidad no atacan en si el punto de vista de que el abortar sea malo y pueden ser fácilmente refutados.[14][20] Mientras que considera al argumento feminista de que la mujer puede decidir lo que le pase a su propio cuerpo como plausible en algunos casos, como el de la violación.[14][20]

Luego expone el principal razonamiento de los sectores que se oponen al aborto de la siguiente forma: con una primera premisa que afirma que es malo matar a un ser humano inocente y la segunda que dice que el feto humano es un ser humano inocente, concluyendo que es malo matar a un feto humano.[5][20]

Expresa que los defensores del aborto erróneamente atacan la segunda premisa, que el feto es un ser humano. Piensa que la forma correcta de defender el aborto es negar la primera premisa, que esté mal matar a un ser humano. Lo sustenta haciendo mención a la falta de consenso científico y moral sobre el tema de cuando se inicia la vida humana, mostrando como se discute entre el nacimiento, la viabilidad, el movimiento del feto o el inicio de actividad cerebral.[5][20]

Dado este debate, opina que el feto desde su concepción puede considerarse como un miembro de la especie Homo sapiens, pero dice que no puede considerarse como una persona, un ser racional y consciente.[5][20] Piensa que al igual que otros animales sin consciencia el feto no tiene derecho a la vida, pero que esto no implica que no tenga derechos o intereses en absoluto. Si el feto puede sentir dolor, al igual que los animales no conscientes, tendrá interés en no sufrir por lo que el trato que se le da debe estar sometido al principio de igual consideración de intereses.[5][20]

Dice que desde la semana dieciocho de gestación comienza la formación de la corteza cerebral, el área asociada a las sensaciones de dolor, y a partir de esta etapa el aborto debería evaluarse en función de los intereses de la mujer, el feto y los demás involucrados.[2][20] Aunque expresa que es probable que en muchos casos la balanza se incline a favor de la mujer, haciendo la salvedad de que el método que se emplea para abortar debe ser indoloro.[3][20]

También se muestra a favor de la experimentación en el embrión y en el feto hasta la semana 18 y responde a las objeciones de los que lo consideran como un ser humano potencial. Dice que el embrión es un conjunto de células que en sus primeros días no se sabe si será un individuo o si se dividirá en dos o más embriones, lo que dificulta argumentar en favor considerarlo un ser humano potencial. Además dice, según su postura, que no es implícitamente malo matar a un ser humano que no sea persona, por lo que es más difícil argumentar en favor de que sea malo matar a un ser humano potencial.[14][20]

Capítulo 7. Quitar la vida: los seres humanos

En el séptimo capítulo expone sus razones en favor de la eutanasia, expresando como principal argumento que una vida llena de sufrimientos, ausencia de placer y sin ningún tipo de nivel de consciencia no merece la pena vivirse.[14][21] Comienza analizando el infanticidio y dice que en algunas situaciones es moralmente aceptable, concordando con el filósofo Bentham que afirmaba que el infanticidio no tiene por qué «producir la menor inquietud a la más tímida imaginación».[14][21]

Singer cree que un recién nacido, al igual que el feto, no puede considerarse como una persona.[14][21] Sin embargo, dice que debido a la capacidad de sentir dolor se debe tener en consideración sus intereses, por lo que el infanticidio, al igual que el aborto, debe estar estrictamente regulado. Opina que debe ser principalmente considerado para ser aplicado en los recién nacidos con graves discapacidades físicas y mentales incurables que llevarán una vida muy desdichada y llena de dolor, siempre y cuando sea el deseo de los padres o cuando no existan personas que se ofrezcan a adoptarlo.[2][21][22]

Luego analiza la aplicación del argumento de la reemplazabilidad en los recién nacidos que padecen condiciones graves, pero no tanto como para que su vida no merezca la pena vivirla.[4][21] Menciona que gracias al diagnóstico prenatal es posible identificar tempranamente en el feto varias condiciones médicas como la hemofilia o el síndrome de Down y en varios países una vez detectadas se les ofrece a los padres la posibilidad de abortar.[4][21] Singer dice que esta postura sostiene que el feto es reemplazable, es decir que la vida del feto abortado que posiblemente tendrá una menor felicidad será compensada por la vida con mayor felicidad que tendrá el posible hijo futuro sin ninguna condición médica.[4][21] El argumento de la reemplazabilidad es generalmente aceptado cuando ocurre antes del nacimiento aunque menciona que el nacimiento no significa una línea divisoria moralmente significativa en cuanto a considerar al recién nacido como una persona, un ser racional y consciente.[3][4][21] Muestra como algunas enfermedades no pueden detectarse antes del nacimiento o surgen debido a problemas en el parto por lo que opina que sería éticamente correcto considerar a un recién nacido con una grave condición médica reemplazable por un tiempo prudencial.[4][21]

Ante la objeción de que este argumento desprecia la vida de las personas discapacitadas que viven en la actualidad, expresa que su postura no implica que no deba sobrevivir nadie con alguna grave discapacidad, sino que los padres deben tener la opción de decidir.[23] Singer menciona que objetivamente se puede considerar que la vida de una persona discapacitada será probablemente peor que la de alguien sin discapacidad. Sin embargo, según su postura una vez que un humano discapacitado comienza a desarrollar la capacidad de razonamiento y consciencia, puede ser considerado como persona con derecho a la vida. Además, el principio de igual consideración de intereses garantiza un trato igualitario a una persona discapacitada que viva actualmente debido a que la discapacidad al igual que la especie, el sexo, la etnia o la inteligencia no es un atributo moralmente significativo a tener en cuenta al momento de realizar un juicio ético relativo a la igualdad.[21]

Prosigue analizando los casos de eutanasia no voluntaria en el que los humanos no tienen la capacidad para dar su consentimiento debido a que por diversos motivos perdieron la capacidad de consciencia de forma permanente.[4][21][22] Considera que en general es aceptable que se aplique la eutanasia a alguien que no puede ni haya dado su consentimiento, ya que estos no pueden ser considerados personas debido a su incapacidad para experimentar placer, dolor o satisfacer sus preferencias. Opina que aunque están biológicamente vivos, el «viaje de su vida ha concluido».[3][4][21]

Luego trata de justificar la eutanasia voluntaria. Dice que en este caso contradictoriamente se estaría justificando el matar a una persona, pero menciona que el principal argumento para defenderla es que la muerte produce un beneficio para el que muere porque le permite acabar con un dolor insoportable respetando su autonomía y preferencias.[14][21] Ante los cuestionamientos de que esta decisión nunca se hace de forma racional y libre debido al estado emocional y de salud del paciente, responde que en la mayoría de países donde se aplica legalmente la eutanasia también depende de la evaluación de un grupo de médicos.[21]

Luego cuestiona aquellos proponen los cuidados paliativos como alternativa a la eutanasia. Singer los considera positivos pero con eficacia limitada e inaccesibles para muchos.[21] De igual manera se muestra crítico con los que defienden la eutanasia pasiva, en la que se le suspende el tratamiento a un paciente para esperar a que muera.[2][21] Considera que esta postura, que se sostiene con argumentos como los doctrina de los actos y las omisiones o el principio de doble efecto, es hipócrita debido a que para el no existe una diferencia moral entre matar y dejar morir.[2][21] Expresa que la eutanasia pasiva alarga innecesariamente el sufrimiento y la muerte, además la legalización de la eutanasia permitiría una mayor supervisión sobre los médicos que ya la aplican en secreto.[21]

Capítulo 8. Ricos y pobres

En el octavo capítulo trata de responder acerca de si existe una obligación moral de ayudar a los pobres. Dice que las personas que tienen suficiente dinero no solo para satisfacer sus necesidades básicas, sino también para gastar en lujos tienen la obligación de ayudar a las personas que se encuentran en pobreza extrema que implica vivir con analfabetismo, desnutrición, alta mortalidad infantil y baja esperanza de vida.[2][14][24]

A pesar de que cree que ayudar es algo que todo el mundo debería hacer, reconoce que es más fácil obedecer una regla que obliga a no matar que una que obliga a salvar todas las vidas que se puedan.[14][24] Continúa su argumento admitiendo que es difícil comparar moralmente un asesinato con no ayudar a una persona que está en riesgo de muerte debido a la pobreza. Sin embargo, expresa que pueden considerarse como imprudentes a las personas que no ayudan por egoísmo, no considerarse responsable de la pobreza o falta de certeza en que su ayuda salvará una vida. Lo compara con el caso de un conductor que se salte un semáforo en rojo a alta velocidad, a pesar de que no atropella a nadie, su conducta no es aceptable. Dice que las personas son responsables de las consecuencias de sus actos y si gastan en lujos, dinero que podrían haber donado y quizás salvado una vida, su actitud sería imprudente.[14][24][23]

Apuesta por un principio en el que se establezca la obligación de ayudar siempre que se tenga la posibilidad de evitar que ocurra algo muy malo sin la necesidad de sacrificar algo moralmente equivalente. Dice que lo que se puede sacrificar dependerá de lo que se considere moralmente comparable con la pobreza extrema, como ropa de moda, comidas caras, equipos electrónicos de gama alta, vacaciones al extranjero, segundo auto, colegios privados para los hijos, etc.[24][25]

Luego responde a los cuestionamientos de la obligación de ayudar a los demás. Critica la postura de algunos que defienden los derechos individuales que rechazan la existencia de una obligación de ayudar a los más necesitados. Expresa que los humanos son seres sociales que se desarrollan en interacción con los demás y cierto nivel de solidaridad tiene efectos positivos en la sociedad.[24][23] Además, según la postura utilitarista en ocasiones se puede hacer caso omiso a algunos derechos, como el derecho de propiedad, si con esto se logra evitar grandes males, llegando a mencionar que vivir una vida ética es algo más que respetar los derechos de otros.[24]

Tampoco se muestra totalmente convencido por visiones como la de Richard Dawkins expuesta en su libro El gen egoísta, debido a que aunque existiera una inclinación natural al egoísmo no parece imposible actuar de forma altruista.[24] También cuestiona la ética del bote salvavidas defendida por Garret Hardin en la que se expresa que por la presunta superpoblación mundial los países desarrollados deberían ayudar de forma selectiva, evitando que la gran cantidad de pobres los arrastren a la pobreza. Si bien reconoce que debe priorizarse la ayuda y dirigirla donde sea más efectiva, piensa que el problema de la pobreza no es de producción sino de distribución. Dice que se lograría cierto progreso si se ayuda a países pobres fomentando el comercio justo entre naciones, mayor control sobre multinacionales, reformas agrarias, acceso a la educación y planificación familiar.[14][24][25]

Por último acepta que su postura puede exigir un nivel de heroísmo moral poco realista que solo un santo podría alcanzar por lo que expresa que quizá pueda establecerse una cantidad mínima de dinero para donar en función de los ingresos y responsabilidades individuales, como una especie de diezmo.[14][24][25] Aunque opina que una vida llena de lujos no puede considerarse como una buena vida en un mundo donde gastar en cosas innecesarias implica aceptar o ignorar el sufrimiento de otros.[24]

Capítulo 9. Los de dentro y los de fuera

En el noveno capítulo Singer aboga por que los países desarrollados aumenten el número de refugiados que aceptan. Dice que en la práctica existe poca diferencia entre refugiados reales y refugiados económicos, ambos tienen la misma necesidad de refugio y la mayoría se encuentra en situaciones de riesgo lo que los lleva a tomar graves peligros para huir de su país.[2][23][26] Opina que los refugiados son los mejores migrantes, ya que no tienen otro sitio a donde ir por lo que deben comprometerse totalmente con su nuevo país.[26]

Menciona que el repatriarlos cuando las condiciones que los llevaron a huir no han cambiado no es la mejor opción, de igual manera cree que es poco viable el asentarlos en países pobres vecinos debido a que estos poseen problemas similares y no tienen suficiente capacidad para atenderlos. Por lo que piensa que en muchos casos la solución es reasentarlos en países desarrollados.[14][26]

Basado en el principio de igual consideración de intereses expresa que la nacionalidad no es un criterio relevante al momento de realizar un juicio ético relativo a la igualdad por lo que al evaluar los posibles conflictos entre los residentes del país receptor y los refugiados se debe tener en consideración sus intereses. Cree que en muchos casos los intereses de los refugiados tendrán un mayor peso debido a que están asociados intereses vitales de supervivencia.[26]

Sin embargo, reconoce que en la medida que el número de refugiados aumente puede influir en que los países pobres vean esto como una incentivo para deshacerse de parte de sus habitantes, lo que influya en que se mantenga un flujo constante. Lo que a su vez, según Singer, puede provocar que la balanza se incline en favor de los residentes locales, debido a que por la gran cantidad de refugiados se produzcan problemas económicos y sociales que amenacen la paz. Aunque dice que la cifra de refugiados puede seguir aumentando prudentemente antes de llegar a estas consecuencias.[14][23][26]

Capítulo 10. El medio ambiente

En este capítulo Singer afirma que solo se debe extender el límite de la consideración moral a los seres conscientes capaces de sentir dolor y placer. Piensa que los seres vivos sin consciencia y no sensibles como los árboles o bacterias no tienen un valor intrínseco, sino meramente un valor instrumental, ya que solo tienen valor en función de como afecta a los seres conscientes.[14][27] Expresa que debido a su falta de consciencia e incapacidad de sentir dolor es imposible determinar el valor de sus vidas, lo que es bueno o malo para estos seres y por qué debería importarnos.[27][23] También rechaza por falta de pruebas algunas posturas, como las de Albert Schweitzer y James Lovelock, en las que se considera a la naturaleza o a un ecosistema como una especie de ente viviente sensible o consciente. Aunque menciona que esto no implica que no tenga importancia la conservación del medio ambiente.[27]

Luego desarrolla la idea de como una ética centrada en el ser humano puede servir de base para fomentar los valores medioambientales debido a que la conservación de la naturaleza está vinculada con el bienestar del ser humano, aunque sostiene que esta postura podría generar sesgos especistas. Piensa que en una moral centrada en el ser humano es posible que se ignoren los intereses de los animales no humanos que en general son los mayores afectados y están expuestos a grandes sufrimientos cuando se ponen en práctica proyectos de construcción que impliquen la destrucción o desaparición de zonas vírgenes.[23][27]

Otro de los argumentos que sugiere para fomentar una ética medioambiental es el considerar a las zonas vírgenes como patrimonio de la humanidad. Dice que la desaparición de estas zonas privará a las generaciones futuras de conocerlas y disfrutarlas. Ante el posible rechazo del argumento por ser «meramente estético», lo compara con los casos donde se hacen grandes esfuerzos por conservar obras de arte, restos arquitectónicos y ciudades antiguas. Dice que es posible que las generaciones futuras estén más interesadas en los videojuegos que en la naturaleza, pero si se conservan se les da la posibilidad para que las aprecien y disfruten. Algo que, según Singer, generaciones pasadas no tuvieron en cuenta y provocaron la desaparición extensas regiones y la extinción de algunas especies, privando a las siguientes generaciones de conocerlas.[14][27]

Concluye mencionando que una ética del medio ambiente debe fomentar valores relacionados con la vida sencilla, el reciclaje, el aprecio por la naturaleza y el rechazo al consumismo. Dice que este estilo de vida no supone eliminar el placer, sino que este provenga de actividades amigables con el medio ambiente como relaciones personales satisfactorias, deporte lúdico, alimentación vegetariana y actividad creativa.[2][14][27]

Capítulo 11. Fines y medios

En este capítulo Singer opina que en varios casos el fin justifica los medios, aunque dice que lo difícil es determinar que medios están justificados por qué fines.[3][14][28] Describe como en la mayoría de las sociedades se ha instaurado una creencia ciega en obedecer la ley, sin embargo menciona como muchas personas están dispuestas a violarla por causas que consideran justas.[14] Pone el caso de algunas corrientes de pensamiento que resuelven el conflicto entre individuo y sociedad en favor del individuo siguiendo lo que les dicte la conciencia. Menciona las ideas de Henry David Thoreau que en su ensayo Desobediencia Civil expresaba: «... no es deseable cultivar un respeto por la ley, sino más bien por lo justo. La única obligación que tengo derecho a asumir, es hacer en todo momento lo que considero justo».[14][28] Singer cree que si bien en ocasiones esta postura puede ser correcta, el problema proviene en que los juicios de una persona pueden estar indebidamente influenciados por sus experiencias personales y culturales lo que dificulta determinar con objetividad que es lo justo.[14][28]

Prosigue mencionando que si bien la ley y la ética no son la misma cosa, esto no significa que la ley no tenga ninguna importancia moral. Expresa que gracias a las leyes se logró establecer un método rápido y efectivo de toma de decisiones para solucionar conflictos de diverso tipo, evitando el uso de la fuerza. Al desobedecerla, expresa que se fomentaría la erosión del imperio de la ley, generando una serie de efectos negativos en la sociedad.[14][28]

Continúa argumentando como es más probable justificar la violación de la ley bajo dictaduras que en una democracia.[14][28] Dice que en las democracias en general existen medios legales para tratar de cambiar una situación que se considera injusta y se supone que representan al gobierno de la mayoría, que se ha convertido en la mejor opción posible para la convivencia y resolución de conflictos de forma pacífica.[28]

Singer opina que si bien estos argumentos dan una razón de peso para obedecer la ley bajo gobiernos democráticos, no demuestra que la violación de la ley sea en si misma mala. Expresa como las democracias están lejos de ser perfectas, los medios legales para cambiar una situación injusta son lentos y existe poca certeza de que sean efectivos. Además, menciona que el que una mayoría acepte o rechace un determinado asunto moral no lo vuelve éticamente válido o inválido.[28]

Sigue argumentando que no debería existir una obediencia ciega en la mayoría, ya que en muchos casos se dan resultados con diferencias ajustadas entre dos candidatos o propuestas y muchos de los votantes no están totalmente informados sobre la materia lo que lleva a que su decisión no sea totalmente racional.[28] De igual forma expresa que en las democracias representativas modernas muchas de las decisiones son tomadas por funcionarios electos que en algunos casos están financiados por grupos de presión o como ciertas decisiones controvertidas ni siquiera son tomadas por funcionarios electos sino por cortes o tribunales.[28]

Ante este panorama reconoce que no existe una norma moral simple para determinar cuando una situación o decisión es lo suficientemente mala para que sea justificable violar la ley en democracia y que esto puedo fomentar posturas subjetivas debido a que muchos se ven influidos por creencias religiosas o ideologías políticas y no propiamente por un razonamiento moral.[28] Considera a la desobediencia civil como el método de lucha más adecuado dado que no busca coaccionar a la mayoría, sino informarla o persuadirla utilizando medios no violentos y sin resistirse a la ley.[14][28]

Finaliza mencionando que aunque es más difícil defender el uso de la violencia como medio de cambio, este no puede descartarse totalmente. Dice que sería aceptable usar la violencia si se tiene la posibilidad y existe la certeza de que su uso impedirá una violencia mayor, como en el caso de asesinar a un dictador o la violencia dirigida contra propiedad usada para lastimar o experimentar en personas, en caso contrario se sería en parte responsable de la violencia futura que se pudo haber evitado.[28] Sin embargo, menciona que desde una postura consecuencialista existen fuertes objeciones al empleo de la violencia debido a que nunca existe una certeza real de los cambios que provocará ni de los efectos negativos a mediano y largo plazo que se producirán. Expone como históricamente en muchos casos los movimientos revolucionarios que llegaron al poder derrocando regímenes tiránicos con medios violentos fueron iguales o peores de los que los precedieron. De igual forma menciona como muchos grupos que emplearon tácticas terroristas para combatir la opresión tuvieron poco éxito y por el contrario provocaron resultados contraproducentes generalizando el rechazo y la represión contra los activistas que compartían sus causas, pero que empleaban métodos pacíficos.[28]

Capítulo 12. ¿Por qué actuar moralmente?

En último capítulo, ante las objeciones de los que puedan considerar a su postura ética demasiado exigente, trata de encontrar argumentos que justifiquen el porqué las personas deben actuar moralmente. En primer lugar cuestiona algunas visiones que tratan de justificar la conducta ética desde una postura errónea, según su perspectiva.[14][29]

La primera que estudia es la justificación racional de la ética asociada a Kant. Describe como según esta postura quien siga a la razón, que es considerada como universal y objetivamente válida, actuará éticamente.[14][29] Para Singer esto es problemático debido a que cualquier agente racional puede actuar de forma egoísta y justificarlo racionalmente llevando a que la relación entre ética y razón fracase.[29] Además, concuerda con Hume que consideraba que la razón práctica está guiada por los deseos y necesidades individuales.[3][14][29] Por lo que si se apela a la razón para justificar a la ética, se justificaría el actuar moralmente por el interés propio y no por la ética misma. Reconoce que a nivel práctico poco importa que alguien actué moralmente porque espera obtener algún beneficio, el resultado será positivo para la sociedad sin importar su motivación, pero esto no da una razón para cumplir un deber por el deber mismo.[29]

Luego cuestiona la visión de la ética de las virtudes, sostenida tanto por laicos como religiosos. Dice que esta corriente atribuye el alcanzar la felicidad con el vivir una vida virtuosa regida por la moral y la creencia de que la virtud será recompensada. Piensa que el asociar la felicidad con la vida virtuosa carece de evidencia científica, muchas personas pueden no sentirse felices practicando la benevolencia o compasión, e incluso aquellos calificados como psicópatas pueden encontrar placer en lastimar a otros.[29]

Prosigue mencionando que al no encontrar respuestas satisfactorias filosóficas ni religiosas para justificar el actuar moralmente, se debe abordar una de las cuestiones fundamentales de la filosofía, el sentido la vida.[14][29] Describe como muchas personas tienen por único interés en la vida la búsqueda de la felicidad, pero los que persiguen este objetivo tienden a caer en la paradoja del hedonismo. Expone como las personas en general disfrutan el trabajo arduo que les permite lograr una meta a largo plazo, pero cuando estas metas están asociadas al interés propio, como el éxito material, solo dan a una satisfacción temporal. Dice que una vez que se alcanza entran nuevamente en un estado de insatisfacción lo que los lleva a una permanente búsqueda de aquello que creen que los hará feliz.[29]

Para Singer el encontrar un sentido a la vida es consecuencia de apuntar afines más amplios que nuestros intereses personales. Cree que adoptar un punto de vista ético objetivo comprometiéndose con causas justas en un mundo lleno de problemas con difícil solución a corto plazo nos dotaría de «un sentido y finalidad en la vida que nunca se pierde».[14][29] Aunque reconoce que estas respuestas son aproximaciones empíricas y muchos no encontraran estas razones satisfactorias para justificar la actuación moral. Por lo que piensa que seguirá siendo necesario que las sanciones legales y la presión social coaccionen en contra de las violaciones graves a las conductas éticas.[2][29]

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Recepción

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Contexto

La publicación del libro generó polémica y rechazo en varios países, en especial en Alemania, Austria y Suiza lo que llevó a que se suspendieran varias de las conferencias de Singer en estos países e incluso llegó a sufrir agresiones físicas.[1][4] En junio de 1989 fue suspendida la conferencia llamada ¿Tienen los recién nacidos con discapacidades graves derecho a la vida?, que debía realizarse en el simposio europeo sobre bioingienería, ética y retraso mental en Marburgo, Alemania.[1][30] En las protestas que provocaron la suspensión se manifestaron grupos de derecha provida, grupos de izquierda, organizaciones de discapacitados, grupos de mujeres, representantes de la Iglesia, entre otros.[1][30] Algunos de los manifestantes comparaban las propuestas expuestas en el libro con el programa de exterminio nazi de discapacitados.[1]

De igual forma, debido a protestas de grupos de discapacitados en Austria, se suspendió un congreso de filosofía en el que Singer debía participar.[4] En 1992 más de cien personas, entre las que se encontraban teólogos y médicos, firmaron un manifiesto donde solicitaban la prohibición de las conferencias de Singer en Alemania.[1] En 1996 en la ciudad alemana de Bonn, varios manifestantes intentaron impedir la presentación de Singer sobre un nuevo libro, entre los manifestantes se encontraban tres parlamentarios democristianos que compararon al filósofo con el colaborador nazi Martin Bormann.[4] Mientras que 1998 la Universidad de Princeton contrató a Singer para un puesto en el Instituto de Valores Humanos, lo que provocó una campaña por correo oponiéndose a su nombramiento.[30]

En Alemania la polémica por las protestas pasó a ser conocida como el «Singer Affair» y generó un debate sobre la libertad de expresión y los derechos de las personas con discapacidad.[1][30][31] Dentro de este contexto existieron denuncias de que clases donde se utilizaba el libro de Singer fueron boicoteadas y que algunos de los académicos alemanes que compartían las ideas filósofo australiano fueron discriminados para evitar que asumieran ciertos cargos universitarios.[1][31][32]

Singer respondió a las críticas manifestando que sus puntos de vista fueron malinterpretados y calificó a algunos de los manifestantes como fanáticos incapaces de respetar el debate racional.[30][31][32] Mientras participaba en una conferencia en la Universidad del Sarre en Alemania, fue interrumpido por varios manifestantes. A estos se les dio la posibilidad de debatir y durante el intercambio Singer expresó como sus ideas habían sido malinterpretados asociándolo con la extrema derecha, provocando el rechazo a escucharlo. Esta postura cambió un poco cuando les dijo que tres de sus abuelos habían muerto en campos de concentración nazis.[33]

Dentro del campo académico la recepción fue diversa. La filósofa y profesora emérita en la Universidad de Cambridge, Jenny Teichman, manifestó su preocupación por los límites de la libertad de expresión debido a las posturas de Singer con respecto al infanticidio y la eutanasia. Llegando a mencionar que «la falsa filosofía puede ser peligrosa y...si las circunstancias impiden su rechazo por escrito, probablemente sea correcto, en casos extremos, intentar silenciarla de otros modos».[1][4]

El filósofo John Martin Fischer describió el libro como «un texto excelente para un curso introductorio de ética».[34] Mientras que el filósofo James Rachels recomendó el libro «como introducción centrada en cuestiones prácticas como el aborto, el racismo, etc».[35] Por su parte el filósofo Mylan Engel calificó el libro de «lectura obligada para cualquier persona interesada en vivir una vida ética».[36]

El filósofo británico H. L. A. Hart hizo una crítica mixta de la primera edición en The New York Review of Books. Aunque escribió que «la utilidad de este libro utilitarista para los estudiantes de su materia difícilmente puede exagerarse», Hart también criticó Ética práctica por la incoherencia filosófica de su capítulo sobre el aborto. Sostiene que Singer no explica suficientemente cómo ven el aborto tanto el utilitarismo preferencial como el clásico, y no pone de manifiesto sus diferencias.[37]

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Véase también

Referencias

Bibliografía

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